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Violencias. Una lectura acerca de la lucha contemporánea entre clases sociales

Fuentes: Rebelión

Los crecientes niveles de brutalidad física sobre los cuales se llama la atención desde los estratos sociales privilegiados o medianamente acomodados, anulan la percepción de una agresión más sutil pero no menos real: la de la marginación y el castigo simbólicos. Apuntes para una breve sociología de las identidades colectivas: clases sociales, cosificación y negación del diferente.

¿Es la agresión del señalamiento, de la segregación y de la negación de la otredad, menos brutal que la violencia «física», de facto?

La sociología del sentido común medioclasista y/o de aspiración a burguesía no duda en caracterizar y categorizar (es decir, juzgar): los desposeídos -estereotipados rápidamente como sujetos de delito- se revelan cada vez más numerosos y radicales en sus ataques hacia quienes representan estratos superiores. Y es de esta manera casi por condición intrínseca a la naturaleza de los propios marginales, por una suerte de inexplicable calamidad astral, por recelos y odios incomprensibles, porque para ellos «así es más fácil». Arduo encontrar otros motivos, pero también incómodo…

Es que el punto de partida y la finalidad del «pensamiento burgués […] es siempre, aunque no en todo caso conscientemente, la apología del orden existente o, por lo menos, la prueba de su inmutabilidad», sostiene -inspirándose en Marx- Georg Lukács [2] .

Los comportamientos así concebidos, «micro-sociológicamente», atentan contra miradas más abarcativas (o «macro-sociológicas») que permitan comprenderlos realmente [3] .

Si la materialidad de clase es factor condicionante-no-determinante de las percepciones sociales, entonces cabe suponer que a mayores desigualdades económicas conjuntamente se acentúan los procesos de identificación en tanto distinción del opuesto. Pues así como la subjetividad se construye a partir de la afirmación de lo intrínseco a sí mismo, las auto lecturas nacen también de la negación de lo que no es propio (lo otro, lo dispar, lo enemigo).

Se puede pensar que esta diferenciación social se consolida crecientemente a partir de la erosión de las identidades colectivas, agudizada por la expansión de las lógicas del libre mercado y sus implicancias en los terrenos social, laboral, político y cultural en general. En Argentina, desde las últimas décadas, se han venido desarticulando los altos niveles de cohesión social que la caracterizaban: pasó de ser una de las sociedades más igualitarias de Latinoamérica a una de las más polarizadas. Creció considerablemente la masa marginal, se pauperizaron las condiciones de existencia de las mayorías y unos pocos sectores concentraron el poder y la riqueza económico-productiva.

En síntesis, analizar la estructura social contemporánea del país implica comprenderla -tal vez hoy más que nunca- como una urdimbre que se va destramando, que se torna así fragmentada, heterogénea.

Y una sociedad monstruosamente injusta (con abismos cada vez mayores entre quienes marginan y quienes son marginados, entre privilegiados y desposeídos), acaso no pueda esperar que quienes encarnan estas posiciones expresen otra cosa más que rechazo y brutalidad hacia el otro. Como ya se ha dicho, la desigualdad no se traduce únicamente a las condiciones materiales de existencia sino también a las imágenes de sí, de los demás, y a los lenguajes en los cuales estas inequidades se manifiestan.

Si bien resulta lógico que no existen relaciones causales entre condición de clase y violencia ejercida -quizá ni siquiera conscientes, tal lo ya expresado por Lukács-, cómo no imaginar que quienes representan a clases sociales acomodadas han de pretender reproducir su lugar de privilegio; cómo no creer que la crueldad fáctica o de hecho puede significar una reacción ante la agresión del rechazo social, que complementa la ya padecida violencia material (la exclusión) inherente a la lógica del capital liberal salvaje [4] .

Admitiendo que «desde abajo hacia arriba» de la estructura de clases, en algunos términos, existen resentimiento e inquina; no menos real es que paralelamente y «desde arriba hacia abajo», yacen temor y negación.

Tanto en una postura como en la otra el común denominador en las percepciones y orientaciones respecto del opuesto es la inhumanidad más brutal. Asentada en la anulación de la otredad (en la cosificación, en la enajenación) ella se manifiesta ya como código «físico», ya de manera simbólica.

