El pasado lunes festivo se dio a conocer el texto definitivo de las negociaciones entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, el acuerdo de la esperanza. En él se trató de llegar a los mayores consensos, modificando algunos articulados e incorporando gran parte de las sugerencias hechas por sectores de la sociedad colombiana, en su […]
El pasado lunes festivo se dio a conocer el texto definitivo de las negociaciones entre el Gobierno Nacional y las FARC-EP, el acuerdo de la esperanza. En él se trató de llegar a los mayores consensos, modificando algunos articulados e incorporando gran parte de las sugerencias hechas por sectores de la sociedad colombiana, en su mayoría las de los representantes del No.
Aún así, representantes de la oposición al acuerdo como el senador Uribe y el ex procurador Ordóñez siguen cuestionando el nuevo acuerdo y estos días los han dedicado a estudiarlo para buscar nuevos puntos a ajustar.
Frente a la refrendación del acuerdo, Ordóñez ha manifestado que el congreso no lo puede hacer y diversos representantes del Centro Democrático han dicho que se está imponiendo el nuevo texto. Sin embargo hay que tener algunas claridades:
Primero, el acuerdo no solo se debe a los sectores del No, este es fruto de la negociación del Gobierno y las FARC – EP; segundo, durante años se les invitó a intervenir y no lo hicieron; tercero, el acuerdo debe también incluir las voces que los apoyaron y aquellos que no votaron; cuarto, el acuerdo no puede incluir cuestiones que no se trataron y no son inherentes a éste.
Teniendo en cuenta lo anterior, y otras razones más de peso, se deduce que, aunque se entregue un nuevo texto con correcciones y sugerencias, siempre habrá alguien en desacuerdo, por tanto la aceptación del acuerdo necesita de voluntad política y de hechos de reconciliación.
Los colombianos han vivido parte de su vida republicana casi siempre en guerra, han sobrevivido al centralismo y el federalismo, a la disputa por la construcción del Estado Nacional, a las guerras bipartidistas y finalmente a la época de la violencia. Hechos que desgarraron al país y lo llevaron a una confrontación fratricida, donde el pueblo, las mujeres y las minorías son los que más han padecido.
Por dichas razones, el odio y el rencor se instalaron en el sentido común de una parte de la sociedad y en esta nueva etapa donde se podría alcanzar la paz aún quedan opiniones que se la juegan por la guerra.
El llamado por tal motivo de diversos sectores sociales y políticos es a respaldar el nuevo acuerdo. El momento es crucial, puesto que si se da más largas a este tema, vital de la vida colombiana, se volverá un aspecto de politiquería para las presidenciales del 2018.
Senadores y representantes han hecho el llamado a aprobar el acuerdo por vía del Congreso y acelerar la implementación, pero se necesita de voluntad política y del respaldo de la movilización social.
Si pasa más tiempo, corre más riesgo el proceso. Y si las FARC-EP han sido firmes mostrando su voluntad política, es hora de dar un paso por la reconciliación y desechar los odios y rencores en pro de un bien común, la paz.
Fuente original: http://prensarural.org/spip/spip.php?article20510