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Vigencia de Simón Bolívar en Colombia

Fuentes: Colectivo Patria Grande

Nuestro colectivo Patria Grande, ha recopilado pacientemente los distintos textos y artículos que el autor ha publicado durante sus largos años de exilio en Europa en diferentes portales web, y por lo tanto, algunos de ellos son conocidos. Nuestro esfuerzo ha sido presentarlos aquí unidos como un solo texto.

¿Cómo llegué a Simón Bolívar?

Poco tiempo después de la caída del general Rojas Pinilla, vino a la casa solariega de la familia en Vélez, el sobrino de mi padre coronel Antonio Pinzón Villafradez. Venía de Uribía, de regreso de su gobierno como primer intendente de la Guajira y quería charlar en largo con mi padre. Una semana discutieron intensamente sobre los grandes cambios que se avecinaban en el país, y siguiendo su concejo bien informado, mi padre decidió trasladar la familia a la capital.

A comienzos de 1958, Bogotá era una ciudad fría tendida en la gran sabana andina, cuadriculada entre calles y carreras y alargada de norte a sur con un poco más de 600.000 habitantes. Había crecido vertiginosamente, con todos los buscadores de trabajo desplazados y expulsados por “la violencia sectaria bipartidista” que acaba de concluir, sobre dos ejes: Uno, la carrera séptima o antiguo camino real. Otro, la avenida Caracas (que el general Rojas Pinilla había unido mediante un pavimento de dos carriles llamado autopista) con la carretera a Tunja en el norte, y hacia el sur, con la carretera al Tolima. Los barrios populares y obreros que bordean el cerro de Guadalupe hacia el sur y donde existían algunas fábricas especialmente de cerveza, lozas, ladrillos (chircales) y otras manufacturas, habían aumentado en desorden con la presencia de los desplazados huidos de la violencia bipartidista, buscadores de trabajo; mientras que hacia el norte de la ciudad en los barrios de la Soledad, Palermo, Chapinero y calle 72, estaban las urbanizaciones residenciales modernas estilo europeo, con amplias y bien trazadas avenidas, parques, arbolados y casas de fachada imponente o exclusivas casaquintas tipo inglés, de los dueños de las fábricas, empresarios, hombres de negocios, militares de alto rango, funcionarios del gobierno y clases medias que llamaban a sí mismas, “pudientes” o de bien.

Esta división de personas de bien y desarrapados, junto con el frío sabanero y el impacto tecnológico producido por una gran ciudad subdesarrollada a un adolescente venido de un poblado preindustrial, fueron las primeras e irreversibles aceptaciones y adaptaciones aceleradas que debí interiorizar para siempre: Era el vértigo que anunciaba los largos y sebáceos años de felicidad compartida entre liberales y conservadores, pactada en los gobiernos del Frente Nacional.

Dos hechos circunstanciales contribuyeron a mi encuentro con la palabra y obra del Libertador Simón Bolívar: Uno, haber oído por la radio nacional a ese gran locutor llamado Alberto Lleras Camargo (que venía como virrey de ocupar la dirección de la Organización de Estados Americanos en Washington) en su discurso de posesión como presidente de todos los colombianos. Ese día festivo para Colombia, todos en la casa frente a la cajita de madera guardamos silencio y expectación. Nunca en mis recuerdos he podido diferenciar entre la factura del texto o su lectura, pausada, argumentada y pronunciada con la entonación de los santafereños exquisitos. Cuando concluyó, mi padre como si sentenciara dijo:

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