En el esfuerzo de estas líneas por reflexionar comprensivamente -y no por excusar a una posición de clase-, deben realizarse aquí dos salvedades tendientes a responder de antemano hipotéticos cuestionamientos auto conciliadores que pueda imaginar algún «buen burgués».

Por una parte no es claro que alguna de estas violencias esté antes que otra. Tal la confusión a esta altura de las circunstancias, no hay una de ellas iniciando el largo sinfín de reacciones sucesivas. En el actual estado de cosas, acontecen en simultáneo y alimentándose mutuamente.

Se podría entender inclusive que la no identificación de un germen primigenio monocausal (de un Caín comenzando la cíclica escalada) es un pequeño acto de generosidad para con el poder, provocado por una lectura errónea de las vicisitudes de la existencia humana. Pues, larga es la tradición de olvidos y vejaciones desde el escalafón de los que poseen hacia los que no [5] .

Pero por otro lado, e independientemente de la inutilidad o de la innecesidad de acusar a una de las posturas agresoras como raíz de la otra, debe cuestionarse la solitaria argumentación respecto de que el ataque «físico» es inadmisible en cuanto atenta contra la integridad del sujeto.

Es cierto que en parte tiene razón, aunque… resulta una necedad el desconocer lo deshumano de que grandes masas de gente no se puedan alimentar hoy (y mucho menos, claro, que puedan acceder a una cotidianeidad digna). Peor aún, es cinismo todo intento de justificación de estas condiciones.

¿No atenta dicha realidad contra la integridad social, identitaria y cultural (además de la física) de los sujetos? ¿No son estas variantes de la negación, acaso, manifestaciones de una barbarie disfrazada (y así oculta) de naturalidad o de inexpugnable fatalismo histórico?

Las dualidades caracterizadas permiten plantear la posibilidad de una oposición social mutada. La probabilidad de estar presenciando (o protagonizando) un combate que por habilidosa compulsión del sistema se ha «agiornado» a los tiempos que se viven. Encarnado por individuos parapetados cada uno en su propia alienación, el enfrentamiento parece haberse desplazado desde la lucha de clases -trascendente, por la vida, fundada o consciente, de sujetos colectivos en lucha por des-sujetarse y des-fatalizarse, transformadora-, hacia una refriega entre clases -por la supervivencia inmediata, cruel, dogmática y carente de visión histórica, individual, inmovilizante-.

He aquí la urgencia de una sociedad igualitaria. Necesariamente conflictiva y creadora, pero no violenta: no cosificadora del otro, y como consecuencia, no negadora de sí misma.



[1] Por Emiliano Bertoglio, Lic. en Ciencias de la Comunicación. Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Mayo de 2009.

[2] Georg Lukács, «Historia y Consciencia de clase» (Vol 1). Ed. Orbis. Madrid. 1985. p. 92.

[3] Capítulo aparte merece el cómo es que la agresión simbólica es socialmente ocultada como tal, mientras se pone en la pica a los ejecutores de la otra, la de facto. Es que la reproducción de las desigualdades materiales dentro de una sociedad necesita también de la multiplicación / justificación de las estructuras ideológicas que sostienen y legitiman dicha opresión. Y si bien es innegable la preocupante presencia de hechos y circunstancias de violencia física, que acontecen «realmente» hoy, debe repararse en qué relatos se elaboran desde ellos y cuáles son las miradas que tienden a naturalizar respecto de las desigualdades sociales. ¿Es inocente, acaso, el ya instalado discurso de la seguridad ciudadana que promueven los medios masivos de comunicación?

Lo mismo se debe plantear de las instituciones coercitivas (policía, ejército) y de las encargadas de todo el andamiaje burocrático-legal necesario para favorecer la preservación de las reglas del juego social.

[4] Casi por definición, un sistema que acumula en un polo para que unos tengan mucho, implica que a otros necesariamente tenga que faltarle.

[5] Hasta sería válido preguntar en este caso si aquellos que son señalados, prejuiciados, segregados, explotados y olvidados, deben rendir pleitesías a quienes ejecutan estas agresiones.