El monumento gestionado por pensadores como Indalecio Liévano Aguirre, está en la calle 63 abajo de la carrera séptima, en el cruce entre la calle 63 y la continuidad de la carrera novena. Un parquecito glorioso de palomas de ciudad, de mugre migrante y de historia verídica en suspenso, en un pequeño terreno medio triangular, suelto a su suerte en una avenida de mucho tráfico hacia la séptima para direcciones norte o sur. Pero ahí está. Monumento único a José María Carbonell, jefe Chispero de 1.810, presidente de la Junta Comunera de San Victorino entre el 22 de julio y el 15 de agosto de 1.810; Junta fundamental para la organización popular de la Revolución que hizo posible el Cabildo extraordinario que permitió instalar la Junta de gobierno provisional, forzó, permitió y logró el derrocamiento del último Virrey extranjero del imperialismo español, y generó el éxito de la naciente Revolución por la autonomía y la independencia, tanto de Napoleón que sometió a España desde 1.808, como independencia de España, desde 1.810.
Detrás de los bastidores de la historia oficial esperan intactos personajes y hechos que no hemos tenido la oportunidad de investigar y que la gente en general, en realidad, desconoce. La historia es una indagación permanente siempre en los hechos y los personajes que la habitan; todos los personajes posibles de documentar, porque son las personas las que siempre protagonizan los hechos; y los hechos porque son el terreno donde tienen lugar las relaciones sociales que en conjunto son la historia de una sociedad y del conjunto de la humanidad. Detrás de los cartones medio doblados, descoloridos y gastados del telón de nuestra historia convencional, también está escondido, tal vez omitido, José María Carbonell.
Sucede en todas las sociedades: generaciones se aferran a una versión de su propia historia o simplemente en su era de estancamiento no se apoyan en ninguna perspectiva histórica. Pero cuando una sociedad se sacude y madura, se encuentra con el terreno abonado de su historia viva, llena de rastros, de huellas en sus documentos, que hablan de muchas maneras y con distintas posibilidades de cómo esa sociedad ha llegado hasta su presente. Rastros, huellas y documentos sin los cuales la gente no tiene mapa fundamental con el cual orientarse sobre su camino recorrido ni sobre su camino a seguir, como sin un lugar donde estar, y sin señales de camino por recorrer.
Detrás del pretexto inexplicado de un florero; detrás de un insulto que presumiblemente se profirió de un español contra un criollo, detrás del bastidor de cartón gastado, de un bochinche para fanatizar al tumulto contra los españoles por ser españoles y llamarlos “chapetones”, están otros hechos y otros personajes. Detrás del bochinche sin acuerdo con las gentes que explotó a las 12 del mediodía del 20 de julio y que a las cinco de la tarde se había esfumado, está el hecho de la organización política de Los Chisperos hablando a las gentes de los barrios pobres de Bogotá, después de las siete de la noche, en sus propios términos, hablando de sus realidades cotidianas y de las ilusiones que esas mismas gentes podían llegar a abrigar, como hablar de justicia, de derechos humanos, de igualdad, de fraternidad, de necesidades palpables de todos los días para todos. Esa organización política popular y de Los Chisperos, está detrás de los cartones desgastados de la historia oficial, y con este hecho imponderable y omitido oficialmente, está el líder chispero José María Carbonell.
La historia en su análisis documental, en su interpretación científica y en su conservación en la memoria de las sociedades, está detrás de una carta, detrás de un documento oficial de época, detrás de cualquier fuente primaria o conjunto de fuentes de época, detrás de los discursos de fuentes secundarias de estudio de la documentación que ha quedado hasta nuestro tiempo. Carbonell está detrás de la crónica de Josefa Acevedo, que lo recuerda como un activista fogoso proponiendo en 1.810 una intervención contundente contra el gobierno virreinal, que además demuestra cómo Carbonel hizo parte de muchas de las sesiones secretas de conspiración para tramar los sucesos improgramables del día viernes 20 de julio de 1.810.
