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Los invito a transitar con Cortázar y con el Che, su hermano, nuestro hermano, a desandar junto a ellos territorios de incertidumbre, de preguntas sin respuestas, de creencias sin chalecos, de sueños sin fronteras

2004, modelo para armar

Fuentes: Rebelión

Los invito a un viaje. A hacernos por un rato compañeras y compañeros autonautas, en la cosmopista que no nos lleva a ningún lugar preciso pero sí deseado. Los invito a transitar con Cortázar y con el Che, su hermano, nuestro hermano, a desandar junto a ellos territorios de incertidumbre, de preguntas sin respuestas, de […]

Los invito a un viaje. A hacernos por un rato compañeras y compañeros autonautas, en la cosmopista que no nos lleva a ningún lugar preciso pero sí deseado. Los invito a transitar con Cortázar y con el Che, su hermano, nuestro hermano, a desandar junto a ellos territorios de incertidumbre, de preguntas sin respuestas, de creencias sin chalecos, de sueños sin fronteras. Los invito a andar sin brújula ni rumbo, sin la certeza de que el final del camino será la victoria siempre, pero con la firme convicción de que el presente debe ser de lucha. Con las dudas sobre el futuro nuestro, y con la sospecha de que tal vez no se trate tanto de llegar, sino del placer y la necesidad de caminar y de encontrarnos en el movimiento.

Los invito a andar el camino, con el asombro de descubrir en la historia un pedazo de futuro. Andar con Cortázar y con el Che, con la sospecha de que necesitamos su magia y su intuición para reiniciar una y otra vez, las que sean necesarias, el viaje del descubrimiento. No importa cuanto tardemos. No importa cuándo lleguemos. Sabemos ya los distintos sentidos que tiene para cada uno de nosotros y nosotras llegar, y que es probable que llegar sólo sea una manera de empezar, o de continuar.

Pretender andar paso a paso con Cortázar y el Che, podría parecer una osadía, tanto para los devotos del primero como para los seguidores del segundo; a menos que, indagando más allá de las biografías inmediatas, percibamos las búsquedas que movilizaron y motivaron a ambos argentinos, que se volvieron latinoamericanos y universales, a fuerza de alejarse del territorio conocido como patria, y que al tiempo que se alejaron, pudieron acercarse y multiplicarse, ampliando las nociones que constituyen nuestra propia identidad como pueblo y como nación. El camino hacia nuestro corazón tuvo el signo de la distancia. Escribió Cortázar a su amigo, el poeta cubano Roberto Fernández Retamar:

«El contacto personal con las realizaciones de la Revolución, la amistad y el diálogo con escritores y artistas, lo positivo y lo negativo que vi y compartí en ese primer viaje, actuaron doblemente en mí; por un lado tocaba otra vez la realidad latinoamericana, de la que tan lejos me había sentido en el terreno personal; y por otro lado asistía cotidianamente a la dura y a veces desesperada tarea de edificar el socialismo, en un país tan poco preparado en muchos aspectos, y tan abierto a los riesgos más inminentes. Pero entonces sentí que esa doble experiencia no era doble en el fondo, y ese brusco descubrimiento me deslumbró. Sin razonarlo, sin análisis previo, viví de pronto el sentimiento maravilloso de que mi camino ideológico coincidiera con mi retorno latinoamericano; de que esa Revolución, la primera revolución socialista que me era dado seguir de cerca, fuera una revolución latinoamericana. Guardo la esperanza de que mi segunda visita a Cuba, tres años más tarde, te haya mostrado que ese deslumbramiento y esa alegría no se quedaron en mero goce personal. Ahora me sentía situado en un punto donde convergían y se conciliaban mi convicción en un futuro socialista de la humanidad y mi regreso individual y sentimental a una Latinoamérica de la que me había marchado sin mirar hacia atrás mucho antes».

