«…Mientras las economías del bienestar, nacidas en los llamados treinta gloriosos, funcionaron, a nadie, salvo honrosas excepciones, se le ocurrió pensar que lo que se gestaba en la trastienda nos iba a llevar a una nueva acumulación que desmontaría de un zarpazo estas sociedades, en cuanto su tasa de ganancia estuviese comprometida…» Cualquiera que haya […]
«…Mientras las economías del bienestar, nacidas en los llamados treinta gloriosos, funcionaron, a nadie, salvo honrosas excepciones, se le ocurrió pensar que lo que se gestaba en la trastienda nos iba a llevar a una nueva acumulación que desmontaría de un zarpazo estas sociedades, en cuanto su tasa de ganancia estuviese comprometida…»
Cualquiera que haya estado en alguna de las plazas que se ocuparon por el 15-M, tras la exitosa convocatoria lanzada por Democracia Real Ya a través de la red, habrá escuchado en alguna ocasión, en la boca de algún participante, frases como alguna de las siguientes: «creía que estaba solo» o «me guardaba mi rabia para mí porque pensaban que no me iban a escuchar».
Es cierto. La indignación que se fue acumulando en los últimos años iba gestándose en cada uno de los jóvenes neófitos, que se estrenaban de este modo en la acción política, en la lucha reivindicativa.
Otros muchos ya llevaban a sus espaldas años de trayectoria, en sindicatos, movimientos sociales, partidos minoritarios. Es por eso que aquellos reclamaban a estos: «enseñadnos, no sabemos cómo hacerlo, necesitamos de vuestra experiencia».
Aquellos primeros momentos estaban especialmente cargados de euforia, de ilusión, de la embriaguez que produce la fraternidad revolucionaria, pero sobre todo estábamos ante algo muy importante: el inicio de un acto moral con mayúsculas.
Los nietos de la postmodernidad, educados en el éxito individual sin interferencias y en la máxima prevención del sufrimiento, descubren que dicha educación no les va a ser útil en un mundo donde las circunstancias les imponen precariedad y un futuro muy incierto. Tan incierto como que hay que remontarse a los años veinte del siglo pasado para encontrar una situación de similar desazón respecto del porvenir.
Y lo han visto claro: «el sistema es el que no funciona». Y en ello incluyen a la generación que les ha educado: políticos, sindicatos, banqueros, empresarios especuladores, todo metido en un mismo saco.
Tienen claro que hay unos responsables a quienes pedir cuentas, sin embargo, como hijos y nietos de la deconstrucción, no pueden ocultar su herencia: «no somos de derechas ni de izquierdas» o «no tenemos ideología política». Es verdad que otras voces dentro del movimiento se apresuraron a rectificar, «somos apartidistas, pero no apolíticos».
En este fracaso del «fin de las ideologías» parece haberse puesto de manifiesto, como algunos autores han sostenido, que el sentido de justicia, a pesar de ser reforzado naturalmente por las normas y la educación recibida, es en gran medida independiente de estas influencias y atiende más a una consecuencia de la cooperación y la solidaridad ante la evidencia de la desigualdad.
Esto es precisamente lo que ha empezado a ponerse en marcha ya, no solo desde las plazas sino desde los barrios, en íntimo contacto con las organizaciones previamente existentes. Ello está generando que una parte de esta sociedad esté insuflando nuevas fuerzas y apoyos a los movimientos sociales. La plataforma contra los desahucios es un fiel ejemplo.
Volvamos al asunto de la inicial declaración apolítica del movimiento. Este fue un mensaje que paralizó momentáneamente a aquella izquierda combativa que llevaba años de trabajo ininterrumpido. Algunos todavía dudan hoy.
No se les podía incluir en el mismo saco sin cometer una injusticia. Cierto. Sin embargo, ha sido la misma trayectoria del 15-M la que inevitablemente se ha posicionado en un discurso claramente de izquierdas, transformador. Solo hay que leer las propuestas de las comisiones de trabajo para ir haciéndose una idea de hacia adónde nos dirigimos.
