El autor critica que se cuestione la violencia de género achacando las falacias y manipulaciones que el neomachismo hace al decir que también hay tantos hombres asesinados por parte de sus parejas y un alto número de denuncias falsas.
Se imaginan que ante la cifra de accidentes de tráfico alguien argumentara «Sí, pero ¿y las víctimas de los accidentes laborales…?», o que ante los datos de infarto de miocardio saliera un especialista diciendo, «Sí, pero ¿y los datos de las hemorragias cerebrales…?», o que ante una campaña contra el cáncer de mama se respondiera, «Sí, pero ¿y contra el cáncer de próstata…?».
Sería absurdo y nadie tomaría en serio la pregunta. En cambio, que al hablar de violencia de género uno de los principales argumentos sea «Sí, pero ¿y los hombres asesinados…?» parece correcto y oportuno, lo cual, sin duda, dice mucho de los valores de nuestra sociedad. Cada uno de esos «Sí, pero…» en verdad demuestra un no rotundo y un desprecio al problema planteado al presentar los datos y la información, porque ningún problema social se resuelve negando y desconsiderando otro.
Y no es casualidad que cada vez que se dan las cifras de las mujeres asesinadas la respuesta sistemática desde sectores muy diferentes (sociales, académicos, políticos, periodísticos…) sea ese: «Sí, pero ¿y los hombres asesinados?», puesto que se trata de las mismas personas que desde esos espacios intentan reducir los 700.000 casos de violencia de género a las 120.000 denuncias, para luego decir, «Sí, pero ¿y las denuncias falsas…?». Hacer este tipo de comentarios ante el drama de la violencia de género no tiene consecuencias porque quien lo dice es el machismo.El argumento de quien nunca se ha preocupado por ninguna violencia hasta que no se ha hablado de violencia de género, de quien utiliza todo tipo de muertes (niños, niñas, personas ancianas, hombres…), sin importarle ninguna de ellas, para ocultar las mujeres asesinadas, de quien cuenta los suicidios de hombres que asesinan a sus mujeres y después se quitan la vida, para aumentar la cifra de «hombres muertos dentro de las relaciones de pareja», de quienes incluyen los bebés asesinados por sus madres en las más diversas circunstancias como «hombres muertos a manos de mujeres», o de quienes recurren al suicidio de los hombres para decir que la culpa la tienen las mujeres por los «divorcios abusivos»…
La idea es clara, aumentar las cifras de hombres víctimas, y así atacar a las mismas mujeres que están siendo asesinadas bajo las referencias de la cultura que ellos defienden con sus estrategias y manipulaciones. Si en realidad les preocupa la violencia que sufren los hombres deberían de decir algo de los más de 300 hombres asesinados cada año por otros hombres en España, y de que Naciones Unidas haya concluido en sus informes que el 95% de los homicidios que se producen en el planeta sean cometidos por hombres contra hombres; pero estos homicidios entre hombres-machos parece que no les importan. Del mismo modo que no dicen nada de los hijos e hijas asesinadas por los padres dentro de la violencia de género para así ocasionarle un mayor dolor a la madre (9 en 2015), ni tampoco de la orfandad a la que condenan a cientos de ellos cuando asesinan a sus madres (más de 130 sólo en los últimos 3 años).
Si en verdad les preocupa la violencia existente en la sociedad pedirían que cada tipo de violencia se abordara con sus características y circunstancias específicas, no que todas se incluyeran en el mismo saco, y menos aún se les ocurriría plantear como primera medida quitar lo que se ha puesto en marcha para erradicar la violencia de género desde ese abordaje especializado. Pero sobre todo, buscarían una sociedad y una cultura más justas en las que la convivencia y las relaciones entre las personas se establecieran desde la Igualdad y el respeto, no desde la jerarquía y el poder asociado a la condición otorgada por la propia cultura, puesto que son esas referencias las que llevan al abuso y la violencia.No lo hacen porque, como hemos indicado, lo único que pretenden es evitar que se hable de violencia de género y quitarle su significado para que no pueda ser relacionada con la desigualdad y el machismo.
De hecho, si analizamos la evolución social y el origen de esta reacción posmachista, comprobamos que el comienzo está alrededor de la aprobación de la Ley Integral, una herramienta clave para abordar de manera global, desde la prevención a la sanción, el problema de la violencia contra las mujeres. Recordemos que en España, desde el asesinato de Ana Orantes a manos de su exmarido, José Parejo, en diciembre de 1997, hasta la promulgación de la Ley Integral en diciembre de 2004, transcurrieron siete años en los que se habló de violencia contra las mujeres alrededor de cada uno de los muchos homicidios que se produjeron, y no se escuchó ninguna voz especialmente crítica con las medidas aisladas de entonces. Pero con la aprobación de la Ley Integral y su referencia al origen cultural a través del atacado concepto «género», se organizó el posmachismo y se produjo la reacción que buscaba cuestionar la realidad de la violencia de género, al tiempo de atacar a las mujeres y a toda persona que la defendiera. Y no es casualidad, puesto que ese origen cultural es el responsable de la normalidad que la envuelve y la mejor protección para el maltratador, hasta el punto de que aún hoy, el 23’6% de las mujeres asesinadas no había denunciado previamente la violencia que venía sufriendo (Estadísticas oficiales de 2015), el 44% de las mujeres que no denuncian refieren no hacerlo porque la violencia sufrida «no es lo suficientemente grave para ser denunciada» (Macroencuesta 2015), y los agresores condenados respecto al total de casos no alcanza el 5% (Macroencuesta 2011 y CGPJ).
El objetivo es claro, impedir que se llegue a la raíz cultural que existe en el origen de esta violencia y evitar que las medidas puestas en marcha, y la consecuente toma de conciencia del verdadero significado de la realidad, puedan modificar la construcción machista, el diseño de las identidades, roles y funciones que ha elaborado, y la violencia normalizada necesaria para mantener esa organización social.
Y todo ello sucede porque quien está detrás de esta violencia no son los 60-70 machistas que asesinan cada año ni los 700.000 que maltratan, sino el machismo como construcción cultural que otorga privilegios y beneficios a quienes reproducen sus valores y referencias, con independencia de que usen la violencia contra las mujeres.
No es necesario que todos los hombres maltraten para obtener beneficios, pero sí que el machismo funcione y se mantenga. No hay duda de que hay que trabajar en todas las violencias, pero contra cada una considerando sus elementos y circunstancias específicas, y el primer gran instrumento para acabar con todas ellas es la Igualdad…
Por eso tampoco sorprende que quienes se oponen a la Igualdad sean los mismos que cuestionan la violencia de género, que justifican con frecuencia a los agresores que la llevan a cabo, y los mismos que intentan presentar la Ley Integral como dirigida contra «todos los hombres», no «contra los hombres que maltratan», para intentar presentar los cambios sociales como un ataque a los hombres y así generar más resistencias y violencia. Si pero, ¿y la Igualdad?… Pues aquí, cada vez más cerca de ella, de ahí la reacción posmachista del machismo.
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