Habrá quienes pretendan discutirlo, quienes aún hoy lo hacen, como quienes le reprochan al Che el descubrir su vocación revolucionaria en la lejana Guatemala, y no regresar inmediatamente al país para realizarla, sino concretarla más allá y más acá de nosotros, en la Cuba que se volvió, paradójicamente, corazón y alma de todos nosotros. Están quienes reprochan cada una de las elecciones de los elegidos por la varita de la magia, como si hubiera una manera única de ser argentinos, y sólo una manera de ser revolucionarios para todo tiempo histórico y en cualquier lugar.

¿Qué es entonces la Patria, me pregunto, cuando en lugar de corazón se vuelve escudo, cuando en lugar de permitirnos mirar el cielo nos atasca entre las piedras del camino? ¿Qué noción de Patria propugnan, quienes en su nombre no nos permiten identificarnos con aquellos Guevara, Cortázar, Atahualpa, por quienes hombres y mujeres de los rincones más lejanos del planeta nos identifican como argentinos? ¿Qué es entonces ser revolucionarios, y cómo se es revolucionario o revolucionaria, en un país en el que la revolución que anunciamos, aún no se concretó?

¿Quién estableció, en el campo de las izquierdas, el mando mayor del pensamiento único, provocando la fragmentación y la huida de toda la diversidad de las prácticas y teorías emancipatorias?

En esa tensión del poeta que lucha consigo mismo y con el mundo, después del encuentro con Cuba, Cortázar ya se sabía acompañado y acompañante, aunque su manera de estar no era la que muchos le demandaran, la inscripción en una organización determinada, en un partido, en un movimiento. Por varias razones, Cortázar no se encontró con la organización que lo enamorara, o tal vez, su manera de estar en la revolución, no atravesaba necesariamente por ese camino. Puente, más que timonel, Cortázar debatió con quienes creían que existe una sola manera de expresar el compromiso militante, y a través de ellos con la tendencia existente en la izquierda en aquellos tiempos y en estos, de considerar una sola verdad, la propia, como verdadera. Jugador de todos los juegos, no podía creer que hubiera un solo camino para atravesar la rayuela. Sabía que hay distintas rayuelas, y distintas formas de alcanzar el cielo, que como también destacó en su obra, no es un cielo jerárquico que queda en algún lugar allá arriba, sino que es un cielo que se encuentra en el mismo nivel que la tierra.

Sabía también, que existen diferentes maneras de participar en la historia. Cuenta el escritor chileno, y militante comunista Volodia Teitelboim, que le contaron algo que no es un cuento. Dice que:

«una tarde de junio de 1983, en una trinchera sandinista, a una distancia de unos cuantos cientos de metros de la frontera con Honduras, encontró un gastado ejemplar de Rayuela, de tapas verdes y lomo deshilachado. Mientras los morteros caían, se puso a ojear el libro. Un soldado le dijo que cuando llegaron a la trinchera, el libro ya estaba allí, no en la retaguardia sino en la línea de fuego. «Lo leemos entre todos», explicó el soldado , «uno lee en vos alta y los demás escuchamos». Cuando le preguntó al soldado por qué creía que el lugar del libro estaba en la trinchera y no en la retaguardia, contestó: «Es como si el tipo que escribió esa novela, estuviera con nosotros en la trinchera».

En una carta, publicada por la revista Casa de las Américas en homenaje a Cortázar, Juan Gelman le cuenta a su vez a Julio:

«hace mucho que nos acompañás, compañereás.

hacia 1971 (por ejemplo), paco urondo te envió a parís un recorte de periódico argentino: algunas pocas líneas informaban sobre una acción armada contra la dictadura militar. paco había participado en la acción, y te lo hacía saber de esa manera. porque lo acompañaste entonces, fue la primera vez que paco se jugó la vida, y allí estuviste vos. paco se jugó la vida en nombre de la dignidad, contra el dolor, por la belleza. Lo acompañaban miles de padeceres, y su desprecio por este mundo vil, y también vos, tu dignidad, tu belleza, tu apuesta contra este mundo vil.»

