No, yo no soy Charlie. Tampoco soy Kouachi, ni Coulibaly: Al Qaeda y el Estado Islámico, aun siendo productos occidentales, me ponen los pelos de punta. De pronto me ha entrado miedo y por eso escribo esto. Me da por imaginar que en una escaramuza de esta larga guerra uno de estos colgados va y […]
No, yo no soy Charlie. Tampoco soy Kouachi, ni Coulibaly: Al Qaeda y el Estado Islámico, aun siendo productos occidentales, me ponen los pelos de punta. De pronto me ha entrado miedo y por eso escribo esto. Me da por imaginar que en una escaramuza de esta larga guerra uno de estos colgados va y me arrastra a su más allá en una explosión o en un tiroteo, y el hecho en sí ya tiene algo de desagradable, pero no es lo que me asusta, lo que de verdad me acojona es que los listos de mi país vayan y me conviertan en un Charlie.
Debo hacerlo constar por escrito: por favor, si tengo que morir en esta guerra, que sea como resultado de mi mala suerte, que quede claro que crucé la calle a la hora y por el sitio equivocado, que dejen en el anonimato mi cadáver y el nombre que con él se va, y no hagan conmigo camisetas, portadas, cánticos, veladas, ni se les ocurra hacer en mi nombre himnos ni solos de violoncelo en glorietas tristes bañadas por finas lluvias otoñales.
No hay mayor miedo en mí que, ya sin posibilidad de protesta, usen mi nombre como excusa para aprobar leyes que en otros tiempos a los adalides de la democracia escandalizaban por fascistas, como pretexto para permitir que un puñado de cabezas de chorlito que nunca leerán un libro detengan y retiren la documentación a mujeres y hombres cuyos velos y barbas no son de su agrado. Mi nombre sustituiría el título de la pesadilla de Orwell: nuestros amos ya no tendrán dificultades para acusar de «potencial delincuente» a cualquier desgraciado que atraviesa una frontera haciendo un giro inadecuado de cadera en el momento de sacarse el cinturón, a cualquier ilustrado o curioso que, en lugar de tragar telediarios, se atreva a visitar páginas web, centros culturales, canales vía satélite o reuniones heterodoxas o simplemente imprecisas, si no están debidamente homologados por los gobiernos al fin unificados (precisamente en estos tiempos en que nos quitaron los cines y teatros).
Tengo un miedo atroz a que, liquidado en una de estas pequeñas matanzas, me llamen Charlie y en mi nombre (¡ahora en mi nombre!) un imbécil profundo pero bien entrenado tire bombas, gases, llamas o napalm contra poblaciones donde no hay centros comerciales ni alfombras rojas pero sí seres humanos que tienen la desgracia de no llamarse Charlie.
Amigo Charlie, pasarás a la Historia, quiero pensar que a tu pesar, como el tipo que con su muerte dio el último pisotón a una civilización que ya daba pena: en tu nombre, tras unos pocos días, ya hemos podido horrorizarnos viendo colas de subnormales (créeme, no encuentro otro apelativo más ajustado) partiéndose los hombros por rendir culto a un pedazo de papel o gastando fortunas para conseguirlo: ¡en Occidente se ha vuelto a aparecer la virgen católica, esta vez con el rostro de su antagonista!
En tu nombre, Charlie, los políticos, los periodistas, demuestran haber perdido ya del todo la razón (un reconocido y antiguo presentador de informativos, con total desparpajo, yo diría que sin disimular su júbilo, anunció la próxima venida de unas normas que ni siquiera han sido aún democráticamente debatidas: «A partir de ahora, los terroristas que quieran viajar a otros países para entrenarse lo tendrán más difícil»). En tu nombre, Charlie, y en nombre de la libertad de expresión se ha detenido a un cómico francés, Dieudonné (según dicen algunos, porque «tiene bolis de destrucción masiva»), en España otro humorista, Facu Díaz, es imputado por hacer un vídeo de humor, al actor Willy Toledo le insultan y amenazan y unos cuantos directamente exigen su ejecución… por hacer uso de la libertad de expresión… son los mismos que lloran por ti, Charlie.
Charlie, en tu nombre, en fin, aunque no lo veremos, serán asesinadas cientos de familias al completo, con sus abuelitas entrañables, sus niños sonrientes, sus hombres de pieles secas y barbas que no conocieron nuestras peluquerías, también sus oscuras mujeres, sumisas y antiguas, a las que tanto aman, Charlie, tus hoy infinitos amigos.
Uf, si en esta guerra me matan espero que mis restos acaben confundidos con los del otro bando, así no hablaréis de mí los que defendéis las libertades tirando bombas.
Yo no soy Charlie, ni siquiera Pedro. Olvídenme, no soy cristiano ni musulmán y me avergüenza tener que ser español y europeo.
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