Los resultados de las distintas elecciones y los que arrojan los estudios de opinión ponen de manifiesto la más que notable complejidad de la sociedad catalana. En las dos últimas legislaturas, la Xª y la XIª, el Parlamento ha estado integrado por seis grupos parlamentarios con relevancia para la toma de decisiones, sobre todo para […]
Los resultados de las distintas elecciones y los que arrojan los estudios de opinión ponen de manifiesto la más que notable complejidad de la sociedad catalana. En las dos últimas legislaturas, la Xª y la XIª, el Parlamento ha estado integrado por seis grupos parlamentarios con relevancia para la toma de decisiones, sobre todo para las más relevantes.
Se trata, sin duda, de la comunidad autónoma con mayor complejidad de todas las que integran el Estado. No hay ninguna otra en la que ocurra algo parecido. En casi todas, el sistema de partidos que se había configurado a partir de las elecciones que acabaron siendo constituyentes del 15 de junio de 1977, entró en crisis como consecuencia del impacto de la crisis económica a partir de 2008, como ha ocurrido en la casi totalidad de los demás países europeos y dicha crisis se tradujo en una expresión más compleja del cuerpo electoral que conllevaba la incorporación de nuevos partidos al arco parlamentario con presencia significativa (Ciudadanos, Podemos).
En Catalunya la crisis general europea y española se vio acentuada por la confluencia con ella de una «crisis de la Constitución territorial», como consecuencia del naufragio de la operación de reforma del Estatuto de Autonomía ante el Tribunal Constitucional. La combinación de la crisis del «Estado Social», europea y española, con la crisis «territorial» específicamente catalana, hizo que el estallido del sistema de partidos tuviera una intensidad muy superior y que el número de partidos políticamente relevantes aumentara más que en ningún otro sitio.
Esta complejidad política de la Catalunya ha permanecido oculta como consecuencia del pulso con el Estado para la celebración del referéndum sobre el llamado derecho a decidir, que ha marcado tanto las campañas electorales de 2012 y 2015 como el desarrollo de las dos Legislaturas resultantes de dichas elecciones.
La representación parlamentaria de la sociedad catalana cada vez era más diversa, pero su interpretación política cada vez era más reductora de dicha complejidad. Parecía como si lo único relevante fuera la línea divisoria entre la independencia de o la permanencia en el Estado español, como si la heterogeneidad a un lado y otro de la línea divisoria careciera de toda relevancia.
Y nada más lejos de la realidad. La heterogeneidad política tanto en el bloque partidario de la independencia como en el bloque contrario a la misma no ha hecho más que crecer.
En el bloque independentista hemos asistido a la desintegración de la formación política que había dirigido Catalunya desde el momento inicial de su constitución como comunidad autónoma en 1980. CiU ha dejado de existir como coalición y los dos partidos que la integraban están en proceso de refundación. ERC que había sido un partido marginal hasta 2003 y que, aunque con un crecimiento significativo a partir de esa fecha, no se convirtió en partido determinante sino a partir de 2015, parece que es ya y que va a convertirse todavía más en el partido hegemónico dentro del bloque independentista. Y por último la CUP, una formación política que tiene representación parlamentaria por primera vez en 2012 con tres escaños completamente irrelevantes y que, sin embargo, se convierte en 2015 con diez escaños en una formación determinante.
Esta heterogeneidad no ha dejado de estar presente en ningún momento del desarrollo del «procés». Por eso fue tan difícil ponerse de acuerdo en la pregunta del referéndum del 9-N, que acabó no siendo una pregunta, sino dos; por eso la lista de Junts pel sí para las elecciones de 2015 se hizo como se hizo con Artur Mas y Oriol Junqueras en los números 4 y 5; por eso Artur Mas no pudo continuar siendo President; por eso Puigdemont tuvo que presentar una cuestión de confianza para conseguir la aprobación de sus primeros presupuestos; por eso se produjo la purga del Govern en la recta final del 1-O; por eso se produjeron las incalificables jornadas del 6 y 7 de septiembre en el Parlament…
Y sin embargo, esta heterogeneidad ha quedado oculta por la línea divisoria independencia-no independencia. Parece como si únicamente fuera relevante estar a un lado u otro de la línea divisoria.
Lo mismo ocurre en el otro lado de la divisoria. Entre Ciudadanos, PP, PSC/PSOE y Podemos no hay coincidencia en nada excepto en que están de acuerdo en el no a la independencia. Parece como si esto último fuera lo único que contara.
Ni en un lado ni en el otro de la línea divisoria se puede garantizar el Gobierno de Catalunya. En estas dos últimas legislaturas ha habido gobierno por el espejismo de la independencia. CiU y ERC en la Xª Legislatura invistieron a Artur Mas como President porque acordaron previamente la convocatoria del 9-N. Junts pel Sí y la CUP acordaron la investidura de Puigdemont también por la convocatoria del 1-O. Sin el espejismo de la Declaración Unilateral de Independencia, no habría habido Gobierno en Catalunya en estos últimos cinco años.
En el otro lado de la divisoria no ha habido nada más que oposición a la convocatoria del referéndum. Entre ellos no podrían ponerse de acuerdo para formar gobierno. Se han puesto de acuerdo en la aplicación del 155 CE para convocar elecciones. Podemos se ha quedado fuera de este acuerdo. Pero nadie puede esperar que, tras las elecciones, vaya a haber un acuerdo entre ellos.
Con el espejismo de la independencia no hay forma de garantizar la gobernabilidad de Catalunya. Hay que hacer abstracción de ese espejismo y de la línea divisoria que genera, si se quiere formar gobierno y poner en práctica un proyecto de dirección política de la comunidad autónoma.
¿Se podrá hacer esto tras las elecciones del próximo 21-D? Todas las encuestas indican que la complejidad no va a ir a menos, sino a más. Los seis grupos parlamentarios de la XIª Legislatura van a ser, como mínimo, siete, ya que el grupo de Junts pel Sí se va a descomponer en dos, ERC y Juntsx Catalunya. Y eso dando por supuesto que, en este desbarajuste, no se cuele algún partido más, que es algo que puede ocurrir.
Tras el 21-D llegará la hora de la verdad. Una vez desvanecida la «ilusión óptica o de la imaginación» que era la declaración de independencia, vamos a ver si el sistema político que se ha ido configurando en este ensayo de transición de la autonomía a la independencia, garantiza o no la gobernabilidad de Catalunya.
Fuente: http://www.eldiario.es/zonacritica/hora-verdad_6_708039221.html