Y más cercano en el tiempo, y tan cercano como aquellos en los corazones, el subcomandante Marcos responde en una entrevista realizada por el mismo Juan, contándole que sus primeros escritos realizados en la selva, tienen el toque del gran cronopio. Compartamos un fragmento de sus «Instrucciones para cambiar el mundo»:

«Reúna los silencios necesarios. Fórjelos con sol y mar y lluvia y polvo y noche. Con paciencia vaya afilando uno de sus extremos. Elija un traje marrón y un pañuelo rojo. Espere el amanecer y con la lluvia por irse, marche a la gran ciudad. Al verlo, los tiranos huirán aterrorizados, atropellándose unos a otros. Pero… ¡No se detenga!…La lucha apenas se inicia».

Dice Marcos en la entrevista…

«Luego ya escribí por gusto, por ganas, algunos más, volví otra vez al cuento y a las narraciones cortas como las «Instrucciones para cambiar el mundo» o las «Instrucciones para caer y levantarse», todo eso con mucha influencia de Cortázar; uno de sus libros era el otro que yo cargaba».

Otra vez Cortázar marchando a la trinchera. Y también Cortázar en prisiones. Hay numerosos escritos de presos políticos latinoamericanos, que cuentan que conocieron a Cortázar en la cárcel, a través de la lectura de sus libros, que desafiaban los controles militares. Los militantes del exilio chileno, bien saben de las numerosas actividades en las que participó Julio, buscando denunciar por un lado, y solidarizarse por otro, o en los mismos lados, denuncia y solidaridad, que buscaba que fueran cada vez más concretas, como la donación de los derechos de autor de sus libros para la resistencia chilena, para los presos políticos argentinos, o para la revolución sandinista.

Este compromiso consecuente fue uno de los factores que condujeron a la prohibición de sus libros por parte de las dictaduras. Dicen que en esos años en que su obra estaba prohibida en la Argentina, su mamá le escribió algunas cartas en las que lo retaba, llamándolo perezoso.

«Tienes que trabajar más, antes salían artículos tuyos en los diarios o reseñas de los libros que publicabas, pero desde hace mucho tiempo ni una sola línea».

Julio se reía, y al mismo tiempo ideaba maneras de romper las alambradas culturales tendidas por la dictadura, proponiendo el envío de libros por correo, escribiendo en revistas extranjeras que pudieran llegar por distintos caminos a la resistencia latinoamericana, o hablando afuera, de lo que ocurría acá adentro. Intentando cruzar de una ventana a otra ventana, por un camino inventado para burlar toda vigilancia. Sabía que no hay recorridos históricos ni humanos trazados a priori de los seres humanos que los transitan; y descubrió tempranamente el lugar de la subjetividad en la creación de una cultura de resistencia. Escribía en Rayuela:

«Había vivido lo suficiente para sospechar eso que, pegado a las narices de cualquiera, se le escapa con la mayor frecuencia: el peso del sujeto en la noción del objeto. La Maga era de las pocas que no olvidaban jamás que la cara de un tipo influía siempre en la idea que pudiera hacerse del comunismo o la civilización cretomicénica, y que la forma de sus manos estaba presente en lo que su dueño pudiera sentir frente a Ghirlandaio o Dostoievski. Por eso Oliveira tendía a admitir que su grupo sanguíneo, el hecho de haber pasado la infancia rodeado de tíos majestuosos, unos amores contrariados en la adolescencia, y una facilidad para la astenia, podían ser factores de primer orden en su cosmovisión. Era clase media, era porteño, era colegio nacional, y esas cosas no se arreglan así nomás.»

