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Los golpes bajos del sistema capitalista

Viejo es quién puede…

Fuentes: APM

La vejez en el siglo XXI, la consecuencia de una matriz filosófica. El liberalismo económico sustenta una construcción social y cultural hegemónica desde hace siglos. Cambios vertiginosos, el tiempo que se acelera, o al menos cambia el concepto sobre que sí mismo y su uso. Paradójicamente, el hombre quiere vivir una eternidad, sin embargo la […]

La vejez en el siglo XXI, la consecuencia de una matriz filosófica. El liberalismo económico sustenta una construcción social y cultural hegemónica desde hace siglos. Cambios vertiginosos, el tiempo que se acelera, o al menos cambia el concepto sobre que sí mismo y su uso. Paradójicamente, el hombre quiere vivir una eternidad, sin embargo la lógica de vida actual nos lleva a escuchar casi cotidianamente «no veo la hora que termine el año», vaya uno a saber con que fantasía oculta, pues, en definitiva, cada año que pasa nos acerca a la fecha de partida de este mundo.

La (des)valoración sobre los adultos mayores, tercer edad, ancianos, viejos, o como se les quiera llamar, que una sociedad tiene, está enraizada en su cultura y más profundamente en su cosmogonía. Es decir, en una perspectiva filosófica, entendiéndola como sustento o justificación de toda una construcción histórica política, social y cultural.

Desde los albores del pensamiento económico liberal, se planteó que la economía capitalista y la libre competencia en el mercado conformaban el sistema que mejor expresa a la «naturaleza humana», naturaleza humana que definían como egoísta.

Las teorías biologisistas, dominantes entonces en las Ciencias Sociales, reforzaron esa definición con análisis en los que se equiparaba el funcionamiento social al de los organismos vivos.

Así, se planteaba que los pobres eran pobres por su situación biológicamente inferior, y en la lucha por la supervivencia ese era el lugar que alcanzaban a ocupar. Por lo tanto desde una perspectiva económica liberal la mayor o menor posesión de bienes dependía de la mayor o menor «competencia» individual para conseguirlos, sin que la riqueza de unos tuviera que ver con la pobreza de otros.

Esta mirada se fue maquillando con los años, pero se mantuvo en lo fundamental: la supervivencia del más apto, la pelea individual por conseguir logros materiales y la irresponsabilidad o indiferencia frente a los más débiles.

A partir de la Ronda Uruguay del GATT se comienza a regular el antiguo artículo 20 que limitaba o de alguna manera protegía a los países (según desde que perspectiva se lo entienda) en el intercambio comercial.

Se comienzan a aplicar las medidas sanitarias y fitosanitarias, ya que el sistema de aranceles no permitía una apertura de las fronteras comerciales a nivel mundial. Pero estas medidas en realidad serían un recurso para proteger a ciertos actores comerciales, ya que fueron medidas aplicadas por los países desarrollados.

El principio fundamental, del cual se desprenderán todas las medidas en torno al riesgo sanitario y el riesgo técnico, es el que plantea que «cada país fija de manera soberana el nivel adecuado de protección (NAP) que no puede ser cuestionado». El NAP es el nivel de riesgo tolerable, o dicho de otra manera, cuanto vale la vida humana para el mercado, ya que una cosa es el NAP y otra la medida que adopto.

Es decir la decisión de cuantas personas acepto que se me mueran al dejar entrar un producto a mi país.

Obviamente, el NAP no es el mismo en todos los países. Ya que depende de su nivel de desarrollo, su calidad de vida, en definitiva de su capacidad para incidir en la política mundial. En definitiva, el NAP es producto de una decisión política: ¿permito entrar al país medicamentos que han demostrado tener un alto nivel de riesgo en los países desarrollados, por lo cual fueron retirados del mercado?

No es igual la capacidad de decisión de Burquina Faso que la de Francia, la de Argentina que la de Alemania.

En este marco, pensar qué lugar ocupan los adultos mayores, cuándo es el mercado el que en definitiva regula cuántas muertes tolera el sistema, quizás resulte obvio o pueril.

Más allá de lo meramente económico, en un sistema que exalta la juventud, el rendimiento extremo, la hiperactividad y el pragmatismo, es casi obvio que al ingresar a la tercera edad, se firma el certificado de defunción antes de morir, porque en nuestra cultura, donde el pasado se desdibuja y el futuro es incierto, en el presente no hay margen para quién no responde a los cánones de productividad.

El adulto mayor ya no produce, por lo tanto para el sistema capitalista no suma, sino que resta porque hay que atenderlo. Si a esto le agregamos un país con casi un 60 por ciento de pobres y casi un 25 por ciento entre desocupación y subocupación, la situación se torna más oscura aún. Y como último dato, todo una construcción cultural donde lo viejo es sinónimo de no deseable, desagradable.

Sin embargo, el sistema capitalista ha tenido históricamente la capacidad de reconfigurarse según las coyunturas. Y hoy, hay una nueva realidad: el envejecimiento de la población.

La atención de cuestiones inherentes a la tercera edad no significa que Occidente haya revisado su mirada sobre los adultos. Atiende a dos cuestiones: mayor cantidad de población en situación de fragilidad, que debe ser atendida de alguna manera por la seguridad social, por un lado, y mayor presencia social de hecho, lo cual los convierte en consumidores potenciales.

Cave aclarar que nos referimos a dos cuestiones de índoles distintas: adultos mayores incluidos, potenciales consumidores y con presencia social y cultural, y adultos mayores excluidos que deben ser atendidos por el estado.

