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«Viven preocupados del Transantiago. ¡Y no hacen nada con el Transmapuche!»

Fuentes: Azkintuwe

En la Colonia y aun en la primera mitad republicana del siglo XIX, el mecanismo chileno para mantener la paz con el Pueblo Mapuche fue la negociación política. Excepcionalmente, el recurso de las armas. Ustedes hasta aquí; nosotros hasta acá. «Parlamentos» llamaron los españoles a esas verdaderas juntas diplomáticas, donde lo que primaba era el […]


En la Colonia y aun en la primera mitad republicana del siglo XIX, el mecanismo chileno para mantener la paz con el Pueblo Mapuche fue la negociación política. Excepcionalmente, el recurso de las armas. Ustedes hasta aquí; nosotros hasta acá. «Parlamentos» llamaron los españoles a esas verdaderas juntas diplomáticas, donde lo que primaba era el trato de igual a igual, el diálogo político y no los monólogos actuales.


 

 

 


Eduardo Luchsinger.

 

Foto de Agencias.


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«Viven preocupados del Transantiago. ¡Y no hacen nada con el Transmapuche!». Las palabras son de Eduardo Luchsinger, agricultor de Vilcún, enrabiado a más no poder con las autoridades del gobierno central. Su enojo no es gratuito. La noche del 17 de agosto, su fundo, llamado Santa Rosa, fue blanco de un ataque incendiario que veía venir. Luchsinger lo presentía y sucedió. Lo había advertido pero no lo escucharon, repite a quien quiera oirlo. Casa patronal, galpones, vehículos y hasta una moderna lecheria, todo reducido a cenizas en cuestión de minutos. 500 millones en pérdidas, arrojó un cálculo inicial. Pero, ¿es posible cuantificar todo en dinero? En absoluto y por ello, más allá que existan seguros comprometidos, la rabia que emerge desde la impotencia lo hace despotricar. «¡¿Y dónde está el famoso estado de derecho?! ¡¿Sirve acaso para algo?!», pregunta airado ante las cámaras, advirtiendo que para la próxima se armará y no solamente de valor. Luchsinger es primo del otro Luchsinger. De Jorge, el dueño del Fundo Santa Margarita y medallista olímpico en lo que ha víctima de atentados y tomas se refiere. En enero pasado jóvenes mapuches ingresaron a su fundo. Pero el «estado de derecho» funcionó y Matías Catrileo Quezada, uno de los manifestantes, terminó muerto en su potrero, acribillado por la espalda con una UZI.

«¿Estamos ante un hecho delictual o más bien político?», pregunta el conductor al senador Alberto Espina (RN) en el panel de Hoy, programa de Red TV. «Claramente se trata de un simple hecho delictual, lo peor sería darle un cariz político a estas acciones vandálicas repudiadas por la ciudadania», responde estoico. «Extraño hecho delictual donde los malhechores no roban nada y lo que parecieran visibilizar más bien son consignas», reflexiona el conductor, con toda lógica. Pero el tiempo apremia y ¡vamos a una pausa comercial! Minutos más tarde, ya en los noticieros, el mismo discurso de Espina se escuchará pero esta vez en boca de Vidal, Harboe y Chahuan, Ministro del Interior, Subsecretario del Interior y Fiscal Nacional, respectivamente. En ese orden. «Quien no entiende a la buena, entenderá con toda la fuerza del derecho», apuntará Vidal. «Estamos ante un hecho delictual y perseguiremos criminálmente a los responsables», subrayará Harboe. «Seremos más severos en la represión. No se va a tolerar ningún tipo de impunidad», advertirá Chahuan. El Trio Dinámico en acción. Los habitantes de Metrópolis pueden dormir tranquilos.

 


Se quiera reconocer o no, el «Transmapuche» ha cruzado la vida política chilena a lo largo y ancho de su historia. Roberto Matta, consultado alguna vez en Europa sobre el Chile colonial, resumió tres siglos de manera magistral: evitar que los mapuches crucen el río Bio-Bio. Tal era la principal preocupación de los Gobernadores del Reino. Y lo debiera seguir siendo en el Chile actual.


