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Simón Royo y el signo de Aries

Yo no quiero ser terrorista

Fuentes: Rebelión

1 En un artículo recientemente publicado en esta página con el título de: «Sobre el terrorismo individual contra la dominación» (Rebelión miércoles 23 de junio de 2004 sección Opinión), el periodista y filósofo Simón Royo llevaba a cabo una abierta apología de la dignidad de esta actividad -la del «terrorista individual» e incluso la del […]

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En un artículo recientemente publicado en esta página con el título de: «Sobre el terrorismo individual contra la dominación» (Rebelión miércoles 23 de junio de 2004 sección Opinión), el periodista y filósofo Simón Royo llevaba a cabo una abierta apología de la dignidad de esta actividad -la del «terrorista individual» e incluso la del terrorista «suicida»- como forma legítima de respuesta ante «una tan elevada opresión, represión y dominación como la ahora existente». El argumento que empleaba Simón Royo para defender esta posición recordaba bastante al que, hace poco, usaba también el matemático y escritor Carlo Frabetti en un artículo titulado: «Todos somos putas» (Rebelión miércoles 9 de junio de 2004 sección España) para defender la dignidad de aquel «oficio» y su eficacia como forma de lucha en contra de una opresión, represión y dominación tan elevadas como aquellas a la que están hoy día sometidas las mujeres.

En aquel caso el argumento venía a decir -al menos según el análisis del mismo que llevaba a cabo la feminista (de salón) y profesora Alicia Martínez Ea en su artículo «Yo no quiero ser puta» (Rebelión martes 22 de Junio de 2004 sección Mujer)- que si admitimos una prostitución colectiva e institucionalizada como aquella a la que nos vemos todos sometidos (en cuerpo y alma) bajo un régimen como el capitalista, y hasta demostramos las mayores consideraciones hacia aquellas mujeres que la ejercen individualmente en tanto que esposas y amas de casa -«las verdaderas esclavas sexuales» en opinión de Frabetti- y bajo la forma específica, por tanto, en que se la impone a su género un régimen como el patriarcal, no tiene sentido que nos neguemos a admitir una prostitución individual y alternativa como la de esas mujeres que: «se alquilan en vez de venderse, como las esposas», y que: «tienen muchos clientes en lugar de un solo amo», y que nos resistamos a considerar ésta como una actividad económica más -como una parte más de ese mismo todo- susceptible de regularse conforme a, por ejemplo, el régimen de otros trabajadores autónomos como los taxistas, sólo porque cuenta aún con una base social -digamos- más difusa -o con unos clientes más reservados a los que no les gusta confesar la frecuencia con la que viajan en taxi-.

La profesora Alicia Martínez llamaba allí la atención con toda claridad, acerca del hecho de que, dado que el argumento se basa en la previa aceptación de aquella premisa según la cual se admite la legitimidad de esa prostitución colectiva e institucionalizada, es un argumento que podría valer, en todo caso, para denunciar la doble moral de personajes como Esperanza Aguirre y Alberto Ruin Gallardón -que era lo que inmediatamente trataba de hacer Carlo Frabetti en su artículo a propósito de la reciente operación de «Lucha contra la esclavitud sexual»- pero, de ninguna manera, para defender la legitimidad de un ejercicio de la prostitución individual y alternativa en los términos indicados -cosa que, no obstante, también se intentaba hacer allí-, a no ser que se quisiera defender esto último sobre aquella misma base, es decir, sobre la previa aceptación de la legitimidad -o cuando menos de la inevitable necesidad- de las condiciones mismas de la dominación capitalista y patriarcal -como hacen, en efecto, quienes adoptan un punto de vista tan radicalmente neoliberal acerca de la cuestión como el de los «empresarios del sexo», que se cuentan también entre los promotores más activos de este tipo de iniciativas reglamentaristas y liberalizadoras-.

En lo que respecta a la presunta eficacia del ejercicio de tal profesión desde el punto de vista de la lucha por los derechos de la mujer -en tanto que actividad que pondría inmediatamente en manos de las propias interesadas (sin tener que pasar por ninguna Revolución), sus medios de producción, dándoles así la posibilidad de «autogestionarlos»-, la profesora Martínez hacía ver de qué modo, mediante el acrítico intento de instrumentalización de una posición esencialmente dominada, las putas pasaban a servir, de forma todavía más ventajosa, a los intereses de esas mismas estructuras patriarcales y capitalistas de dominio, al contribuir activamente -y no sólo de forma pasiva- al mantenimiento de la misma violencia (fáctica o simbólica) a través de la cual éstos se imponen, satisfaciendo así con una mano las ansias de dominación de los «clientes» (o «puteros») mientras con la otra llenan los bolsillos de los «empresarios del sexo» (o «puteadores» -por decirlo con los expresivos términos de la profesora Martínez Ea-) que, suelen ser, además, varones en ambos casos.

