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Con los miembros de la comunidad de San José de Apartadó

«Ya no tiene sentido hacer denuncias de los crímenes ante la Fiscalía o ante los procuradores del Estado colombiano»

Fuentes: Rebelión

«Destapan fosas comunes de campesinos y el gobierno no hace nada concreto para juzgar a los autores de estos crímenes que bien se sabe son los paramilitares. En Colombia militarismo y paramilitarismo son el mismo verbo mal conjugado», sostiene María Berthilda Tuberquia Quintero, mienbro de la comunidad de paz de San José de Apartadó fundada […]

«Destapan fosas comunes de campesinos y el gobierno no hace nada concreto para juzgar a los autores de estos crímenes que bien se sabe son los paramilitares. En Colombia militarismo y paramilitarismo son el mismo verbo mal conjugado», sostiene María Berthilda Tuberquia Quintero, mienbro de la comunidad de paz de San José de Apartadó fundada en 1997 por iniciativa del Obispo Isaía Duarte Cancino, quien fue asesinado poco más tarde por los Narcos. Así empieza Berthilda su conversación y a continuación cita las siguientes palabras del Presidente Uribe que, refiriéndose a las gentes de las comunidades de paz, ha dicho: «si no los hemos acabado a tiros, los acabaremos con los planes de acción social».

Desde hace once años, como mujer líder al interno de la comunidad de paz, Berthilda es una promotora de la resistencia pacífica, activista en la red de asentamientos de las poblaciones civiles que desde el 2001 han roto radicalmente con la estrategia de muerte y la cultura de la violencia del Estado colombiano. «Porque para este último cualquier persona o comunidad que no comparta sus estrategias es un guerrillero, por eso el Estado actúa autorizando y amparando a militares y paramilitares para que hagan excursiones en las comunidades de paz-dice Berthilda.

Es así que, con el objetivo de pedir protección internacional y la misión de sensibilizar a los gobiernos europeos, para que no compren productos de Chiquita brand y no financien o apoyen al gobierno de Uribe, Berthilda deja sus cinco hijos en la comunidad y una vez al año, gracias al apoyo de organizaciones de ayuda internacional, viene a hacer un recorrido por algunos países europeos. Por esto la encuentro en compañía de otro líder de la comunidad, Wilson David Huguita, un muchacho de treinta y dos años especialista en educación comunitaria. Ambos han venido a Génova, gracias al sostén de la red italiana de solidaridad para con las comunidades de paz colombianas, que nació en Narni hace cinco años y que se encargan de organizar su presencia en varias ciudades italianas.

Con extrema sencillez, Wilson toma la palabra para hablarme minuciosamente acerca de la educación alternativa que promueve la comunidad para sembrar otra conciencia.

«A partir del año dos mil, la comunidad está poniendo en práctica una educación alternativa con los niños huérfanos, educación que ha permitido que la comunidad ya cuente con seis jóvenes que han obtenido su bachillerato alternativo».

«Nuestra ruptura con el Estado colombiano se ha dado por varios frentes. Por el frente de la instrucción escolar ha ocurrido por la urgencia de proponer una educación que no semeje a la del gobierno, sino que sea un canal para una verdadera transformación social: una instrucción que ante los huérfanos del conflicto armado que vive Colombia, tome en cuenta otros puntos de vista. Que trasmita a éstos una conciencia del rescate de una memoria ancestral y del sacrificio de sus padres».

«En la comunidad tenemos más de cien niños huérfanos, de éstos aproximadamente unos 40 han quedado sin padre y sin madre, y el proceso de aniquilación del que muchos de ellos han sido víctimas se debe a que han recibido una educación por parte de personas ajenas que no son capaces de sacar un historial de estos niños. Educadores que enseñan matemática y materias de contenido social de una forma general, homologada, contenidos que no sirven a los huérfanos para interpretar y elaboran sus traumas. Entonces nosotros, aprovechando que el Estado nos ha desconocido, como comunidad hemos iniciado otro tipo de educación, tenemos nuestros maestros y a estos huérfanos no sólo les enseñamos a leer y a escribir, sino que les trasmitimos otro legado, otra historia, otra conciencia».

