Yo soy el oficinista, el técnico, el mecánico, el conductor. Decían, haz esto, haz lo otro, sin mirar a la izquierda ni a la derecha, no leas el texto. No mires el conjunto de la máquina. Tú sólo eres responsable de este tornillo, de este sello en particular. Ésta es tu única ocupación. No te […]
Yo soy el oficinista, el técnico, el mecánico,
el conductor.
Decían, haz esto, haz lo otro, sin mirar a la izquierda
ni a la derecha,
no leas el texto. No mires el conjunto de
la máquina. Tú sólo
eres responsable de este tornillo, de este
sello en particular.
Ésta es tu única ocupación. No te importe
lo que pueda haber por encima de ti.
No intentes pensar por nosotros. Vamos, conduce. Sigue
adelante. Sigue, sigue.
Así pensaban los grandes, los inteligentes,
los visionarios.
No hay nada que temer. Ni por qué preocuparse.
Todo va perfectamente.
Nuestro oficinista es muy diligente. Es un
simple mecánico.
Es un hombrecillo.
Los hombrecillos no oyen, sus ojos
no ven.
Nosotros tenemos cerebro, ellos no.
Contéstales, se dijo a sí mismo, se dijo
el hombrecillo,
el hombre con cerebro propio. ¿Quién manda
aquí? ¿Quién sabe
a dónde va este tren?
¿Dónde tienen el cerebro? Yo también tengo cerebro.
¿Por qué veo la maquinaria completa?
¿Por qué veo el precipicio?
¿Lleva conductor este tren?
El oficinista-conductor-técnico-mecánico
miró hacia arriba.
Se echó hacia atrás y miró ¡Monstruoso!
No lo podía creer. Se frotó los ojos y… sí,
ahí está. Estoy bien. Veo
el monstruo. Soy parte del sistema.
Firmé aquel documento. Y sólo ahora leo el resto
de las palabras.
Este tornillo es parte de una bomba. El tornillo soy yo.
Cómo
pude no verlo, y cómo siguen los demás
poniendo tornillos. ¿Quién más lo sabe?
¿Quién ha visto? ¿Quién ha oído?
El emperador está desnudo.
Lo veo. ¿Por qué yo? Esto no es para mí. Es demasiado grande.
Levántate y grita. Levántate y dilo a los demás.
Tú puedes.
Yo, el tornillo, el técnico, el mecánico.
Sí, tú.
Tú eres el agente secreto del pueblo. Tú eres
los ojos de la nación.
Agente-espía, cuéntanos lo que has visto. Cuéntanos
lo que los iniciados, los inteligentes,
nos ocultan.
Sin ti sólo hay precipicio.
Sólo catástrofe.
No tengo elección. Soy un hombrecillo, un ciudadano,
uno más de la masa,
pero haré lo que debo. He oído la voz
de la conciencia
y no puedo esconderme de ella.
El mundo es pequeño, pequeño para el Gran Hermano.
Yo soy tu misión. Estoy cumpliendo con mi deber. Aliviadme
este peso.
Venid y ved con vuestros ojos. Aliviad mi
carga. Parad el tren.
Bajaos del tren. Próxima parada: el desastre
nuclear. El próximo libro,
la siguiente máquina. No. No existe tal cosa.
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Mordechai Vanunu, técnico nuclear israelí de segundo nivel que trabajaba en un programa secreto israelí de armas nucleares en su país, facilitó en 1986 pruebas fotográficas de dicho programa al diario londinense Sunday Times. Poco después, la policía secreta israelí lo secuestró y lo devolvió a Israel, donde fue acusado de espionaje y condenado a 18 años de prisión. Cumplida su condena fue puesto en libertad sin permiso para abandonar el país. En noviembre de este año fue de nuevo detenido tras hacer algunas declaraciones a la prensa, luego fue liberado y puesto bajo arresto domiciliario. Vanunu escribió «Vuestro fiel espía» al comienzo de los once años y medio en que fue mantenido en régimen de total aislamiento en la prisión de Ashkalon.