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En el artículo del periodista Simón Royo se usa un argumento análogo en relación con el ejercicio del terrorismo -cuestión ésta hacia la que también apuntaba, dicho sea de paso, el propio Carlo Frabetti en el suyo-, sosteniendo que si se admite la legitimidad del terrorismo de Estado gracias al cual el «actual Imperio» y la «nueva Gestapo» -a base de «matar y de sojuzgar y dominar a la mayor parte del planeta»- consigue mantener «una tan elevada opresión, represión y dominación como la ahora existente», y hasta se rinde homenaje a aquellos que han contribuido individualmente a esa lucha -fuera en calidad de estadistas (como Bismark), o a través de acciones bélicas realizadas más allá del cumplimiento del deber (como la del soldado Eloy Gonzalo autoinmolado en acto de servicio durante la Guerra de Cuba y homenajeado, con la lata de gasolina bajo el brazo y la antorcha en la mano, en la estatua sita en la Plaza de Cascorro)-, no se entiende muy bien: «por qué entonces nos extrañamos ahora tanto de que haya naciones que consideren a quienes nosotros llamamos ‘terroristas’ como héroes y estén dispuestos a erigirles estatuas y dar su nombre a las calles de sus ciudades», y por qué algunos siguen empeñándose en condenar a esos individuos y tratando de criminalizar ese uso alternativo y autogestionado que hacen de la violencia esos «equipos» -como los llama Simón Royo- terroristas sólo porque sus actividades cuentan con una «base social más difusa».

Ciertamente un argumento como éste que emplea Simón Royo podría servir, quizás, para denunciar la doble moral empleada por personajes como Federico Jiménez Losantos o Gabriel Albiac (e incluso Pedro J. Ramírez o Juan Luis Cebrián) a la hora de enjuiciar determinadas interferencias violentas en la actividad política -tal y como el propio Simón Royo hizo en su momento en estas mismas páginas a raíz de las justificaciones aparecidas en algunos medios del golpe de estado acaecido en Venezuela- pero, no parece que de ninguna manera pueda servir eso para defender la legitimidad de un ejercicio del terrorismo individual y alternativo a no ser que se pretenda sostener tal legitimidad en la aceptación previa de la del terrorismo de Estado. En caso contrario basta, en efecto, con negar la mayor.

Pero lo peor es que, tal y como se plantean las cosas en el artículo, ni siquiera es necesario hacer esto, ya que se puede simplemente invertirlo -como harían sin duda individuos como Losantos, Albiac o Ramírez si leyeran el artículo de Royo- para poder así escandalizarse a continuación acerca del hecho de que sujetos como el periodista y filósofo Simón Royo, después de haber legitimado ellos mismos el terrorismo individual y alternativo y el empleo autogestionado de la violencia, se extrañen de que haya todavía naciones que consideren a aquellos a quienes Simón Royo denominaría «terroristas de estado» y «criminales de guerra», como héroes, estando dispuestos a erigirles estatuas y dar su nombre a sus calles y a sus hijos; y tanto más cuanto que, encima, estos últimos tienen una «base social» mucho menos «difusa» que aquellos, y se les ha elegido, muchas veces, en las urnas -como a Hitler y a Reagan-.

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De la misma manera, tampoco resulta muy fácil de ver cuál es la eficacia que Simón Royo parece conceder a ese terrorismo -sea «individual» o en «equipo»- como arma de lucha en contra de la dominación capitalista y del imperialismo, ya que como es de sobra sabido, éste tipo de actividades suelen más bien contribuir directamente -como tantas veces se ha dicho ya- a la conservación y aumento de la misma violencia (fáctica o simbólica) a través de la cual se imponen los intereses que hay tras aquella dominación, y hasta acaban haciendo aparecer a esa misma violencia como necesaria en nombre de la «seguridad». Los equipos terroristas de los que habla Royo -de una manera no muy diferente a como lo hacen los equipos de fútbol- acaban satisfaciendo así con una mano las ansias de la dominación (fáctica y simbólica) de los imperialistas (que son, en realidad, los que acaban ganando siempre la Championleague) mientras, con la otra contribuyen a llenar los bolsillos de los emperadores -que no suelen ser ya, además, esos «reyes y esos dictadores» de los que de manera tan encantadoramente decimonónica habla Simón Royo, sino unos individuos cuyos nombres ni siquiera llegarán a conocer jamás los del turbante y los de la lata de gasolina-.

