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¿Y después de Marcel qué?

Fuentes: Rebelion

Es la pregunta de fondo que deberían estar discutiendo todas aquellas izquierdas comprometidas con la coyuntura histórica. No se trata que Marcel esté en el centro de las políticas izquierdistas o que sea el núcleo del empantanado estado de alianzas que hoy atraviesan a las izquierdas extraparlamentarias en su conjunto. Se trata de visualizar que […]

Es la pregunta de fondo que deberían estar discutiendo todas aquellas izquierdas comprometidas con la coyuntura histórica. No se trata que Marcel esté en el centro de las políticas izquierdistas o que sea el núcleo del empantanado estado de alianzas que hoy atraviesan a las izquierdas extraparlamentarias en su conjunto. Se trata de visualizar que se debe dar un salto cualitativo para forjar una tercera fuerza política y esa tercera fuerza, evidentemente, no puede prescindir de la experiencia electoral y las lógicas organizativas, ya sean orgánicas e inorgánicas, que han despertado dicha candidatura.

Seamos de izquierda o no, seamos libertarios o no, seamos federalistas o no, seamos revolucionarios o no, es un hecho que en Chile la figura presidencial o la opción electoral presidencialista, está en el centro de la cultura política y cualquier imaginario electoral no puede ser disputado sin una alternativa en ese núcleo. Popularmente, se puede tener una crítica al sistema, a los parlamentarios, a los caudillos y burócratas locales, a los dos grandes bloques. Pero no se puede prescindir de una candidatura presidencial, porque ello significa no existir en las esferas finales de la disputa del poder, más relevantes para el imaginario social en su totalidad. Si hoy Parisi avanza en encuestas, tal como ayer avanzó Marco Enríquez, no se debe a su proyecto político o la capacidad de concebir otra derecha o centro político progresista. Se debe al hecho ideológico que la ciudadanía percibe un candidato «rupturista» de eslóganes en el evento político más importante del país, que golpea a los de siempre y abre una alternativa al malestar. Una alternativa, en estricto rigor, imaginaria, pero finalmente abierta a nuevos contenidos y que la izquierda en su conjunto todavía no puede hegemonizar políticamente. No es más ni menos que eso.

Esta proporción y distinción es la que no ha comprendido parte de las izquierdas que empiezan a despertar social y políticamente. Por eso la pregunta, ¿Y después de Marcel qué? Nuevamente: no se trata de arrogar una vanguardia o centralidad del espacio político iniciado por la candidatura de Marcel. Se trata de comprender, afinar y agendar históricamente, que dicha candidatura se enmarca en un antes y después. Antes, porque desde el noventa hasta las presidenciales pasadas, solo el Partido Comunista y su histórico «juntos perdemos», tenía el monopolio de las alternativas presidenciales de izquierdas. Y un después, porque más allá de que si «Chile cambió el 2011», lo cierto es que por primera vez, desde 1970 en adelante, se amplió cuantitativamente el patrón electoral por la inscripción automática y existen dos candidaturas de contenidos radicales que están por fuera de la estructura política conservadora -Marcel y Rosana-, marcada por el duopolio de la concertación y la alianza.

Por qué no entonces preguntarse ¿Y después de Marcel y Rosana qué? Muy simple. Porque más allá del fuerte simbolismo político y popular de inscribir una candidatura sin permiso y frontal a los partidos de siempre. En esta coyuntura, se trata de disputar el sentido común en un horizonte alternativo, de pretensión de igual a igual al dominante, y de cara a toda la compleja heterogeneidad dominada del país, y no solo a los más pobres y maltratados materialmente. Más allá de esa distinción estratégica, el gran problema de Igualdad es no haber comprendido su escala de inserción en la política real y haberse marginado de una política de alianzas. Lo que en el fondo representa sino el problema de la izquierda en su conjunto.

