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Vigencia del marxismo, vigencia del socialismo

Fuentes: Rebelión

Algunas personas de izquierdas se pueden preguntar, no sin una cierta razón, sobre la vigencia del marxismo y del socialismo como superador, aun hoy día, de las enormes injusticias del sistema actual, una dictadura financiera recubierta de una deliciosa capa de democracia liberal, como nos explica muy oportunamente el conocido dibujante El Roto en una […]

Algunas personas de izquierdas se pueden preguntar, no sin una cierta razón, sobre la vigencia del marxismo y del socialismo como superador, aun hoy día, de las enormes injusticias del sistema actual, una dictadura financiera recubierta de una deliciosa capa de democracia liberal, como nos explica muy oportunamente el conocido dibujante El Roto en una de sus recientes viñetas.

Pero hay que afirmar claramente que, si hay algo obsoleto, es precisamente el neoliberalismo y el capitalismo, por cierto muy anteriores a Karl Marx y a los movimientos socialistas o comunistas. Las ideas marxistas, convenientemente actualizadas, son y serán plenamente vigentes mientras se mantengan las enormes desigualdades del capitalismo y no se llegue a un sistema infinitamente más justo e igualitario.

Con la última gran crisis del capitalismo, cada vez hay más voces críticas con el sistema actual, voces que reivindican un cambio social en profundidad de este modelo económico y social tan profundamente injusto, de esta democracia a menudo tan limitada. Rosa Luxemburgo, la activista polaco-alemana, ya afirmaba, en una época tan lejana como 1899, que las instituciones representativas del sistema capitalista no eran otra cosa que instrumentos de los intereses de la clase dominante.

Por su parte, el economista franco-egipcio Samir Amin, al que no debemos confundir con el politólogo francés de origen argelino y nombre similar, ha escrito, mucho más recientemente, que las grandes potencias capitalistas consiguen su privilegiada situación, no por una supuesta aplicación de las leyes del mercado, sino gracias al control exclusivo sobre el monopolio tecnológico, sobre los mercados financieros, sobre el acceso a los recursos naturales, sobre los medios de comunicación, sobre las armas de destrucción masiva…

Es evidente que la oligarquía y las grandes potencias capitalistas han hecho siempre todo lo posible para bloquear cualquier intento de construcción de un sistema económico, social y político alternativo, desde su ya lejana beligerancia contra las revoluciones rusa o china a la intervención y bombardeo sistemático de Vietnam, desde el intento de invasión y el bloqueo a Cuba a la financiación y armamento de grupos contrarrevolucionarios en Nicaragua.

Tras la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética, algunos intelectuales o dirigentes políticos marxistas, como la escritora chilena Marta Harnecker, han profundizado ampliamente en lo que ya era evidente desde muchos años antes: las enormes carencias de los llamados sistemas de «socialismo real». Entre sus graves deficiencias, la planificación burocrática y excesivamente centralizada, el colectivismo llevado al extremo, el productivismo exagerado en detrimento de la preservación de la naturaleza, el modelo de partido único, la falta de democracia, el dogmatismo ideológico…

Sin embargo, como reconoce el periodista y escritor hispano-francés Ignacio Ramonet, en algunos de esos países, y especialmente en Cuba, ha habido progresos inmensos en materia de educación y de salud, en la lucha contra el racismo y contra el machismo, en la solidaridad y la cooperación internacionalista…

En los años setenta, el dirigente socialista y presidente de la República de Chile, Salvador Allende, intentó llevar su país hacia el socialismo por una nueva vía democrática, pero su experiencia fue aplastada apenas tres años después por un cruento golpe de estado militar, con una más que evidente implicación del imperialismo norteamericano. Sin embargo, siguiendo también a Marta Harnecker, la experiencia chilena de la Unidad Popular debería considerarse como el primer intento serio de alejarse claramente del modelo soviético de socialismo. En los últimos quince o veinte años, la izquierda latinoamericana ha dado pasos decididos en esa misma dirección, especialmente en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador, avanzando hacia lo que hoy llamamos el socialismo del siglo XXI.

Desde luego, nunca ha sido conveniente trasladar ningún modelo económico o social de un país a otro, pues cada uno tiene sus características específicas. En todo caso, como dice el economista y dirigente de Izquierda Unida Alberto Garzón, refiriéndose al 15-M y a los recientes acontecimientos electorales en España, aquí se han producido fenómenos sociales que manifiestan claramente los deseos e inquietudes de las clases populares, pero que hoy por hoy no son suficientes para transformar la realidad, ni para avanzar hacia un nuevo modelo socialista.

Evidentemente, ni en Europa ni en Latinoamérica tiene hoy sentido alguno hablar de nacionalización total y absoluta de la economía, de sistemas de partido único o de otras viejas proclamas, propias de cuando en el mundo no había más allá de una docena de países que pudieran considerarse realmente democráticos. Lo que necesitamos es un sistema que profundice la democracia limitada que padecemos, que fomente la pluralidad política y la diversidad cultural, que acabe con la competitividad extrema e insolidaria, que revierta las privatizaciones de las grandes empresas estratégicas del sector de las finanzas, la energía, las comunicaciones o las telecomunicaciones, entre otras, hoy muchas de ellas en manos de corporaciones multinacionales, avanzando hacia una sociedad libre, donde todas las personas puedan vivir dignamente, en un mundo donde se respete el equilibrio natural y la sostenibilidad ecológica.

Evidentemente, siempre habrá quien, desde la derecha neoliberal y conservadora intentará acusar a los marxistas, incluso los de nuestro país, de ser herederos de los crímenes del estalinismo u otras barbaridades similares. Pero eso es tan injusto como responsabilizar a los cristianos de hoy día de los enormes crímenes que, en nombre del cristianismo, practicó la inquisición en la edad media, o muchos otros gobernantes fervientemente católicos en los siglos posteriores.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.