Por un lado, entonces, los adultos mayores están adquiriendo peso e importancia creciente, como decíamos, por un envejecimiento general de la población (aunque habría que hacer algunas salvedades en las áreas de mayor pobreza, sobre todo en América Latina).

Pero en términos generales podemos decir que: a) se integran al mercado de consumo; b) su mayor presencia numérica les da un alto potencial y conciencia relativa de su peso, que podrá presionar social y políticamente; c) han accedido a una mejora sanitaria y perspectivas vitales mejores que en el pasado; d) tienen un nivel de acumulación de ingresos sustancial.

Pero por otro lado, crece la marginación y la pobreza y crecen numéricamente, lo cual los coloca como un factor potencial de riesgo y desequilibrio social. Ya sea por los presupuestos que el Estado debe destinar a cuestiones de salud y atención como factor de protesta social (recordemos las movilizaciones de jubilados en Argentina durante la década del ´90).

Entonces, por razones pragmáticas los adultos mayores comienzan a entrar en agenda la agenda política.

Argentina no ha sido ajena a este proceso, ya que, actualmente, es uno de los países latinoamericanos con mayor envejecimiento poblacional El número de personas de más de 60 años que tendrá este país en el año 2025 superará los 9,5 millones. Durante la ultima década del siglo XX, el envejecimiento de la población argentina abarcó la casi totalidad de las provincias del país. El descenso en la mortalidad y el aumento de la esperanza de vida al nacer tendrán un impacto más notorio en las personas de edad.

Buenos Aires y su región metropolitana, como consecuencia de la baja tasa de natalidad y la mayor esperanza de vida de sus habitantes, se ha transformado en el aglomerado urbano más envejecido de Argentina.

En la sociedad industrial, el tiempo libre es vivido como ganancia que se pierde. No hacer nada de valor material, era no producir. De ahí que el valor individual está en función del aporte que el individuo hace al producto social.

Productividad que tiene como contrapartida el tiempo no susceptible de ganancia. Tiempo que se hace extensivo al ciclo de la vida que la cultura ha asociado con el «no trabajo» y el reposo: la vejez. En este marco, el adulto mayor no produce pero consume. Para el sistema es un gasto y no inversión.

De ahí que las actividades recreativas de los adultos mayores generalmente no estén incluidas en las políticas sociales. Es decir, los viajes para jubilados, concursos, enseñanza o aprendizaje de distintos saberes corren por cuenta de los centros de jubilados o entidades no gubernamentales. Lo que se refiere a educación más específicamente está prácticamente centrado en el ámbito no formal.

Siguiendo la línea que el adulto mayor no produce y que en su gran mayoría son una «carga social» que debe ser atendida, la inversión material y el esfuerzo por reorientar las actividades de quienes ya no producen, generalmente son mínimas.

El sistema se encuentra ante una contradicción: si no producen, no se puede invertir salvo para lo mínimo en seguridad social. Si sólo pueden dedicarse a actividades recreativas, el sistema no va a invertir en el ocio de quienes ya no devuelven ese «descanso» en posibilidad de recuperación de fuerzas para seguir produciendo.

Porque las valoraciones negativas respecto de la actividad recreativa son las herederas de la sociedad industrial donde el descanso era para la recuperación de fuerzas para la productividad. Y el ocio y la vida social dejaban de ser un valor como sí lo habían sido en la sociedad precapitalista.

Desde la lógica de la productividad, el trabajo con los pobres o excluidos debe ser para que produzcan o, a lo sumo, en una nueva lógica, para que auto generen su subsistencia básica (granjas comunitarias, fabricas comunitarias de pan), poniéndole el broche final al desentendimiento del Estado en materia social.

Con esta lógica, los adultos mayores – que trabajaron toda una vida-, en vez de ocupar el ocio en su bienestar, deberían ocuparlo en seguir produciendo, aunque sea para no ser una carga social.

Entonces, en nuestras sociedades occidentales y en particular, en la nuestra, el adulto mayor sufre una doble marginación: la de clase, o sector social, es decir económica. Y otra cultural/social o de tipo valorativa, portadores o modelo de lo no deseable.

Así, tenemos el adulto mayor pobre que ya no produce, no tiene jubilación o es una mínima, depende de la seguridad social o de la familia que lo ve como una carga y generador de conflictos, y culturalmente es estigmatizado como lo desagradable, lo no deseable.

¿Qué lugar deberían ocupar los adultos mayores en las políticas sociales?

Según Alberto Viveros Madariaga, consultor de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), los ejes centrales serían: a) una revalorización sociopolítica y cultural (ciudadanía plena) de las personas adultas mayores, con políticas, que hagan efectiva su participación en la sociedad y enfrenten sus propios desafíos mediante sus propias organizaciones; b) el diseño de políticas de empleo y acceso al mercado laboral que mantengan o recuperen puestos de trabajo y que distingan entre la vocación, el deseo de seguir y la imposición de continuar trabajando por razones económicas; c) el diseño de políticas que contribuyan a la plena incorporación de las personas mayores a sistemas universales de jubilaciones y a pensiones dignas; e) políticas que recuperen el bienestar físico, psíquico y cultural de este grupo, apuntando a su integración social y a revertir la desvalorización social.

En definitiva, el centro de la discusión sigue estando en las políticas sociales de Estado. Es decir en el entendimiento o en el desentendimiento por parte del Estado de un sector de la sociedad en crecimiento.

(*) La autora es académica de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y directora del proyecto Radio Itinerante, de esa mismo centro de estudios superiores.

http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=2123,