Cuando Cortázar descubrió la revolución cubana, supo que había otras maneras de cambiar las cosas que no se arreglan así nomás. Cronopio dispuesto a la aventura, que no se asombraba por las cosas más inverosímiles, se dejó llevar entusiasmado y enamorado por el asombro ante aquel grupo de cronopios que se embarcó en un yate, anunció la invasión, para después realizarla. Aventura como aquellas no había imaginado en sus mejores cuentos. Por ello, luego de leer el relato escrito por el Che sobre el desastre producido después del desembarco en Alegría de Pío, re-escribió libremente la escena, en el cuento Reunión, en el que como recuerda en su poesía escrita cuando la muerte del Che, Cortázar quiso y pudo «tomar su voz, libre como el agua…». Dice Cortázar en Reunión, tomando la voz del Che, y aludiendo a Fidel, con el nombre de Luis:

«Se me hace tan bien recordar un tema de Mozart que me ha acompañado desde siempre, el movimiento inicial del cuarteto La caza, la evocación del halalí en la mansa voz de los violines, esa trasposición de una ceremonia salvaje a un claro goce pensativo. Lo pienso, lo repito, lo canturreo en la memoria, y siento al mismo tiempo cómo la melodía y el dibujo de la copa del árbol contra el cielo se van acercando, traban amistad, se tantean una y otra vez hasta que el dibujo se ordena de pronto en la presencia visible de la melodía, un ritmo que sale de una rama baja, casi a la altura de mi cabeza, remonta hasta cierta altura y se abre como un abanico de tallos, mientras el segundo violín es esa rama más delgada que se yuxtapone para confundir sus hojas en un punto situado a la derecha, hacia el final de la frase, y dejarla terminar para que el ojo descienda por el tronco y pueda, si quiere, repetir la melodía. Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo, aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotros a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le de sentido, la justifique y en último término la lleve a una victoria que sea como la restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allegro final que sucede al adagio como un encuentro con la luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en este momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra devuelta a sus hijos.»

Se cuenta que al Che, que vivió la aventura, no lo conmovió este cuento. A propósito de esta situación, le escribe Cortázar a Retamar:

«Es natural que al Che mi cuento le resulte poco interesante (no lo dices tú, pero yo había recibido otras noticias que me lo hacen suponer). Una sola cosa cuenta, y es que en ese relato no hay nada «personal». ¿Qué puedo saber yo del Che y de lo que sentía o pensaba, mientras se abría paso hacia la Sierra Maestra? La verdad es que en ese cuento él es un poco (mutatis mutandi, naturalmente) lo que fue Charlie Parker en «El perseguidor». Catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta, el cuentista, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo.»

Si no fue Reunión el lugar de encuentro de Cortázar y el Che, sí lo fue la búsqueda compartida por ambos del hombre nuevo. Sigamos entonces por nuestra cosmopista con Cortázar que dice y hace revoluciones insospechadas, y con el Che, hermano mayor de Cortázar, y de tantos otros hombres y mujeres de la generación que se atrevió a jugar y a jugarse, a desafiar las reglas impuestas por el poder, la generación de hijos e hijas de las Madres de Plaza de Mayo.

El Che trazó su propia camino, con un recorrido cuya meta, una y otra vez señaladas, era el encuentro del hombre nuevo… al que concebía como aquel ser humano capaz de superar en su práctica cotidiana, los valores, las ideas y hasta el sentido común que se construyeron históricamente, para enseñar a dominar o a vivir la dominación como naturalidad. La búsqueda del Che, cada vez más precisa a lo largo de su vida, era terminar no sólo con la explotación del hombre por el hombre, sino también con la alienación. Soñaba y empujaba prácticamente la realización del socialismo, no sólo como un modo de producción y distribución más equitativo, sino también como un hecho de conciencia. En una carta al director del Semanario Marcha, que luego se conocería como «El socialismo y el hombre en Cuba», el Che escribía:

«Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc.), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material hay que hacer al hombre nuevo».

El Che nos alertaba sobre el peligro de equivocar la ruta, y no percibirlo. Nos hablaba del peligro de un callejón sin salida. Muchos entendieron que esa advertencia era una herejía. Pasaron años antes de que comprendiéramos, que el Che nos estaba diciendo, a su manera, que somos autonautas extraviados, y que se trata de buscar una vez más el camino, no recurriendo a las armas melladas del capitalismo, sino creando, inventando si fuera necesario, nuestras propias armas.

