El golpe de Estado en Honduras contra el gobierno constitucional del presidente Manuel Zelaya, dado por la burguesía y los militares hondureños, vuelve a mostrarnos de lo que son capaces los sectores derechistas del mundo entero cada vez que creen amenazados sus intereses ante la creciente participación ciudadana, cada vez que la sociedad y el […]
El golpe de Estado en Honduras contra el gobierno constitucional del presidente Manuel Zelaya, dado por la burguesía y los militares hondureños, vuelve a mostrarnos de lo que son capaces los sectores derechistas del mundo entero cada vez que creen amenazados sus intereses ante la creciente participación ciudadana, cada vez que la sociedad y el Estado se democratizan.
A propósito del golpe en Honduras, la derecha chilena no encontró nada mejor que apuntar en contra del presidente Hugo Chávez de Venezuela. La izquierda, encabezada por nuestro candidato presidencial Jorge Arrate y el presidente del PC Guillermo Teillier, se hizo presente desde las primeras horas en la embajada hondureña para repudiar la asonada y exigir el regreso del legítimo mandatario. La presidente Bachelet condenó el golpe; recordemos de paso que la actual gobernante es la única en ese cargo de los años de transición que no ha apoyado jamás un golpe de Estado. Por su parte los medios de comunicación, salvo las honrosas excepciones de siempre, privilegiaban informar sobre la muerte de un tal Jackson y no sobre el golpe centroamericano.
Se suele hablar de una «derecha democrática, liberal» en contraposición a una «derecha dura». Es cierto que hay matices. Negarlo sería ceguera, obcecación. Pero son matices al fin y al cabo, en tanto ¿qué tan cierta es la vocación democrática de las derechas de cualquier signo? La vida termina por enseñar que el límite de unas y otras es siempre el mismo. Que nada pueda amenazar sus bolsillos. Hasta ahí les llega su liberalismo. Eso está por encima de la vida de los demás y en nombre de sus privilegios, logrados sobre la base de la explotación de los trabajadores, justifican y apoyan golpes de Estado, torturas, asesinatos, secuestros y desapariciones, exclusiones sociales y políticas. Para la tarea sucia cuentan con el personal requerido: las FF.AA. y de Orden, que en sociedades como las nuestras han actuado como brazo armado de la derecha. Es verdad que hay en ello carencias y responsabilidades del movimiento popular. Pero es la realidad que existe.
De cuando en cuando distintos personeros de la derecha hacen sus confesiones de violentismo, las más de las veces con cierto toque de orgullo. Leo por ejemplo en El Mercurio del 23 de junio que un individuo llamado Sergio García, evocando los 42 años desde la toma de la Casa Central de la Universidad Católica, recuerda satisfecho que, bajo la conducción de Jaime Guzmán, un grupo de 400 derechistas se dieron cita una madrugada » en un punto de la comuna de Quilicura provistos de casos y garrotes para desalojar por la fuerza a los ocupantes» y añade «a lo que se agregaba una estrategia logística para reingresar a nuestra universidad«. Esa es la derecha, nunca ha sido distinta. Así era el «pacífico» Jaime Guzmán. Y el diario de los Edwards lo reproduce con soltura. Como no, si en su tiempo apoyó cada atrocidad de la dictadura. Por su parte, en un programa de un canal alternativo de TV, el líder de RN, Carlos Larraín, recordó sin arrugarse sus tiempos de entrenador de los golpistas del Comando «Rolando Matus», vinculado a la organización fascista Patria y Libertad. Como es sabido, dicho Comando cometió diversos delitos a comienzos de los años 70.
Lo grave es que el empleo de la violencia brutal en política no es cosa del pasado y no hablo sólo de la represión actual perpetrada por agentes del Estado, sino de la supervivencia de grupos organizados en tiempos de la dictadura militar que siguen actuando hoy. Un ejemplo contundente es la gravísima amenaza que el «Comando de Vengadores 11 de septiembre» hizo hace unos días al director de «El Siglo» compañero Francisco Herreros. El gobierno chileno, el Colegio de Periodistas, las organizaciones de DDHH, el movimiento sindical, las federaciones de estudiantes, las fuerzas del campo cultural, deben salir al paso a esta nueva provocación derechista. Esta amenaza es una alerta del tiempo que se vive.
– Eduardo Contreras es abogado especializado en Derechos Humanos, el 12 de enero de 1998 presentó la primera querella, en Chile, contra Pinochet. La columna Brújula política se publica cada viernes en el semanario El Siglo, en esta ocasión el autor autoriza su difusión a Clarín.cl