Colombia está a un paso de dar un viraje histórico. Los diálogos que se desarrollan en La Habana entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP, han logrado avances sin precedentes de los que un proceso de paz nos hubiera podido dar noticia. Los acuerdos parciales sobre política de desarrollo […]
Colombia está a un paso de dar un viraje histórico. Los diálogos que se desarrollan en La Habana entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC-EP, han logrado avances sin precedentes de los que un proceso de paz nos hubiera podido dar noticia. Los acuerdos parciales sobre política de desarrollo agrario integral, participación política, solución al problema de las drogas ilícitas y víctimas, que incluye el polémico y prometedor acuerdo sobre justicia, han colocado el actual proceso de diálogos en un punto en el que podría considerarse como de no retorno, hacia la firma definitiva de un acuerdo final, que siente las bases para la construcción de la paz estable y duradera que anhela y necesita el país hace décadas.
Las pasadas elecciones del 25 de octubre, significaron un gran retroceso para el conjunto de la izquierda. La pérdida de la alcaldía de Bogotá, que estuvo durante 12 años en manos del PDA y el Progresismo, es el principal botón de muestra. Lamentaciones, autoflagelaciones y balances hechos, rehechos y repetidos en los últimos 25 años. El resultado: una relación de fuerzas desfavorable en el escenario político, contados elegidos en las corporaciones públicas y un papel que parece condenado a sólo dejar constancias históricas y oposiciones sempiternas. La misma historia triste y sin final, decía Frankie Ruiz.
La derecha colombiana, en su variopinta diversidad, salió fortalecida y airosa de unas justas electorales, caracterizadas por el ventajismo, la descomposición y la estrechez del sistema democrático. Vargas Lleras logró el cometido de allanar terreno para su candidatura presidencial en 2018, Santos logró consolidar su política gubernamental y Uribe, a pesar de una importante cantidad de elegidos, no logró los resultados esperados.
Yahir y sus millones en Sucre, Oneida y sus presuntos vínculos con el paramilitarismo en La Guajira, Char y el unanimismo de su elección en Barranquilla. La escena de las tejas, el cemento o los $ 50. 000 (incluso, en muchos pueblos se multiplicó por tres la cifra), a cambio del voto, está naturalizada en nuestro medio casi que como mandato divino. Estos, son sólo elementos expresivos de lo que se nutrió el mal llamado debate electoral en el Caribe.
¡Pueblo ignorante! vociferan ciudadanos indignados y militantes de la izquierda. Lo de siempre.
Lo más fácil es acomodarse a la derrota. Acostumbrarse a ella como el signo característico de la izquierda. Vivir inmersos en la utopía de hacer revoluciones, solamente jugando a hacerlas y luchar, como en los cuentos infantiles, contra dragones inexistentes. La izquierda colombiana no puede seguir atada a la idea de ir de derrota en derrota hasta la «victoria final».
La izquierda de nuestro país está en crisis. No es algo nuevo. Más allá de ser una consecuencia del resultado electoral del 25 de octubre, es producto de la misma práctica anquilosada que ha hecho metástasis en el armazón de la izquierda.
Se trata de pensarnos la política como arte de lo imposible, abordar cara a cara la crisis y enfrentarla. Construir una política que no dé solución real a la crisis de la izquierda, es caer en la paradoja de los «chocolates laxantes» señalada por Zizek: Los chocolates son asociados al estreñimiento y en los comerciales televisivos se vende este producto como solución a la misma enfermedad. Las respuestas, deben alejarse de los errores causantes de la crisis, pues éstos no pueden convertirse en la medicina para los males que causa. La crisis nos trae un mensaje más que alentador: tenemos la oportunidad de volver a empezar.
Se trata de renunciar a lo que nos impide avanzar, quitar el palo que tranca la rueda. Renovar la izquierda colombiana, implica un proceso arduo y complejo, que parte de reconocer nuestros errores y superarlos en la práctica. Dejar de hacer declaraciones de fe eternas y asumir el compromiso real de construir una fuerza social que permita los cambios políticos y sociales tan urgentes y necesarios en el país. La derecha tiene a su favor el poder económico, los medios de comunicación y una red clientelar que se traduce en favores hechos-favores pagados. La izquierda, sólo cuenta con la fuerza que pueda construir para disputar el gobierno y el poder, aprovechando la «potencia transformadora» que brindan los actuales diálogos de La Habana. Sin ella, al decir de Benedetti, estaremos atados a la «blindada soledad» a la que nos condenaría implacablemente la historia.
La izquierda, debe construir verdaderos lazos de comunicación e identidad recíprocos con la gente. Salir de las oficinas y de la reunionitis. Una izquierda renovada, debe dar esperanza a la gente de la posibilidad de un cambio real en las formas de hacer política. Los programas y las plataformas, deben estar a la altura de las necesidades de la gente y deben mostrar la seriedad que tiene la izquierda. Pasar de los discursos que, aunque bien elaborados y estéticamente presentables, no son digeribles, a un lenguaje más cercano que la gente del común pueda entender y apropiarse. Renovar los liderazgos, manteniendo una acertada comunicación generacional entre los nuevos y los experimentados.
Son importantes los acumulados que el movimiento social agrario ha logrado hasta el momento. Sus permanentes movilizaciones dan muestra de ello. Una de las principales dificultades para la izquierda, está en su debilidad en el escenario urbano. Construir un movimiento en tal sentido en el país, no sólo pasa porque la gente haga suyo el discurso de la paz con justicia social que abanderamos desde la izquierda, sino también en dar respuestas a sus interrogantes cotidianos, a construir con ellos procesos que logren dignificar sus condiciones de vida, es decir, a estar permanentemente a su lado, ganándose su confianza y reconocimiento.
Lo anterior, está atravesado necesariamente por la unidad. El 2006, con la candidatura presidencial del fallecido maestro Carlos Gaviria, demostró que una izquierda unida entorno a un programa y un proyecto serio, puede tener mayores posibilidades y proyecciones en la historia del país. Pero hoy, la realidad dista del proceso unitario de hace casi una década.
Han sido ingentes los esfuerzos de las direcciones de las organizaciones y procesos de izquierda a nivel nacional, para llegar a puntos de coincidencia y encuentro, que son más que los que hoy nos mantienen aislados. En la actualidad, se habla de un Frente Amplio que recoja todas las fuerzas y expresiones democráticas y de izquierda, que pueda plantearse como uno de sus objetivos la participación en el escenario electoral en el mediano plazo. Pero la unidad, no sólo pasa por los esfuerzos que puedan realizarse «desde las alturas». El método, debe partir por construir un proceso unitario desde lo regional, pues es desde allí que lo nacional tiene sustento e incluso, existen mejores y mayores niveles de unidad y coincidencias.
Construir confianzas, requisito indispensable para alcanzar los propósitos, debe iniciar en la unidad de acción desde los campos social y político en lo regional. Dejar a un lado los sectarismos, los celos y las zancadillas, son indispensables para lograr construir movimientos regionales o locales que, bajo una plataforma programática, puedan alimentar un escenario unitario de nivel nacional. Lo anterior, puede abonar terreno para decantar discusiones y lograr colocar a la izquierda unitaria en un lugar privilegiado, de cara a las movilizaciones que se avecinan y a las elecciones presidenciales del 2018.
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