Cortázar por su lado alertaba sobre el peligro de querer revolucionar al mundo sin revolucionar las palabras que lo nombran. Hablando de Rayuela, dijo que en ella…

«… se cuestionan todos los parámetros de la civilización occidental dentro de la órbita capitalista. Rayuela ataca el orden social y mental de ese mundo, ataca el lenguaje de sus valores y busca una aproximación a un lenguaje diferente. Es necesaria la crítica a los contenidos del lenguaje, de las viejas maneras de decir, del idioma del enemigo.»

Estas búsquedas tienen un denominador común: la ruptura con el orden establecido que sirvió durante tantos años para perpetuar la dominación. A poco de andar la revolución latinoamericana, ambos comprendieron que así como hay un enemigo externo a combatir y a derrotar, hay también una cultura de dominación que se ha introyectado en nuestras propias costumbres, en nuestro sentido común, en nuestra manera de pensar el mundo. Y que es necesario revolucionar los sentidos, tanto como las ideas.

«Más que nunca creo que la lucha en pro del socialismo latinoamericano debe enfrentar el horror cotidiano con la única actitud que un día le dará la victoria: cuidando precisamente, celosamente, la capacidad de vivir tal como la queremos para ese futuro, con todo lo que supone de amor, de juego y de alegría».

Desde la trinchera literaria que eligió Cortázar para realizar su compromiso, también replanteó el tema del hombre nuevo:

«La noción del hombre nuevo -escribió- surge inevitablemente. Entonces, claro, empiezan los problemas en este ajedrez humano, demasiado humano. Para empezar: ¿en qué medida puede gestarse el hombre nuevo? ¿quién conoce los parámetros? Hay un esquema ilusorio que rápidamente deriva al sectarismo y al empobrecimiento de la entidad humana: el de querer crear un tipo de revolucionario permanente, considerado a priori como bueno, abnegado, etc. Como bien lo supieron en Cuba, esta idealización entraña la negación de todas las ambivalencias libidinales, de las pulsiones irracionales; en última instancia se traduce en cosas tales como la condena del temperamento homosexual, del individualismo intelectual cuando se expresa en actitudes críticas o en actividades aparentemente desvinculadas del esfuerzo revolucionario, y puede abarcar en su repulsa al sentimiento religioso, considerado como un resabio reaccionario. En Cuba hace rato que las tentativas parciales por imponer el esquema idealista del hombre nuevo, han cedido a una visión más abierta, que se hace sentir positivamente en todos los planos, desde el intelectual hasta el lúdico y el erótico; nadie sabe en verdad, cómo deberá ser el hombre nuevo, pero en cambio los cubanos parecen saber cuál es la cuota de hombre viejo, que no se le puede quitar sin mutilar irremisiblemente.»

No quiero continuar por esta cosmopista, sin destacar que en la bella búsqueda del hombre nuevo, emprendida tanto por el Che como por Cortázar, queda invisibilizada una búsqueda tan intensa y apasionante como aquella: la de la mujer nueva. Las trampas del lenguaje angostan la carretera por las que marchaban, imponiendo las limitaciones culturales de un tiempo en el que el machismo era condicionante tanto de las políticas de las derechas como de las políticas de las izquierdas. Fue Cortázar quien en una vuelta del camino se detuvo a reflexionar sobre esto, y realizó una profunda autocrítica que alcanza también a su obra. Refiriéndose a Rayuela, y a una expresión que utiliza entonces que es la de lector-hembra, asimilando el concepto de hembra al de pasividad, dijo posteriormente Cortázar:

