De Juan Manuel Santos hemos dicho de todo. Merecidamente. Que es ladino, calculador y marrullero. Que se ha sentado en los sillones ministeriales de todos los últimos 3 o 4 gobiernos. Que tiene un programa de gobie…rno y de desarrollo profundamente neoliberal. Que no es ajeno a los desmanes de los ocho años de gobierno […]
De Juan Manuel Santos hemos dicho de todo. Merecidamente. Que es ladino, calculador y marrullero. Que se ha sentado en los sillones ministeriales de todos los últimos 3 o 4 gobiernos. Que tiene un programa de gobie…rno y de desarrollo profundamente neoliberal. Que no es ajeno a los desmanes de los ocho años de gobierno mafioso de Uribe. Y que su propuesta de paz es superficial y nada transformadora.
De Oscar Iván Zuluaga poco podemos decir. Es una simple marioneta de Uribe. Aunque al parecer tiene su propio pasado de vínculos con el paramilitarismo. Entonces mejor hablar de Álvaro Uribe, el Jefe. Encarnación dura del odio y la violencia. Del fanatismo patriotero neofascista. Del todo vale. Las chuzadas, las masacres, la calumnia, la diatriba. Los falsos positivos y el paramilitarismo. El enriquecimiento exorbitado de los hijos y los amigos con contratos y licitaciones. La continuidad de la guerra con todos sus horrores.
Desde muy jóvenes empezamos a soñar con la paz y la democracia. Y a luchar por ella. Odiosamente hablando en primera persona, ininterrumpidamente hasta hoy, desde aquel mes de febrero de 1972 cuando ingresé a la Juventud Comunista Colombiana al tiempo que participábamos en las movilizaciones estudiantiles y la construcción de la Unión Nacional de Estudiantes de Secundaria. Éramos la generación del «estado de sitio» y conocimos todas sus formas represivas en esta década, la del extraordinario Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977. Llegamos a los ochentas con la pesadilla del «estatuto de seguridad» de Turbay Ayala. Época de plantones, torturas y juicios sumarios en los batallones militares. A mediados de la década llegó una explosión de alegría. Se firmaron los acuerdos de «tregua, cese al fuego y paz». La paz estaba cerca. Ingresamos entusiasmados a la Unión Patriótica para ayudar a que ello fuera posible. Pero este sueño de paz fue anegado en sangre y llegó la barbarie. Como Neruda dijera del Madrid bombardeado por el fascismo… «y desde entonces fuego, pólvora desde entonces y desde entonces sangre». La guerra se extendió y se degradó. Apareció la bestia paramilitar como estrategia de Estado. En el dos mil hubo otro rayo de esperanza pero finalmente la paz del Cagúan no fue posible y llegó Uribe a la presidencia. Hablar de paz se volvió subversivo. «caguaneros» era el epíteto despectivo. Terrorista era todo aquel que no fuera uribista. Los tambores de la guerra eran la nueva partitura del himno nacional escuchado hipócritamente con la mano en el corazón por el bestiario uribista. Pero la lucha por la paz no se detuvo. Se llenó de inventivas y de audacias. Recorrió las calles y los campos y también las avenidas del extranjero. Se tocaron miles y miles de puertas. El movimiento por la paz logró entregas unilaterales de personas larga y dolorosamente secuestradas. Por eso cuando en noviembre del 2012 gobierno y guerrillas se sentaron en Oslo a negociar se sintió que era la victoria de quienes tanto lucharon por la paz.
En estas elecciones y en especial para la segunda vuelta del 15 de junio el tema de la paz se ha colocado en el centro, en el corazón del debate. El uribismo habla de guerra aunque tácticamente a última hora haya «suavizado» su postura. Santos mantiene su propuesta limitada de diálogo y de paz, no resultaría extraño que en cualquier momento le dé una patada a la mesa. El retorno del uribismo puro y duro será volver al terror y el todo vale. Habría que volver a luchar por la paz clandestinamente. Quien sabe cuántos miles de muertos tendrían que seguirse contando. En estas negociaciones se ha avanzado lo que nunca antes se había hecho en ningún otro intento. La reversa es muy peligrosa. Es mejor luchar por el concepto y los contenidos de la paz y no porque de ella se pueda volver a hablar. Asumimos que la profundidad de la paz no depende solo de la voluntad del gobierno y de la guerrilla. Dependerá de la fuerza de la movilización y la presión popular. Sentados en la casa y mirando la corrida desde la barrera las cosas no serán como las soñamos. Hay que darse la pela. Por eso cuando el domingo 15 de junio ponga una cruz sobre la cara de Santos no estaré votando por Santos. Estaré votando para que no haya peligrosos retrocesos en la lucha por la paz. Sabiendo que solo votar no será suficiente. Que habrá que seguir luchando todos los días como heroicamente lo hacen en Colombia mujeres y hombres que en ello entregan la vida. Y que desde la distancia algún diminuto granito de arena se puede aportar.
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