En definitiva, buscando la verdad política – al más puro sentido gramsciano -, se han encontrado con la ética de lo colectivo. Recordemos que para el autor italiano la verdad «debe ser respetada siempre, independientemente de las consecuencias que tal respeto pueda traer», por ello «la verdad es siempre revolucionaria», porque abre los ojos y su consecuencia es la vuelta de la primacía de lo político como cuestionamiento de la política de «medio pelo», que ha convertido los intereses individuales en valores colectivos, armando para ello un discurso falaz de universalidad.
Pero una pretensión de verdad en este sentido, el iniciado por el movimiento 15-M, desemboca inevitablemente en una pretensión de justicia y consecuentemente, en un acto moral. Basta con recordar las propuestas planteadas.
Indudablemente, las plazas se han convertido en el espacio de recuperación de la política en la única forma posible: la de una política activa, de praxis, de relación íntima con lo ético. ¿Estamos ante la recuperación del zoon politikón aristotélico?.
Como dice Fernández Buey recordando al clásico griego, éste, el zoon polítikón,«forma parte de una especie cuyos miembros se enriquecen espiritual e individualmente mediante la comunicación social y se sienten obligados, por tanto, a participar de forma activa en la gestión y control de la cosa pública para así, alcanzar la virtud y felicidad personales».
Ni que decir tiene que estamos ante la idea de virtud y felicidad del griego clásico, pero indudablemente ante un concepto noble de la política que debemos recordar.
Estos jóvenes educados en la máxima de: «no existen verdades absolutas», o que los metadiscursos son falsos, han comenzado a percibir en este mensaje, en esta crítica voraz, un engaño que convertía, como dice Rubio Carracedo, «una calle de carríl único, en otra sin salida».
Eso sí, siempre al servicio de la democracia liberal. Sin embargo, de la misma forma que se ha impuesto el poder financiero por encima del poder político, y a pesar de que la alienación mediática juega un papel importantísimo en la asunción por parte de las masas de esta situación, también es cierto que los «valores democráticos» que estos poderes han utilizado para legitimarse, empiezan a volverse en su contra.
Mientras las economías del bienestar, nacidas en los llamados treinta gloriosos, funcionaron, a nadie, salvo honrosas excepciones, se le ocurrió pensar que lo que se gestaba en la trastienda nos iba a llevar a una nueva acumulación que desmontaría de un zarpazo estas sociedades, en cuanto su tasa de ganancia estuviese comprometida.
Y aquí aparece lo positivo de esta pantomima democrática. Me refiero a la reacción de los pueblos, a los que se les ha ensalzado la democracia y sin embargo se les ha privado de ella. Han puesto en escandalosa evidencia la doble moral del discurso neoliberal.
Esta es el boomerang que les regresa, las movilizaciones, la revolución ciudadana, la mentira descubierta finalmente y la exigencia de unas reglas del juego que no creo que vayan a aceptar de buen grado. Estamos en momentos de cambios profundos y que acabamos de comenzar. La revolución ciudadana será el comienzo.
Ciertamente ha hecho falta que las cosas empeoraran para descubrir que esas verdades que les atenazan y que para ellos, sí son bien absolutas e incuestionables, se llaman precariado, paro o deshaucio como antesala del hambre y la marginación o la emigración.
Han comprendido que la crítica a la modernidad ya terminó, que el metadiscurso, lejos de ser una falacia, debe ser una pretensión del mismo, pero admitiendo que puede alcanzarse desde puntos éticos compartidos, y en eso están. Esperemos que no se olviden de recuperar lo válido de los clásicos y entre ellos, imprescindiblemente a Marx.
Fuente: http://socialismo21.net/index.php/15m-voluntad-etica-en-la-politica