«Nuestros maestros realizan un trabajo muy importante, porque es una enseñanza que corta con la lógica de la violencia que desde hace cuarenta años se vive en Colombia y que es incapaz de asegurarle a un niño huérfano otro futuro que no sea un futuro de muerte, ya que éstos cuando salen de las escuelas del gobierno y cumplen su mayoría de edad, si sus padres fueron asesinados por los paramilitares se meten a la guerrilla, o si los mató la guerrilla, se van para el ejército. Lamentablemente estos muchachos, por ejecutar una venganza, también mueren, como sus padres».

«La educación del Estado colombiano abona para que estos niños huérfanos, a partir de los doce años, entren en la lógica del conflicto armado colombiano. Por esto las comunidades de paz luchan por una alternativa pedagógica que rompa con este mecanismo siniestro, para que estos niños tengan otra posibilidad de vida. Como comunidad nos oponemos y denunciamos los casos de muchachos que son reclutados para el servicio militar. Queremos formar conciencia a partir de la infancia, y si en un futuro, los huérfanos de la comunidad querrán irse a prestar servicio al ejército que lo hagan, pero con la conciencia de que prestarán servicio a un Estado asesino».

«Hace dos años en Bogotá retuvieron tres muchachos de las comunidades de paz que habían ido a la capital a solicitar el visado para viajar a Alemania. Los detuvieron, para internarlos, pero nosotros nos movilizamos, hicimos acciones y presiones que lograron que estos muchachos fueran liberados».

«Mas un joven huérfano no sólo se pierde de la manera que he descrito anteriormente, también se pierde cuando crece y se va a estudiar a una universidad colombiana cualquiera, de donde saldrá para irse a trabajar a una multinacional. Aquí reside nuestro trabajo más difícil, evitar que un muchacho huérfano entre a trabajar en una multinacional, que luego venda sus tierras y desaparezca porque lo transfieren a trabajar a un sitio lejano. En este sentido, la Diócesis de Apartadó nos está ayudando, nos suministra personal que da maestrías a nuestros jóvenes para que no se vayan de la comunidad y sigan como maestros instruyendo a los más pequeños».

«Un muchacho con un conocimiento distinto es un bocado para una multinacional. Y este es nuestro trabajo más duro, enseñar a los jóvenes huérfanos el amor por la tierra, darles las bases universitarias que les transmitan valores que les sirvan para que no caigan en la tentación de perderse entrando a una multinacional».

«Por eso en la universidad campesina, que es el paso sucesivo después de los estudios del bachillerato alternativo, les enseñamos a los jóvenes a saber cómo se trabaja el producto orgánico, cómo una comunidad puede resistir usando criterios de agro alimentación interna que contrasten el efecto de un bloqueo. En la actualidad más de 140 familias estamos trabajando en las veredas y en momentos de bloqueo de otras comunidades recogemos kilos de maíz para pasárselos a las otras comunidades, porque de esta manera al menos les garantizamos una mínima subsistencia».

Además de esta pedagogía de la liberación concreta que nos ha apenas esbozado Wilson, las comunidades de paz tienen sus estrategias simbólicas, organizan marchas o peregrinajes por los recorridos de la muerte, los caminos colombianos donde militares y paramilitares han dejado sus fosas comunes, entonces le he pedido a Wilson que me explique un poco más al respecto.

-Marchamos cargando ataúdes que representan los cuerpos de los desaparecidos, así denunciamos estos asesinatos. Es nuestra principal estrategia simbólica, que nos causa mucho riesgo, pero es el único gesto que podemos hacer para clamar justicia. Una forma de protesta que no se conoce en los medios de comunicación nacionales o locales y que si aparece en una noticia es para hablar de ella de una forma muy distinta. Esta es la única opción que tenemos, para demostrarle a la Fiscalía, a través del número de ataúdes, el nivel de impunidad al cual ellos han llegado.

-¿Estas protestas son trasmitidas por las radios locales?

-Tenemos una radio que se llama «Voces de paz», hace ya unos años hicimos la petición de frecuencia, pero nos respondieron que no nos otorgaban cobertura, porque causaríamos interferencia a las emisoras locales ya presentes en la zona: Apartado Stereo y Antena Stereo, la primera propiedad del alcalde de Apartadó, y la segunda de un ex alcalde. Por eso no hemos podido sacarla al aire, ya que según el gobierno colombiano, una emisora sin frecuencia es una emisora ilegal. La única emisora que trasmite a favor de nosotros es «Voz indígena» que tiene locutores que han estado viviendo en la comunidad.