Histéricamente, todavía prima más la lógica de colectivos y los «teóricos» de la revolución que una voluntad y capacidad de alianzas, compleja y socialmente política a los problemas sociales vigentes. En realidad, dentro de todos los problemas, lo constitutivo, es que no hay una fuerza política que pueda imponer y forzar la unidad. No la hay porque nadie tiene la estatura de Allende, por ejemplo, para guiarla. Y no existe porque las fuerzas políticas no son más que movimientos sectoriales del escenario político coyuntural. Es decir, no hay una fuerza que busque y pueda abrir una totalidad distinta al país. No hay, dicho de otro modo, al menos un partido dispuesto a construir, al alero del movimiento social, una plataforma política que inaugure un programa nacional de transformaciones. Esa es la ventaja que tienen aquellos que hoy se insertan en Todos a las Moneda, más allá de las imperfecciones de ese proceso, ya se lo han planteado y organizan sus pretensiones. Porque, querámoslo o no, dentro del evento político más importante que disputa la hegemonía en el país, es la única oferta programática de contenidos dispuesta a considerar fundamentos radicales con inserción social. Por ello, es una verdadera vergüenza e inconsistencia que dirigentes estudiantiles que hoy buscan monopolizar el descontento social en sus objetivos colectiveros, silencien dichos contenidos distinguiendo que «ninguna candidatura presidencial refleja una crítica y propuesta de fondo al problema de la educación».

Podemos pensar seriamente que no tienen ninguna obligación para apoyar la candidatura Todos a la Moneda. Más aún, podemos asumir que tienen críticas concretas para no apoyarlo. Pero una cosa es no apoyarlo ni darle un guiño y otra cosa es decir que no hay contenidos en ninguna candidatura. Porque si hay algo que no podemos criticar a Marcel es que tiene contenidos. Algunos más finos y concretos que otros. Pero de todas maneras contenidos abiertos al problema nacional más de fondo, es decir, como salir del descalabro neoliberal y abrir las condiciones para un país centrado en la comunidad y no en la individualidad.

La pregunta de fondo es, reconocer la legitima apuesta y significación social de la candidatura de Marcel y pensar, críticamente, donde está la línea divisoria entre las izquierdas supuestamente sociales y políticas, en estas presidenciales. A mi juicio, la línea justamente es MEO: ahí termina la socialdemocracia concertacionista. MEO es un bochinche, un niño con aspiraciones adultas de la concertación. Es, ciertamente, una política intrínsecamente republicana que solo en términos éticos, se acerca al progresismo, recreando una versión 2.0 de la concertación. La diferencia radica en sus pretensiones liberales más autonómicas, especialmente en la política social y productiva, que solo contradictoriamente podrían vincularse a un proceso de transformaciones profundas y los contenidos mínimos de un programa hacia las izquierdas.

Y mientras la marcha fúnebre de la derecha más recalcitrante, después de 40 años de hegemonía política, es relativamente cierta. En esos mismos segundos, por la vereda del poder, una nueva hegemonía nace de la mano de Bachelet y los comunistas. Una hegemonía totalizante, que como una aplanadora rápidamente comienza a resplandecer todo el arco político, al punto que la derecha más gramsciana comienza a movilizarse lejos del futre, sin que las izquierdas reaccionen ante la gravedad y amenaza de los reacomodos. En efecto, la concertación se embriaga y se brinda como a principios del noventa, mientras las izquierdas si bien espectran distintas disputas institucionales, parlamentarias principalmente, en la cancha imaginaria más relevante de esta coyuntura, en la disputa presidencial, siguen ensimismadas en sus purezas «teóricas» y marginales o siguen las calculadoras colectivistas o siguen reproduciendo el camino de las desconfianzas, sin dar una prueba real de significación social y política a la altura de las inflexiones históricas. El punto concreto y de fondo, es que un imaginario así debe ser totalmente politizable, y las indefiniciones presidenciales solo marcan el grado de incapacidad para avanzar en respuestas políticas concretas que apunten a un horizonte político alternativo. Por último, si efectivamente dichas izquierdas no visualizan contenidos en las presidenciales, lo lógica sería que politizaran y defendieras la huelga electoral como otros plantearon. Pero la realidad no opera así, solo se apoyan a sí mismos, mirándose el ombligo en sus pequeñas circunscripciones sutilmente asumiendo sus pretensiones vanguardistas. Es, dicho de otro modo, un síntoma de lo pernicioso que le hace a un proyecto de izquierda nacional pensar desde estos colectivos y no pensar en grande. Lo que no quita validez de sus carreras parlamentarias, sino solo consistencia a la voluntad de abrir condiciones a un nuevo ciclo para una tercera fuerza política de izquierda.

