Este diciembre se cumple un año largo del gobierno de un presidente inexperto y manipulable, carente de la virtud del estadista, puesto allí por la alianza de los partidos neoliberales y la extrema derecha que tienen sometida la sociedad a un estado permanente de guerra. Esa alianza de extrema derecha, ha creado un estado de […]
Este diciembre se cumple un año largo del gobierno de un presidente inexperto y manipulable, carente de la virtud del estadista, puesto allí por la alianza de los partidos neoliberales y la extrema derecha que tienen sometida la sociedad a un estado permanente de guerra.
Esa alianza de extrema derecha, ha creado un estado de pobreza general, extendido el conflicto armado interno, incumplido los acuerdos de paz, alimentado y protegido la corrupción, incrementado los crímenes de Estado y permitido que se siga asesinando líderes sociales en todo el país.
Estamos frente a un balance histórico desastroso para la sociedad en general y para los más pobres en particular; un balance que solo ha sido beneficioso para la clase parasitaria aferrada al poder.
La crisis social, institucional y las contradicciones profundas que caracterizan a la sociedad colombiana, son el legado de los gobiernos oligarcas desde el Frente Nacional (1958-1974), cuyos partidos tradicionales, Liberal y Conservador, gobernaron a partir de la captura «legal» del Estado con el plebiscito de 1957 que puso «fin» a la guerra civil no declarada y les sirvió para dividir los cargos burocráticos y administrativos de la función pública, repartiéndose entre ellos el Estado mismo.
Ante ese orden de cosas, las generaciones anteriores han asumido una de estas dos posiciones. Han resistido y luchado contra esta forma despótica y excluyente de gobernar; o han aceptado pasivamente dicha realidad social y política que se les ha impuesto, apoyándola o defendiendola por carecer de conciencia política o por conveniencia (burocracia, gobernabilidad, contratos, etc.)
Sin embargo, el panorama de hoy es muy diferentes al que existía en los años 80 y años posteriores, cuando el poder político y económico estaban exclusivamente en manos de la oligarquía. Esta clase se sentía viviendo en el paraíso del reino económico neoliberal (la estafa del «Bienvenidos al Futuro» de César Gaviria en los años 90) con relativa estabilidad política y social, alterada, no obstante, por los levantamientos armados de las guerrillas y por las grandes movilizaciones de campesinos, estudiantiles y obreros.
La generación actual, es parte de su triunfo político, ha roto el mito del reino o paraíso neoliberal al que estaban sometidas las naciones del continente; ha destruido el «oasis» al que hacía alusión el presidente de Chile, Sebastián Piñeras, una semana antes del estallido social que cambió completamente el escenario del poder; como había sucedido, así mismo, en Ecuador cuando millones de ciudadanos se volcaron a las calles para rechazar el «paquetazo» neoliberal que quiso imponer Lenin Moreno.
El escenario de la lucha hoy y la dirección que está tomando, se da bajo un nuevo contexto y con nuevos actores. Se les llama los millennials. «Se metieron con las generaciones que no tienen nada que perder. Ni casa, ni trabajo, ni jubilaciones, no tenemos nada, qué miedo va a haber?», dice la consigna que llevaban el día del Paro Nacional del 21 de noviembre. Son Los sin nada. Una generación completa que ha empezado a expresar su descontento, que siente que no tiene un futuro social asegurado y por lo tanto nada que perder, alterando y poniendo en tensión, de manera dramática, la situación política.
No cabe duda que está en las calles una rebeldía joven, inconforme, múltiple, de sujetos plurales, las llamadas nuevas ciudadanía con un nivel mínimo de conciencia política, que usa la lucha extraparlamentaria para reafirmar nuevos derechos (la igualdad social y la protección de las mujeres contra toda forma de discriminación y violencia, de los LGTBI, de los animales, contra el cambio climático).
Que exige, también, el derecho a la vida y a la paz; que siente rabia y rechaza los asesinatos sistemáticos de líderes sociales; que denuncia la estafa y fracaso del neoliberalismo y de la reforma tributaria que acaba de ser aprobada; que está por los derechos laborales, por más y mejor empleo, salarios y pensiones dignas, por mayor presupuesto para la educación, la salud, la vivienda social, la cultura, el deporte y la investigación.
Hasta los más experimentados analistas quedaron sorprendidos por la contundencia y respuesta ciudadana al llamado al paro nacional del 21 de noviembre, el cual superó todas las expectativas. Ya no se está frente a la acostumbrada movilización sindical y estudiantil en las ciudades, esta vez fueron cientos de marchas y movilizaciones en ciudades grandes y medianas, en pueblos y en lugares que nunca se habían movilizado. Desde las protestas de los pueblos indígenas, el paro del magisterio y las centrales obreras, hasta los cacerolazos y multitudinarios conciertos y «Desconcierto», como los que se hicieron en Bogotá, Cali, Medellín y otras ciudades días posteriores al Paro.