De hecho ni siquiera se trata ya, propiamente, de individuos que tengan nombres propios, sino, más bien, de unos números, que son los de unas cuentas donde se ingresan los beneficios de una o de varias sociedades anónimas y de las que sacan dinero después unos muchachos con bermudas para alquilar un catamarán. Pero ni siquiera estos muchachos tienen nombres propios en sentido estricto, porque normalmente se les conoce como «Fefa», «Pitita», «Bertín», «Espe» o «Chema». Obviamente los del turbante y la lata de gasolina pueden acabar con el Archiduque Francisco Fernando y hasta con «Sisi» emperatriz -a los que a lo mejor hasta les están haciendo un favor-, pero no con «Gigi», con «Dedé», con «Dudú», con «Dodi» y con «Lady Di», ni con todos y cada uno de los demás individuos que, instantáneamente, ocuparían ese lugar estructural siguiendo estrictamente -como los valores de la variable independiente en una función matemática- la línea sucesoria, sustituyéndose infaliblemente los unos a los otros -cayendo, propiamente en esos lugares «naturales» suyos (reveasé El Padrino I, II y III de Francis Ford Copolla) como piedras-. Inmediatamente después la variable dependiente o ligada queda igualmente determinada en función de ellos, dando también un poco lo mismo quién ocupe, al otro lado -el dominado- de la ecuación, el lugar de «el Chus», «la Mari» o «el Jose».

En España, por ejemplo, se acaba de rebajar el impuesto de sucesiones -algo que, curiosamente, afecta a las transmisiones patrimoniales de beneficios, pero no a las de deudas e hipotecas-. Hace unos meses, la Unión Europea ratificó los acuerdos que permiten a las empresas radicadas en ella seguir teniendo tratos comerciales con un país como Suiza que aún mantiene el secreto bancario. Los comisarios europeos que persiguen el fraude fiscal tienen, hoy en día, encima de sus mesas, organigramas empresariales más complicados que la arquitectura de un microchip -que, recordemos, está formado por líneas que nunca se cruzan unas con otras, lo que obliga a los diseñadores a hacer verdaderas virguerías topológicas-, y que, sólo en Europa, están bajo la jurisdicción de varios sistemas legales diferentes entrelazados, además, por tratados distintos. Para localizar hoy a esos Bismarks o a esos Hitlers a los que habría que asesinar en sus cunas para poder así influir como individuos en el curso de la Historia -a la manera que parece proponer Simón Royo-, sería necesario, pues, contar con alguien que tuviera la habilidad analítica y los conocimientos de Matemáticas, Física, Ingeniería, Informática y Economía, de un János Lájos Neumann, y que fuera así capaz de planear un atentado realmente eficaz en contra de todo este entramado capaz de echarlo abajo entero. De hecho eso fue precisamente lo que hizo János Lájos, que consiguió así acabar no con uno, sino con dos imperios distintos.

