La autora nos muestra con un testimonio como la violencia sexual en América Latina sigue siendo impune e invisibilizada.
La violencia sexual en América Latina sigue siendo una violencia basada en género, y son predominantes los casos contra las mujeres. Esto, es consecuencia de una sociedad que naturaliza la violencia porque había «pasión» de por medio, porque estaba vestida de esta u otra forma, o estaba donde «no debía estar», o simplemente porque el más fuerte se sintió con derecho y oportunidad de imponerse. Pasa porque la educación sexual desde la infancia sigue siendo un tema tabú, y no en vano el show actual en Colombia porque la ministra de educación solicita que se respete la diversidad sexual en los colegios.
El correo que les compartiré a continuación, está escrito con la misma contundencia con la que una aguja se clava en la piel y atraviesa los músculos. Me lo escribe una mujer que prefiere permanecer anónima, y donde me cuenta lo que le sucedió y cómo el hecho quedó en la impunidad gracias al marco cultural que hay alrededor de la violencia contra las mujeres, en el cual se sigue culpando a las víctimas y justificando a los victimarios: porque están enfermos, porque estaban drogados, fuera de sí, por «pasión», porque «ella lo provocó», «se vistió de esta u otra forma», «estaba en el lugar equivocado», «era muy creída», «por lesbiana» y por miles de excusas que tienden siempre a justificar y perpetuar esta máxima expresión de la misoginia, y demostración de que por más logros que a fuerza de lidia hayamos logrado en equidad de género, aún nos falta un derecho fundamental y un largo trecho para lograrlo: el derecho a ser dueñas de nuestro cuerpo, entre otros no menos importantes, claro.
El caso del que la autora hace mención, es el de Amber, la activista neoyorkina que decidió relatar su propia violación en Instagram; y que recibió insultos y señalamientos que la condenaron por ello.
Correo recibido a las 10:29 am del 3 de Agosto de 2016. Autora: Anónima:
«Sé que es este no es un espacio de confesiones anónimas o algo por el estilo, pero a raíz de la historia de la mujer que se metió a bañar con un tipo y la violó, y la gente la sigue culpando, sentí que este tipo de violaciones son algo que nos han enseñado en la sociedad, primero a no reconocer como violaciones y segundo a no poder hablar de ellas ni recriminarlas porque recibiríamos burlas, insultos, e incluso maltrato verbal e incredulidad, son violaciones que nos quitan completamente el poder sobre nuestro cuerpo y nos dejan en un punto extremadamente vulnerable. Hace dos años aproximadamente salí unas semanas con un tipo con el que tuve un par de encuentros sexuales y a raíz de malos comportamientos de su parte me alejé y la relación no llegó a nada serio. Una mañana, comenzó a buscarme insistentemente con la excusa de que quería pedirme disculpas, que habláramos. Yo accedí porque no me había parecido hasta el momento un tan mal tipo y no le guardaba ningún rencor. Me recogió y comenzó a manejar hacia una zona donde hay talleres y moteles, yo le dije que a donde estábamos yendo y me dijo que tenía que llevar el carro al taller. Comenzó a ponerme la mano en la pierna en el camino y yo se la quitaba constantemente, y de pronto parqueó frente a un motel al que habíamos ido antes, yo le dije que para que parqueaba ahí y me señalo un portón, – «estamos esperando al mecánico»- me dijo Yo, muy crédulamente seguí hablando y manifestando mi malestar ante sus comportamientos, él se portó extrañamente cariñoso y accedía a todo lo que yo decía, de pronto se me abalanzó encima para darme un beso, me negué, siguió insistiendo hasta que acepté y me dijo que entráramos al motel a darnos besos y hablar más tranquilos. Yo le dije que no me gustaba mucho la idea que dónde estaba el mecánico. El tipo arrancó y se metió al motel, al subir yo comencé a hablarle y como enfermo comenzó a descompensarse y a quitarme la Ropa y morbosearme, me sentía muy incómoda y le dije que por favor parara. Él se rió y me tomo del cuello, me botó en la cama y me penetró, yo gritaba del dolor y le pedía que parara, me repetía que yo quería, me dolía muchísimo, sentía que me quemaba, le seguía pidiendo que parara y me dijo que yo quería porque estaba mojada, yo le dije que no que me dolía, y en medio del desespero, era un tipo enorme y fuerte, simplemente me quedé quieta y esperé a que acabara. Salí y sentía unas desesperadas ganas de vomitar, me dijo que almorzáramos y yo le dije que no, que me llevara a mi casa, llegue y vomité. Después no pude comer nada, me sentí muy mal todo el día, le comencé a coger mucho asco y miedo, y él se aprovechó del miedo que yo sentía para querer concretar nuevos encuentros que yo rechazaba, comenzó a acosarme constantemente, pero eso es ya otra historia. El punto es que por más que me sintiera de esa manera nunca me sentí capaz de decir que me había violado, sentí que no tenía el derecho. Nunca creí que si pusiera una denuncia alguien me fuera a tomar en serio, no sentí respaldo para alejarlo por medio de vías legales y viví con miedo mucho tiempo. Escribo hoy porque siento que afuera puede haber muchas más mujeres que han sido víctimas de este tipo de violación enmascarada, que se han sentido solas, que han sentido culpa. No la tienen, no la tenemos, nadie tiene derecho a acceder a nuestro cuerpo si no queremos, nadie tiene derecho a lastimarnos tanto física como psicológicamente, que ninguna mujer se sienta vulnerable para hacer valer sus derechos y hacer respetar su cuerpo. Esas violaciones son igual de graves que otras y como sociedad tenemos que alentar a las víctimas a salir y denunciarlas, a poder alzar la voz, si no, nunca van a parar. Agradecería poder permanecer anónima».
Diana Duque Muñoz. Antropóloga, especialista en Gerencia de Entidades para el Desarrollo Social Creadora y directora de Estudios de Género en América Latina
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