Wilson me explica por qué el segundo frente con el cual las comunidades de paz han roto es el frente de la legalidad y la justicia del Estado colombiano.

– Presentamos 130 denuncias ante las fuerzas investigativas del Estado y éstas no han sido en grado de conseguir ningún responsable. No existe justicia para el campesino, para el indígena y para el negro colombiano. Por esto, a partir de la masacre del 2005, ya no hacemos denuncias ante la Fiscalía o ante los procuradores del Estado. También cortamos con ese lazo de interlocución que teníamos con el gobierno tejido por la corte iberoamericana de derechos humanos, ya no lo seguimos. De nada sirve colaborar con un Estado que está matando la población civil. Por eso la comunidad ha creado un registro autónomo donde nosotros mismos llevamos la cuenta de las muertes, esos datos los trasmitimos en los comunicados públicos, se los presentamos a organizaciones internacionales que defienden los derechos humanos y a un «Banco de datos» que tiene su principal oficina en Bogotá».

«Rompimos con la justicia del Estado colombiano, porque la estrategia de exterminio del campesinado colombiano, por parte de los paramilitares, goza de la impunidad que les ofrece el gobierno. Los paramilitares llegan a insultar a los campesinos, los amenazan acusándolos de guerrilleros y recordándoles que van a acabar con la guerrilla. A La Unión han entrado en cuatro ocasiones, y cada vez han dejado un número de siete personas muertas o causado desplazamientos masivos. Cuando los paramilitares llegan, o reúnen a la población civil, o pasan casa por casa a insultar las familias, a quemar sus viviendas y a efectuar los saqueos de víveres. Y el pánico es que los paramilitares actúan amparados con el acompañamiento de la fuerza pública».

«Por esto hacemos un llamado urgente a la opinión pública internacional, para que a través de los organismos internacionales, realicen una petición escrita al gobierno colombiano donde se le pida que en la zona cese la intervención paramilitar amparada por la fuerza pública. Hace unos días un grupo paramilitar que tiene sus bases operativas en uno de los quince municipios de Urabá, con el acompañamiento de la policía, se encontraba a media hora de distancia de la vereda La Unión; el primer asentamiento de las comunidades de paz colombianas donde residen 56 familias, en los actuales momentos está corriendo el riesgo de una masacre o de ser inducido, por miedo, a un desplazamiento masivo».

Explica Berthilda que también las mujeres en las comunidades de paz tienen un papel activo en las tierras que han recuperado.»Para hacer frente a la cultura de la violencia en Colombia, la comunidad se ha organizado a través de estructuras colectivas presididas por nosotras las mujeres, quienes nos encargamos de la cultivación del cacao, la yuca y el plátano -dice Bertha».

«Esta es nuestra forma de organización, la respuesta que damos a las estrategias del gobierno colombiano. Cuando comercializamos nuestros productos, la plata recaudada por las cultivaciones, la recogemos en conjunto y, luego, la distribuimos a cada quien por partes. También tenemos un día comunitario donde trabajamos juntos, es nuestro día de la integración, de esta forma reforzamos las raíces, las costumbres y la identidad de la comunidad.»

«Estamos viviendo bajo un sistema de gobierno que no nos pertenece, porque nos propone modelos de Estados Unidos y prácticas de neoliberalismo que no nos sirven. Por eso el trabajo colectivo es nuestra alternativa. En la in-Esperanza en la que vivimos, no somos la salvación para el mundo, pero somos una alternativa, y esto gracias al trabajo colectivo que nos permite sacar nuestro potencial, para auto defendernos. La in-Esperanza es tanta, que en Colombia han ocurrido muchos cambios, por ejemplo, pensar en casarse por las leyes católicas es algo impensable, es algo en lo que la gente ya no cree. Por las mismas políticas neo liberales hasta la Iglesia se ha dividido. Hoy en día ya no existe vocación sacerdotal, los sacerdotes colombianos ya están todos muy viejitos; ese mundo de la Iglesia Católica se está acabando, porque quién cree en una persona que está al servicio del divisionismo y de laceraciones tan profundas-dice Berthilda.