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János Lájos Neumann -familiarmente conocido como «Jáncsi»- fue, como es sabido, un famoso matemático húngaro judío de familia bien, cuyos padres -banquero él y rica heredera ella- compraron uno de los títulos nobiliarios concedidos en 1913 por el emperador Francisco José, pasando a conocérsele desde entonces como Margittai Neumann János -según las nomenclaturas nobiliarias locales-. János alemanizó no obstante su nombre durante su período de formación en Alemania en los años 20 pasando a llamarse Johann Ludwig von Neumann. Posteriormente el matemático tuvo que huir a comienzos de los 30 ante el avance del nazismo refugiándose en los Estados Unidos, nacionalizándose americano y cambiando nuevamente su nombre ahora por el de John von Neumann -o «Johnnie», como era también conocido entre los generales del pentágono y los directores de empresas como la IBM o la Standard Oil Company para los que trabajó después-. Von Neumann fue, durante la guerra, uno de los principales miembros del equipo de investigación de Los Álamos que desarrolló la bomba atómica. También fue asesor del comité que decidió los usos estratégicos de la misma y que propuso a Harry Truman los objetivos en el Japón. En efecto Johnnie era fervientemente anti-imperialista y se alineó después de la guerra con el sector más duro de la defensa americana sosteniendo la conveniencia estratégica de aprovechar la ventaja armamentística de la que disponían entonces los Estados Unidos, llevando a cabo un ataque preventivo en contra de la URSS, dirigido a objetivos seleccionados e idéntico al realizado contra Japón, forzando así, del mismo modo, la rendición incondicional de aquellos -todavía aliados- a quienes ya se veía como unos potenciales enemigos (ver nota 1). Los consejos de von Neumann fueron desoídos por Truman, pero no por Eisenhower a quien contribuyó decisivamente a inclinar a favor -a pesar de sus promesas electorales de frenar la carrera armamentística- del desarrollo de armas nucleares más potentes -como la Bomba H y las armas termonucleares- en el marco, además, de proyectos altamente secretos. Eisenhower redujo, eso sí, la producción de armas convencionales y de escopetas de balines, tal y como había prometido en su campaña. Esto fue posible incluso en contra de las tesis vehementemente defendidas por el propio Oppenheimer quien se oponía a tales proyectos de desarrollo y defendía la necesidad de poner, una vez acabada la guerra, todo el programa nuclear bajo el control público y la supervisión del Congreso (ideas estas que, unidas al hecho de haber tenido amistades comunistas de juventud, le costaron a Oppenheimer una acusación ante el Comité de Actividades Antiamericanas a la que hubo de hacer frente durante varios años hasta conseguir salir absuelto). Von Neumann no tuvo nunca estos problemas y fue reelegido varias veces como miembro de la AEC, la poderosa Comisión de Energía Atómica norteamericana a través de la cual se gestó la puesta en marcha del -así llamado- «complejo militar-industrial» con el que los Estados Unidos hicieron frente a la Guerra Fría y con el que consiguieron finalmente -ya en tiempos del recientemente fallecido actor Ronald Reagan- vencer por hambre al régimen Soviético. La labor individual de von Neumann contribuyó decisivamente -no sólo en este ámbito o en el de la Física en general, sino en otros como los de la Economía (donde su Teoría de Juegos desempeña hoy un papel fundamental en el ámbito de la doctrina neoliberal y fue el modelo del desarrollo de la Teoría de Sistemas), la Informática (donde siguen utilizándose aún hoy computadores basados en lo que se conoce como la «arquitectura von Neumann» desarrollada por él en los 50 en el IAS de Princeton), o la Ingeniería Química (terreno en el que llevó a cabo importantes investigaciones para las empresas petrolíferas americanas)- a echar abajo no sólo un imperio (el Tercer Reich o el Imperio del Sol), sino dos (también el Imperio Soviético) contribuyendo así decisivamente a derribar al mismísimo «Imperio del Mal» y a lograr que el bien llegara a dominar definitivamente en el mundo tal y como sucede hoy en día cuando ya el reino de Dios ha bajado a la tierra y los ángeles cantan sus alabanzas en los periódicos y los mártires resucitan para poder volverse a inmolar y demostrarle así su amor en una fiesta perpetua.

Von Neumann murió joven, con apenas cincuenta y tres años, a causa de un cáncer de huesos que contrajo, quizás, durante sus inspecciones de las pruebas nucleares americanas en el desierto de Nevada y en las islas del Pacífico -que causaron una importante contaminación radiactiva que sólo hace unos años empezó a salir a la luz pública, y que borraron para siempre del mapa a la pequeña isla de Eniwetok el 1 de noviembre de 1952 durante las pruebas del misil Mike shot-. No pudo, por tanto, asistir a ésta apoteosis de la Ecclesia Triunphans liberal a cuyo advenimiento él tanto contribuyó y con la que tanto hubiera disfrutado.