Hacer alcabala hacia dónde va este proceso y el movimiento ciudadano de carácter espontáneo que surgió con el Paro Nacional y las posteriores movilizaciones y protestas que se han venido dando; atreverse a pronosticar en qué va a parar este estallido social; cuál será el alcance y potencial de transformación que encierra; cuál será el impacto sobre quienes han malgobernado y abusado del poder por décadas, es aún prematuro y arriesgado.
Porque (1) es un movimiento social nuevo en muchos aspectos así conserve rasgos de los anteriores tipos de movimientos y organizaciones políticas, partidistas y sindicales. Es (2) multitudinario y policlasista, diverso y plural, ya que no es la clase obrera o el proletariado el que lo encabeza o dirige hegemónicamente. Es (3) amorfo de dirección y en el mejor de los casos sigue una dirección colectiva, en tanto son muchos los actores, convocantes y sus agendas. Es, en conclusión, un movimiento en ebullición y formación, no sigue a uno sino a muchos líderes sobre todo de base, aunque también sigue liderazgos nacionales, no únicos. Tiene (4) una amplia agenda de demandas, como se expuso arriba, que combina nuevos derechos con reclamos históricos, como el desmonte del ESMAD. No (5) ha alcanzado a desplegar su potencial de cambio porque aún es bajo su nivel político, aunque goza de buena capacidad de convocatoria y aguante. Las redes sociales (6), uno de los elementos nuevos de este movimiento, son un campo de disputa que ha servido para contrarrestar el peso y la manipulación que han ejercido los medios de comunicación corporativos al servicio de la oligarquía. Ya éstos medios tradicionales no están solos en el escenario de la información, noticias, comunicación en vivo y directo, convocatorias, lecturas de los procesos y denuncias.
El movimiento de nuevas ciudadanías que estalló y a los pocos días parecía un gigante aperezado, hizo de la calle y plaza pública los escenarios predilectos de su lucha, algo de suma importancia, porque no puede haber mejor escuela para la formación de la conciencia política que la protesta y la movilización callejera.
El paro nacional del pasado 21 de noviembre solo fue el campanazo de alerta de una ola de luchas de impredecibles consecuencias que, de continuar su capacidad de movilización y voluntad de lucha, irán creciendo en la medida en que el régimen de las oligarquías de los 200 años siga aferrado al poder y a sus mismas políticas. Hoy existe al menos la conciencia en millones, de que hay que cambiar el régimen, de que hay que sacarlos del poder.
Con Iván Duque terminan décadas de malos gobiernos (desde Andrés Pastrana y su fallido intento de paz del Caguán; Alvaro Uribe Vélez y su desastrosa y criminal política de «seguridad democrática» que causó una tragedia humanitaria; y Juan Manuel Santos, el falso presidente de la paz que tuvo como único objetivo desmovilizar a las FARC).
A la pregunta, con Iván Duque qué década empieza? De seguir así sin cambios radicales, seguro será el comienzo de una de las peores de la historia moderna, que representaría muy bien la decadencia completa de una clase y el hundimiento de su régimen clasista.
Sin embargo, la década que comienza también representa la esperanza del cambio, la que solo conquistará una encarnizada y multitudinaria lucha extraparlamentaria en las calles, las aulas de clase, los parques de los barrios, las universidades, los puestos de trabajo, las redes sociales, el parlamento, los medios de comunicación corporativos, el arte, la música, los «desconciertos», todo, absolutamente todo, será una gigantesca caldera en ebullición entre lo que no termina de morir y lo nuevo que ha empezado a nacer en las voces, las cabezas y las manos de millones de condenados de la tierra.
Como es diciembre casi todos celebran y la rumba continúa como continúa la parca en su lenta pero productiva romería de la muerte por Colombia. Es el pueblo quien resiste esta embatida de la muerte y un gobierno que la permite, la niega, la estimula o la consciente.
Por eso es bueno repetir que es una estrategia política basada en la muerte la que gobierna Colombia y va dejando un reguero de cadáveres, hasta cabezas, esparcidos en la geografía lacerada de este país, pero sobre todo, en la profunda tristeza, dolor y rabia que embarga las familias y amigos de los inmolados.
¿Triunfará la política de la muerte o la política de la vida, en Colombia?
Este gobierno por más débil que parezca no caerá solo; y el movimiento social por más fuerte que parezca, no está lo suficientemente maduro, ni es lo suficientemente radical para lograr el cambio de régimen que busca.
Este año nuevo y la década que comienza no pregona nada distinto que la lucha hasta derrotar la política de la muerte que nos gobierna. No puede haber mejor deseo de año nuevo, que la prosperidad y felicidad en todas las batallas venideras.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.