Estos días de solsticio de invierno, en estas tierras de pasado católico, toca resistir la avalancha de buenismo y supuesta fraternidad que invade a toda esta ‘sociedad modorra’ (por somnolienta y por seguidora acrítica de modas). Da igual que las concertinas de los muros sigan horadando cuerpos y malogrando vidas. Ando cansado de ser acusado […]
Estos días de solsticio de invierno, en estas tierras de pasado católico, toca resistir la avalancha de buenismo y supuesta fraternidad que invade a toda esta ‘sociedad modorra’ (por somnolienta y por seguidora acrítica de modas). Da igual que las concertinas de los muros sigan horadando cuerpos y malogrando vidas.
Ando cansado de ser acusado de ir siempre a la contra, por lo que en un intento integrador (mediante inmersión) me he sentado a oír villancicos (por propia iniciativa) desde la que llaman ‘la nochebuena’. Con un poco de matiz-trampa, he puesto en repetición constante el inolvidable L.P. titulado « Navidades Radioactivas «. En él diversos grupos de mis tiempos mozos revientan o, mas bien suben de nivel, diversos villancicos tradicionales (Afunfun Afanfan -Siniestro Total-, Manzana sobre manzana -N634-, Ratatatá -T.N.T-, Estrellas sol y luna -Derribos Arias-, etc) o, directamente, generan uno nuevo adaptado a nuestras realidades postmodernas (El nacimiento de la industria, de Aviador Dro y sus obreros especializados, es muy oportuna e ilustradora de la conmemoración).
Villancicos anticapitalistas y antibelicistas (lo cual es redundante) que, después de 33 años (carajo, la edad del Ecce Homo) siguen teniendo plena vigencia, por su creatividad narrativa e instrumental y por su contenido.
Curiosamente, uno de ellos fue una versión de Noche de paz, noche de amor, realizada por Los Camaleones y reubicada en Indochina (Noche de paz, noche en Vietnam), país que por un tiempo fue símbolo de resistencia al capitalismo. Dado que el villancico original fue compuesto a principios del siglo XIX es de suponer que se puede grabar una nueva ejecución sin que nadie te exija pagar por «derechos de autor», al contrario de lo que venía ocurriendo, por ejemplo, con una canción tan extendida como el Happy Birthday, que fue compuesta como Good morning to all por las hermanas Patty y Mildred Smith Hill en el Kentucky de 1893 (en plena expansión del capitalismo decimonónico), y por la cual la discográfica Warner-Chappel Music venía recibiendo millones de dolares anuales desde que en 1988 (en plena implantación del neoliberalismo Reagan-Thacheriano) compró los derechos a la Compañía Clayton F. Summy/Birch Tree, empresa a la que las hermanas habían cedido la canción. Se le acabó el chollo el pasado septiembre cuando un juez sentenció, en una causa promovida por un conjunto de artistas cumpleañeros, que las hermanas habían cedido el derecho de la melodía, pero no de la letra. Así que, supongo, nunca hubo problema en hacer una versión punk del cumpleaños feliz… melódicamente difícilmente coincidiría con la original.
No menos curioso (e improbable que se repita en un entorno capitalista) es el origen de Noche de paz, noche de amor compuesta en Austria y en alemán (Stille Nacht, heilige Nacht) por el sacerdote Joseph Mohr -letra- y el maestro de escuela y organista Franz Xaver Gruber -composición musical- cuando, cuentan, en 1816 se averió el órgano de la iglesia de San Nicolás de Oberndof coincidiendo con la nochebuena y Mohr pidió a Gruber que compusiese una canción para que el coro pudiera cantarla acompañada solo por una guitarra, para salvar la ocasión. Así fue, y dos años después, cuando se volvió a estropear el órgano, el luthier que lo arregló oyó la canción y se la pidió para pasársela a otros músicos. Y se hizo viral. ¿Qué hubiera pasado si el incipiente capitalismo hubiera implantado por entonces los derechos de autor a través del copyright?, seguramente, que ese villancico no hubiese salido de Oberndof.
Son ejemplos, a nivel micro, que evidencian el absurdo sistema en el que nos hallamos inmersos y que lastra el desarrollo y accesibilidad al conocimiento actual, pasado y futuro, y de cómo unos jóvenes punkis -y otros que no lo eran- nos lo hicieron pasar muy bien mientras se resistían… sólo era una excusa, buscando la mundialización anticapitalista o la universalización enriquecedora del conocimiento enfrentados a la globalización neoliberal objetiva y palpablemente empobrecedora.
«Ratatatá, ratatatá, tá»