En efecto, sabemos que el imperativo de la unidad entre las izquierdas, solo tendrá viabilidad cuando emergen fuerzas sociales y populares que al mismo tiempo conduzcan representatividad de sus contenidos, paralela y dialogante a todas las otras luchas sociales o identitarias. Sin embargo, es evidente que no habrá unidad sin que antes vaya surgiendo, por más ilusa o difusa que sea, una imagen política y radical de pretensión alternativa. Es decir, unas mínimas condiciones que abran un ensayo político que no solo mida la capacidad de las estrechas militancias de las izquierdas, sino que vaya reconociéndose internamente. Un ensayo que pudo haber constatado la capacidad de trabajar con las diferencias y efectivizar políticamente la idea de las autonomías. Un lugar que encaré, con sentido crítico común abierto, los problemas de la marginalidad política y los subterfugios de los candados de la dictadura. Un conjunto de movimientos, activistas y ciudadanos que vayan identificando y defendiendo los principales contenidos de las luchas sociales que se avecinan, aprovechando la tribuna del candidato presidencial. Se trata de marcar una diferencia ante la nueva mayoría (o hegemonía) para ir abriendo un horizonte programático de largo aliento, sensible a las plataformas sociales y políticas que permitan abrir sinceros cambios para hacer un nuevo orden.

Esta es la gran batalla coyuntural. No es ingenuamente un trabajo hacia la conquista electoral, supuestamente legitimadora, como dicen los compañeros de la huelga electoral. Más bien, se trata de un ejercicio de construcción política y social desde las banderas de la propaganda, desde los contenidos portados por múltiples voces, que comiencen a integrarse al sentido común en disputa. Por ello se vuelve sumamente decidor que figuras tan emblemáticas del movimientos estudiantil como Figueroa, no distingan en qué lugar están en estos debates coyunturales que decida una alternativa presidencial y se refuerce en un minúsculo distrito. El problema estratégico de fondo, no visible entre las mayorías de izquierdas extraparlamentarias o movimientos afines, es que, de no competir en esta contienda imaginaria, se regala un tiempo valiosísimo para la nueva hegemonía y se abre una nueva y más incierta re-legitimación. En ese sentido, es casi un hecho que se abrirá un nuevo pacto -con nueva constitución- sumamente amplio de socialdemocracias de nuevo tipo.

En efecto, cualquier disputa de contenidos hacia un mínimo avance de derechos sociales, en los próximos ciclos, evidentemente será una tensión entre los movimientos sociales versus las burocracias bacheletistas. Obviamente la Concertación echará andar toda su máquina una vez que la derecha haya sido «vencida» y pretenda implementar su programa de reformas «con rostro humano». Justamente es en ese momento cuando las izquierdas extraparlamentarias serán los primeros blancos. Por ello, restarse de esta contienda, justo cuando se arman las más conspicuas y finas estrategias de cooptación y reanudación de las formas estatalistas y partidistas de la política conservadora, no solo es una contradicción para el movimiento social en su totalidad, es -y aquí lo delicado del tema- también una posible e inconcebible autocensura. De ahí la importancia de todas aquellas candidaturas que por fuera del duopolio levanten efectivamente programas de luchas y contenidos que tensionen la representación política conservadora.

Es este escenario el que hace sostenible una candidatura como la de Marcel Claude. Pero la pregunta de fondo es, ¿Y después de Marcel qué? Este es el punto partida incluso anterior a cualquier apoyo, porque si no sabemos qué haremos con esta experiencia difícilmente tiene sentido. La respuesta tentativa es, defender el programa al calor de las movilizaciones sociales, pero esta vez, pensar, diseñar y abrir seriamente, condiciones y estrategias de alianzas políticas concretas entre las izquierdas ancladas en un horizonte común. Una izquierda grande similar a una tercera fuerza política capaz de levantar y consensuar un candidato único entre el mayor número y diversidad de fuerzas, respetando las autonomías y distinguiendo las representaciones locales como el núcleo y fundamento de la propuesta. La coyuntura exige aprovechar el impulso del contenido y llegada al sentido común de la candidatura y, más aún, trascenderlo de la posibilidad meramente electoralista. Se trata de ir posibilitando una alternativa y una protesta permanente de contenidos al actual status quo. Ciertamente, no es fe en la personalidad política ni tampoco una tuición de las fuerzas políticas lo que necesitan las izquierdas. Desde luego, se trata de una apuesta amparada en la lucha por el sentido común, pero paralela al proceso de organización popular que pueda efectivamente penetrar el estrecho marco que presenta la hegemonía. Una apuesta de construcción política y cultural de largo alcance crítico al contenido de la estructura dominante que recién se abre.

 

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