Carbonel está en una de las cartas de Gregorio Gutiérrez, hijo de Pantaleón Gutiérrez, rico terrateniente y jefe de milicias durante y después del 15 de agosto de 1.810, carta en la cual, con sonoro desprecio, Gregorio relata a su hermano Agustín, cómo Carbonel lideraba masas de invisibles bogotanos y se atrevía a avanzar hombro a hombro con los desheredados y vistiendo ruana popular en las frías noches bogotanas, y peor aún desde este punto de vista criollo, Carbonel se atrevía a estimular en las masas la idea de una revolución por los derechos de igualdad ante la ley para todos, de libertad ante el gobierno, de derecho a elegir un gobierno. Carbonell está detrás de los documentos que lo acreditan como funcionario del ramo de Tesorería en los gobiernos de Antonio Nariño, de 1.811 a 1.813. Carbonell está en la historia de la revolución de 1.810 en Bogotá.
Representó Carbonel una fuerza tan impactante en su momento, que hacia 1.816, cuando Fernando VII vuelve al trono de España y a Napoleón lo ha rechazado y expulsado el pueblo español de su país, el imperialismo colonial que representó este rey Borbón mandó un ejército “pacificador” para recuperar las imperiales colonias y a la Colombia de la época mando tropas al mando de Pablo Morillo, que durante cinco años significó el desangre de la naciente Primera República en el llamado convencionalmente Régimen del Terror, y de las primeras cosas que dispuso en Bogotá el comandante Morillo, cuya misión era que todo volviera a ser como antes de 1.808, como si nada hubiera sucedido ni España ni en América, de esas primeras disposiciones fue capturar y sentenciar a José María Carbonell. Y por lo menos un párrafo de esa sentencia es muy rica desde el punto de vista de la interpretación historiográfica. El párrafo vale la pena leerlo y dice:
“José María Carbonell. Fue el primer presidente de la Junta tumultuaria que se formó en esta capital (Bogotá), quien puso los grillos al excelentísimo señor virrey Amar, y lo condujo a la cárcel; el principal autor y cabeza del motín, el que sedujo a las revendedoras y a la plebe para insultar a la excelentísima señora virreina, cuando la pasaban presa de la Enseñanza a la Casa del Divorcio; ministro principal de Tesoro Público; acérrimo perseguidor de los españoles americanos y europeos que defendían al rey, y uno de los hombres más perversos y crueles que se han señalado entre los traidores” (Ver: 27 DÍAS QUE ESTREMECIERON NUESTRO MUNDO, página 22, en el cual se hace un análisis más extenso de este rico documento como fuente de estudio histórico).
Carbonell, líder del pueblo y con el pueblo, que se ganó el lugar de Presidente de la Junta tumultuaria es decir, de la Junta Comunera de San Victorino, instalada el domingo 22 de julio de 1.810 en Bogotá. Desde esta organización política popular lideró la presión para derrocar al Virrey Amar y Borbón y expulsarlo del palacio virreinal, expulsarlo del país y expulsarlo del imaginario colonizado de la población como efectivamente sucedió, ya que este fue el último Virrey extranjero que gobernó en la Colombia de la época con la última aceptación de la población en general. ¿Cómo va a reseñar a un revolucionario de verdad y además popular el imperialismo colonial que pretendía que todo volviera a ser colonial y feudal como antes de 1.808, sino como “perverso”, “cruel” y “traidor” ya que su conciencia política y su activismo ya eran en contra del imperialismo y en concreto por el surgimiento de la Primera República claramente independiente de España, en 1.810? Era cuestión de lenguaje para los documentos oficiales de época, para los intereses coloniales de la época.
Mientras tanto, hoy doscientos y pico de años después, apenas doscientos años que en Historia no son tiempo suficiente para decantar nada grande, la memoria de Carbonell descansa entre pitos de carros en la calle 63, en un busto sobre pedestal olvidado como tantos bustos olvidados de los parques, visitado por las ofendidas palomas de ciudad, sucias de contaminación que revolotean y disputan desperdicios al pie del pedestal. Pero allí está honrosamente su memoria, esperando mejores o justos días a su glorioso papel en nuestra historia.
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