«Yo creo que Rayuela es un libro machista. Es decir, que dentro de la ignorancia, de la inocencia general con que ese libro fue escrito; es decir, inocencia en materia de historia, ignorancia del contexto histórico de mi época, prescindencia de la historia, y también prescindencia o ignorancia de nuestros principales defectos latinoamericanos, entre los cuales el machismo es uno de los más graves. Creo que es un problema del Tercer Mundo en general, y de América Latina en particular. Cuando escribí Rayuela yo era tan machista como cualquiera de los otros latinoamericanos. El sentido crítico de esto me ha venido después. Si lo hubiera tenido en ese momento, jamás hubiera utilizado la expresión «lector hembra» para designar a un lector pasivo, y además fui muy duramente castigado por esto. Es el momento de hacer la verdadera autocrítica. Porque cuando empecé a recibir una correspondencia muy nutrida con respecto a Rayuela, descubrí que una gran mayoría de lectores, eran mujeres. Eran mujeres que habían leído Rayuela con un gran sentido crítico, atacándola o aprobándola, pero de ninguna manera con una actitud pasiva. Eran lectoras, pero no tenían nada de hembras en el sentido peyorativo que el macho tradicional le da a la palabra hembra».

Posteriormente, en uno de los artículos que integran su libro «Nicaragua tan violentamente dulce», refiriéndose a las revoluciones de Cuba y Nicaragua escribió:

«¿Pueden modificarse las estructuras antropológicas tradicionales, en las que sigue dominando el machismo no sólo tropical sino latinoamericano en su conjunto? No es fácil, cuando incluso muchas mujeres lo defienden, cuando la agresión imperialista obliga a constituir ejércitos profesionales en los que el signo es avasalladoramente masculino. Pienso que la educación en ambos países, puede ser la cuña que rompa ese bloque de prejuicios activos y pasivos; que los hijos, por favor, se diferencien por fin de sus padres en este campo discriminatorio.»

Cortázar creía en la educación, como una herramienta que en manos del pueblo debe servir no sólo ni tanto para ilustrar, sino para formar una nueva calidad humana, que nos permita regresar al camino, a la cosmopista de los sueños. Dedicó varios artículos a divulgar la tarea de alfabetización realizada por la revolución sandinista y por la revolución cubana. Buscaba o esperaba tal vez que junto a las letras, se ampliara notablemente el universo cultural, creándose puentes cada vez más sólidos por los que pudieran transitar, de mano y contramano, los intelectuales y el pueblo, hasta su encuentro en un proyecto histórico liberador, en la invención del socialismo. La creación de puentes, creía Cortázar era una de las tareas fundamentales de los intelectuales. Y fue en ese ida y vuelta de pensar el tiempo histórico y el papel de los intelectuales en él, donde encontramos un nuevo cruce de nuestras cosmopistas con aquel Che, que discutió los criterios que en nombre del socialismo, propugnaban el realismo como un arte oficial. Escribía el Che en «El socialismo y el hombre en Cuba».

«Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación artística y se reduce el problema de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso). Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo pasado.

… «Falta el desarrollo de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno abonado de la subvención estatal.

«En nuestro país, el error del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario. Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva y no sistematizada».

«No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo».

Desde su nuevo lugar latinoamericano, Cortázar escribiría a la vuelta del camino:

«Cuando regresé a Francia, luego de esos dos viajes, comprendía mejor dos cosas. Por una parte, mi hasta entonces vago compromiso personal e intelectual con la lucha por el socialismo, entraría, como ha entrado, en un terreno de definiciones concretas, de colaboración personal allí donde pudiera ser útil. Por otra parte, mi trabajo de escritor continuaría el rumbo que le marca mi manera de ser, y aunque en algún momento pudiera reflejar ese compromiso (como algún cuento que conoces y que ocurre en tu tierra) lo haría por las mismas razones de libertad estética que ahora me están llevando a escribir una novela que ocurre prácticamente fuera del tiempo y del espacio histórico. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que, como lo decía al comienzo, escribe para su regocijo o su sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones latinoamericanas o socialistas entendidas como a prioris pragmáticos».