No obstante, si algún joven miembro de las SA hubiera sido capaz de prever el peligro potencial que representaba un intelectual judío de buena familia como él, dedicado por entonces, al intento de axiomatizar la Física Cuántica, para el Reich alemán, y le hubiera dado un buen porrazo mientras todavía era estudiante en Berlín, hubiera cambiado, sin duda, el rumbo de la Historia, y von Neumann nunca hubiera podido llegar a realizar unas contribuciones individuales tan decisivas en la lucha contra del imperialismo como las que llevó a cabo como colaborador de Laboratorio de Investigación Balística de Aberdeen, asesor de la RAND Corporation (encargada del análisis estratégico de las Fuerzas Aeresas desde el 46), consultor de la IBM, la Standard Oil Company y la Ramo-Wollridge Corporation (principal empresa fabricante de misiles tácticos) y asesor de la CIA desde el 52; contribuciones todas ellas por las que recibió la Medalla al Mérito concedida por el presidente de los Estados Unidos, y la Medalla al Servicio Civil Distinguido de la Marina de los Estados Unidos. Sin embargo la dificultad estaba en que, con la cara tan bonachona y regordeta que tenía von Neumann, a nadie en la vida se le podía haber ocurrido a finales de los años 30 -cuando Oswald Veblen lo fichó para el IAS como a tantos otros científicos procedentes del ámbito germánico dentro del programa puesto en marcha por el Comité de Emergencia para Académicos Alemanes Desplazados apoyado por las becas de la Fundación Rockefeller- que luego iba ayudar a fabricar una bomba capaz de borrar Eniwetok del mapa, y que desde principios de los 40 ese mismo «Johnnie» iba a estar aconsejando primero a «Harry» y luego a «Ike» que tiraran bombas nucleares encima de los rusos por si acaso. No obstante, quien sabe si quizás, el propio von Neumann, si levantara hoy la cabeza, hasta llegaría a la conclusión de que -observando estrictamente su principio del maxi-min- la mejor contribución individual a la lucha contra el imperialismo que pudo haber llegado jamás a realizar hubiera sido la de tirarse la puente del Rihn en 1932 con los tres volúmenes de su Mathematische Grundlagen der Quantenmechanik ataditos al cuello.

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Porque el caso es que, incluso si se admitiera -con Simón Royo- que «hay un terrorismo paramilitar que busca la destrucción de individuos benefactores de la humanidad y liberadores de los pueblos», y «un terrorismo revolucionario que busca la destrucción de los dictadores y de los reyes», y que uno y otro «no son lo mismo», sigue quedando sin resolver la cuestión de saber cuál es la diferencia, por que el caso es que lo que nadie pude negar es que sean o no lo mismo, desde luego son iguales. En efecto, en el caso de que a alguien se le ocurriera la idea de considerar a von Neumann un terrorista -alegando, por ejemplo, que perteneció a toda clase de «equipos» dedicados a instrumentalizar la violencia y a estudiar la manera de usarla (selectiva o indiscriminadamente) contra objetivos militares y civiles para lograr fines no sólo bélicos sino políticos- podría llegar a ser muy difícil decidir a cuál de las dos clases de terroristas pertenecería usando, al menos, el criterio propuesto por Simón Royo en su artículo, a menos que quisiéramos sostener que Hitler, Hiro Hito y Stalin -a quienes contribuyó decisivamente a «destruir»- eran «benefactores de la humanidad y liberadores de los pueblos».

Pero probablemente ni siquiera von Neumann podría haber respondido a esta pregunta, porque ni siquiera él podría haber previsto lo que acabó ocurriendo, sólo esa entidad a la que Hegel llamaba al comienzo de la Fenomenología del Espíritu «Razón» podría haber llegado a ser tan «astuta», si bien gracias a ese viejo truco suyo (tan parecido al mecanismo de la self-fullfilling-prophecy) de conseguir hacer -con ayuda de pensadores como Royo, Frabetti, o von Neumann) que «todo lo real sea racional», sosteniendo que, en efecto -como diría Hegel- si lo real no quiere coincidir con lo racional, «allá lo real».

Notas:

(1) Esta información se recoge en una fuente tan, en principio, poco sospechosa de sensacionalismo o tendenciosidad como el libro recientemente publicado sobre el científico por los profesores Ana Millán Gasca y Giorgio Israel titulado El mundo como un Juego matemático. Madrid, Nivola, 2001. Resulta también curiosa la actitud adoptada, a este mismo respecto, por Bertrand Russell -a quien también cita Simón Royo en su artículo-. Russell estaba completamente de acuerdo con von Neumann en que la única manera de evitar los males que sin duda alguna causaría un sujeto como Stalin al frente de la URSS era que los Estados Unidos continuaran la guerra y acabaran con él -tal y como él mismo escribió en un artículo publicado en el Glasgow Forward– y, sin embargo, tal y como él mismo decía también allí, consideraba eso como «algo que nunca pensaría defender». Bertrand Russell fue siempre, en efecto, un pacifista militante, razón por la cual fue encarcelado dos veces -la segunda en América, con más de setenta años por participar en manifestaciones en contra de las armas nucleares-, y al contrario de lo que ocurrió con von Neumann su participación en las actividades organizadas por las universidades americanas fue repetidamente vetada por considerársele un sujeto moralmente poco recomendable.

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