Pero Vilcún no es Ciudad Gótica. Y los mapuches en absoluto seguidores de El Guasón y su enfermiza adicción por el caos y la anarquía sin sentido. Lo sabe Vidal, lo sospecha Harboe, dudo que lo intuya siquiera Chahuan. Y es que razón tiene Luchsinger. Mientras las autoridades centrales agotan recursos y medios en solucionar el caotico sistema de transporte público capitalino, un «Transmapuche» de proporciones bíblicas se incuba en el sur. Las señales saltan a la vista: un pueblo que no se considera chileno, un territorio que se demanda como propio, conflictividad social creciente y atisbos de beligerancia armada. Se podrá argumentar que no todos los mapuches están en «esa onda» patriota. Es cierto, pero en estas cuestiones poca utilidad tienen las tortas estadísticas. Se quiera reconocer o no, el «Transmapuche» ha cruzado la vida política chilena a lo largo y ancho de su historia. Roberto Matta, consultado alguna vez en Europa sobre el Chile colonial, resumió tres siglos de manera magistral: evitar que los mapuches crucen el río Bio-Bio. Tal era la principal preocupación de los Gobernadores del Reino. Y lo debiera seguir siendo en el Chile actual.

En la Colonia y aun en la primera mitad republicana del siglo XIX, el mecanismo para mantener la paz con el Pueblo Mapuche fue la negociación política. Excepcionalmente, el recurso de las armas. Ustedes hasta aquí; nosotros hasta acá. «Parlamentos» llamaron los españoles a esas verdaderas juntas diplomáticas, donde lo que primaba era el trato de igual a igual, el diálogo político y no los monólogos actuales. «Parlamentos», le siguieron llamando los chilenos, el último celebrado en Tapihue el 7 de enero de 1825. Lo que generalmente se olvida o se cuenta solo a medias, es lo que vendría después. Año 1880, «Pacificación de La Araucania», avance del ejército chileno al sur de la frontera respetada por siglos en el río Bio-Bio. No más de dos lineas en la historia oficial. «Mucho mosto, mucha música y poca pólvora», al decir de Cornelio Saavedra. Olvida mencionar el general que como todas las pacificaciones que se precien de tal, la del Pueblo Mapuche fue tan fulminante como sangrienta. Y es que bien sabemos por Benedetti que cuando los pacificadores apuntan, por supuesto tiran a pacificar. Y gracias al Winchester, los chilenos gustaban de pacificar hasta dos mapuches de un tiro. Lo recuerdan aun los ancianos en las comunidades. Y no es risa precisamente lo que les provoca.

La familia Luchsinger, retomando el punto inicial, arribó a Chile desde Suiza el año 1883, en el marco del repoblamiento del territorio «pacificado». Al entonces pater familia, Adán Luchsinger, el Estado chileno le regaló «62 hectáreas, una yunta de bueyes, una vaca parida, semillas y madera» para comenzar a trabajar, según la norma establecida por la Oficina de Colonización de la época. Al igual que cientos de otros colonos italianos, franceses y alemanes, los Luchsinger fueron «enganchados» en Europa por la Agencia de Colonización, embarcados en algún puerto y desembarcados con lo puesto en Talcahuano, puerta de entrada a la por entonces conocida como la «Mesopotamia» del sur. Hacia el año 1906, la tierra de la familia Luchsinger se ampliaría a 120 hectáreas. Para la década del 60′ alcanzaban ya las 1000 hectáreas, a costa – denuncian los mapuches – de los miserables retazos de tierras que les dejó a ellos el «pacificador». Es aquí, en esta historia de despojo y no en la delincuencia habitual, donde radica el reclamo sobre las tierras de Luchsinger. Y sobre los cientos de fundos hoy en manos de empresas forestales. Un «Transmapuche» de tal envergadura, ¿será posible de resolver con mayor represión, tácticas antiguerrilla y calabozos, como supone Vidal? Tal vez haya llegado la hora de sentarse nuevamente a «Parlamentar».