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«¿Viva la paz, viva la paz?» ¡viva la paz!

Fuentes: Rebelión

El proceso de paz ha llegado a buen puerto, así sea como ese proceso desangelado, enclaustrado, ajeno, que ha venido siendo impulsado de forma paradojal por una sumatoria de debilidades de quienes lo han venido asumiendo directamente incluso como oposición, y en un escenario nacional de enormes precariedades de la imaginación política, pleno de ladinismos […]

El proceso de paz ha llegado a buen puerto, así sea como ese proceso desangelado, enclaustrado, ajeno, que ha venido siendo impulsado de forma paradojal por una sumatoria de debilidades de quienes lo han venido asumiendo directamente incluso como oposición, y en un escenario nacional de enormes precariedades de la imaginación política, pleno de ladinismos y desconexiones entre la gente urbana, la juventud y el campo, de arrogancias de los agentes del desarrollo extractivista, de implacables cinismos empresariales, y de heroísmos y tenacidades campesinas; donde a punta de incredulidades apenas se escucha, o mejor, se alcanza a sentir el respirar profundo del león dormido de la opinión, tímidamente convocado de antemano para la refrendación de lo pactado, con el mínimo umbral electoral, en una medianía política necesaria pero patética que acuña e institucionaliza en el mayor momento constituyente de fundar ese bien público por excelencia, la paz, con base en la constante histórica de la abstención…

Y el himno nacional del siglo XIX… ¡ahí! (Cuán ridículo sonó y se vio en esa austera ceremonia de La Habana del 23 de junio pasado). Y el chiste patéticamente bueno: «Cesó la Uribe noche». Y el inconsciente colectivo convocado plenamente hasta en la circunstancia geográfica, cuando se ha hecho realidad aquel juego infantil que rezaba: «De La Habana viene un barco cargado de…», y ya todos podemos gritar: de Paz.

La colombianidad plena, como quien dice… Pero afortunadamente y por primera vez, no trágica. (Aunque el discurso de Timochenko – ¡qué nombre anacrónico! – faltaba en el párrafo de arriba sobre el escenario, la palabra Anacronismos, estuvo cargado de alusiones al asesinato de cuatro jóvenes esa semana en Barrancabermeja, a la violencia presente en las regiones, a la detención provocadora del reinsertado Carlos Arturo Velandia).

Pero en fin, una fiesta, sí, estamos de fiesta y no nos estamos matando al mismo tiempo, y además estamos diciendo que no queremos ni debemos matarnos más. Una fiesta de colombianos sin llanto y sin tragedia. (Aunque sigue siendo tragicómica, pues los resentidos siguen vociferando y amenazando -esperamos que su debilidad sea proporcional a su estilo desencajado de los últimos meses-, o porque las manipulaciones de siempre ya son más que evidentes (cfr. Claudia López en el set de RCN, el mismo día).

En fin, aún con una escritura a la cual se le imponen los paréntesis y los guiones, los adjetivos y los signos de admiración o de interrogación, los suspensivos, podemos decir que aquí está otra vez entre nosotros la Esperanza. Sin duda se ha vuelto a levantar y a encender en el país el pabilo de la esperanza, así aflore la paradoja también en el sentimiento, pues de inmediato se hace inevitable preguntar (se): ¿Esperanza en qué?

Tal vez esperanza porque al empezar a faltar en el escenario nacional ese elemento de lo que ya es una identidad colectiva, el conflicto armado (al menos en el origen campesino del mismo, pues faltaría, otra vez, ¿faltarían cinco pa’l peso?, el componente de ese conflicto que tuvo un origen diferente en sectores de la clase media, en la lucha estudiantil, en la radicalización mesiánica y religiosa, presentes en el nudo aún por desatar del ELN); y porque quizás por primera vez en la historia del país en una coyuntura decisiva como ésta, se le conocen todas las caras a los «enemigos agazapados de la paz» (ya se sabe públicamente quiénes son los ideólogos, los financiadores, los sicarios, los líderes, los candidatos y los candidotes); ahora sí podremos, podríamos, debemos, deberíamos encontrar un camino real de transformación de esa otra paradoja nacional: ¡somos conservadores y acomodados hasta en la forma de cambiar!

Y podremos, podríamos, dar un mentís a la sátira decimonónica del Tuerto López que se hizo eco de ese otro momento en el primer tercio del siglo XX, cuando se intentó dejar atrás «La Guerra de los Mil Días», en un momento como este en el cual intentamos dejar atrás una «guerrilla» de 52 años!:

FABULITA
«¡Paz nobis!» Wilson

«¡Viva la paz, viva la paz!»
Así
trinaba alegremente un colibrí
sentimental, sencillo de flor en flor…
Y el pobre pajarillo
trinaba tan feliz sobre el anillo
feroz de una culebra mapaná.

Mientras que en un papayo
reía gravemente un guacamayo
bisojo y medio cínico:
-¡Cúa, Cúa!

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.