«Incapaz de acción política, no renuncio a mi solitaria vocación de cultura, a mi empecinada búsqueda ontológica, a los juegos de la imaginación en sus planos más vertiginosos; pero todo eso no gira ya en sí mismo y por sí mismo, no tiene ya nada que ver con el cómodo humanismo de los mandarines de occidente. En lo más gratuito que pueda yo escribir, asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha, hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad. Estoy convencido de que sólo la obra de aquellos intelectuales que respondan a esa pulsión y a esa rebeldía se encarnará en las conciencias de los pueblos y justificará con su acción presente y futura ese oficio de escribir para el que hemos nacido».

Coherente con esta actitud, a quienes lo persiguieron una y otra vez con su crítica por el carácter de su compromiso, les respondió en gíglico, el idioma inventado en su Rayuela.

«…podría flamencarles la cara de un rotundo mofo. No soy inane y no me melgan las arremulgadas de los acarios».

Quiero terminar este recorrido recordando, que cuando Julio se alejaba por un rato, en febrero del 84, un grupo de cronopios armados de sueños se internaban en la Selva Lacandona, iniciando una nueva aventura que hoy se llama zapatismo. Como relataba anteriormente, uno de ellos llevaba en su mochila un libro de Cortázar. Con Cortázar se alejaban del tiempo-espacio del mundo occidental, para ingresar en un nuevo tiempo-espacio: el de los pueblos olvidados, que en aquella región del sudeste mexicano se alzaron contra el olvido. Contra el olvido, como nos pedía Cortázar, cuando reclamaba por nuestros hermanos y hermanas desaparecidos. Contra el olvido, podríamos repetir ahora, en un tiempo en el que nos reclaman el fin de las rebeldías.

Creo que precisamente en este tiempo y espacio, en nuestros juegos actuales en los que como ayer, seguimos jugando con más pasión que teorías, podemos ayudarnos con las intuiciones y señales que nos entregaron Cortázar y Che, estos cronopios del siglo 21. Podemos junto a ellos y más allá de ellos, con los piqueteros que interrumpen el tránsito en la cosmopista, con los trabajadores y trabajadoras que juegan al trabajo sin patrones, con los pueblos que resisten la entrega de nuestros recursos naturales, con los presos del petróleo en General Mosconi, con el pueblo mapuche que defiende la tierra allá en la Patagonia, con las Madres que inventaron la ronda de la resistencia en la noche más oscura; podemos imaginar nuevos juegos que nos permitan seguir andando por la cosmopista de los sueños.

La tarea de repensar y rehacer el socialismo latinoamericano, sigue estando presente. Cuba resiste con tenacidad el embate del pensamiento único. Luis, el director de la orquesta de hombres y mujeres, jugó la batalla de la dignidad contra el atropello, se jugó a los sueños y no a los mandatos del fin de la historia. Nicaragua creyó que había que aceptar los dictámenes de la nueva hegemonía, que había llegado el tiempo del final del juego. Pero la tarea histórica del socialismo latinoamericano está por realizarse. En la Selva Lacandona, en los campamentos sin tierra de Brasil, en los barrios de Venezuela, en los rincones que se mantienen rebeldes en nuetro continente, siguen encendiéndose estrellas.

Vamos reconociendo nuestros fragmentos, y con Che y Julio jugamos.

2004, modelo para armar. Ya no están fìsicamente con nosotros, aquellos cronopios, para andar de timoneles o de puentes. Ya no están físicamente, aunque siempre sentiremos jugar y bailar en nuestras vidas, las luces y los espejos de los 30.000. Nuevos cronopios y cronopias se embarcarán en la aventura de cruzar de una ventana a otra de los sueños, sin caer en el abismo. Y a la hora de hacerlo, cuando cada uno sienta que es su tiempo, que es su espacio, que es su forma de jugar, irá encontrando las formas de inventar caminos en el cielo y en la tierra, para hacer colectivamente, el gran juego de la libertad y la justicia, de la dignidad y el deseo.

Febrero del 2004