Vigilados muy de cerca por mil policías, varios miles de pacíficos manifestantes del 25s recorrieron el centro de Madrid camino del Congreso en protesta contra los presupuestos del gobierno, que para algunos son «los peores de la historia de la democracia de España». En esta ocasión no se optó por rodear el Congreso directamente, sino […]
Vigilados muy de cerca por mil policías, varios miles de pacíficos manifestantes del 25s recorrieron el centro de Madrid camino del Congreso en protesta contra los presupuestos del gobierno, que para algunos son «los peores de la historia de la democracia de España».
En esta ocasión no se optó por rodear el Congreso directamente, sino que se prefirió recorrer previamente el centro de Madrid.
Se partía desde Plaza España, y durante alrededor de unos 20 minutos se llegó a dudar de si eso iba a ser posible. La fuerte presencia policial que anunció el día de antes el Sindicato Unificado de Policía (SUP) -de unos 1.300 a 1.500 agentes policiales, ante la supuesta sospecha de la presencia de grupos radicales que venían a reventar la manifestación-, se hizo notar con las identificaciones previas que se fueron tomando a las personas que salían por la boca de metro o que pasaban por allí.
Con esa justificación la policía acorraló Plaza España y con ella, a los manifestantes que estaban dentro. Al final, no hubo más remedio que abrir el cordón policial y los cientos de personas que habían quedado atrapadas en la plaza, comenzaron a caminar al clásico grito de «que no, que no. Que no tenemos miedo». Transcurridos unos minutos esos cientos de personas se convirtieron en miles a su paso por las calles del centro de la capital.
Durante todo el recorrido -Plaza España, Gran Vía, Cibeles y Neptuno- los manifestantes estuvieron flanqueados por un cordón policial de alrededor una veintena de lecheras. En las calles adyacentes al paso de la manifestación, otras decenas de lecheras aguardaban su posible actuación, que no llegó a ser necesaria. La policía, aunque sin identificación en sus uniformes, mantuvo de principio a fin una relativa calma. En ningún momento llevaron los cascos puestos, ni hicieron amago de ponérselos.
Los manifestantes mientras tanto, bastante ajenos a la presencia policial que los controlaba de cerca, estuvieron a lo suyo. Y lo suyo era poner el grito en el cielo contra unos presupuestos presentados por un gobierno, que para algunos manifestantes venían a ser «los peores de la historia de la democracia de España», tal como señalaba a Periodismo Humano Jesús, jubilado y uno de los manifestantes procedentes de Getafe.
«Es que nos vacilan», comentaba otra joven de 16 años que había ido a la concentración con un grupo de amigos de su misma edad. «Nos dicen una cosa y como mucha gente pasa, pues hacen lo que quieren». «Yo creo que para todo lo que está pasando somos poca la gente que salimos a la calle. Deberíamos ser más».
Cuando se les pregunta por la situación de la educación, ellos que todavía no son universitarios, pero están a las puertas de serlo, uno de los chicos contesta: «pues que cuando nos toque estudiar una carrera no vamos a poder, tal y como se está poniendo la situación».
Miles de personas con preocupaciones diferentes, pero con el máximo denominador común de creer estar ante un gobierno que da la espalda a las personas, como así lo han considerado la mayor parte de los manifestantes en el caso de Miguel Domingo, el señor granadino de 54 años que se suicidó el pasado jueves horas antes de su desahucio, y que ha estado muy presente en la mente colectiva a lo largo de toda la manifestación.
Tanto es así, que a la llegada de una de las sucursales de Caja Madrid en Gran Vía se ha parado la cabecera de la manifestación para gritar «asesinos, asesinos». Dos jóvenes, queriendo dejar constancia de ello, se han encargado de pegar el cartel que así lo indicaba.
Miguel Domingo ha estado muy presente también pocos minutos después de la llegada a la plaza de Neptuno al grito de «no ha sido suicidio, sino homicidio» y «ya está bien de tanto desahucio», para finalizar con un clamoroso: «Rajoy, dimite, el pueblo no te admite».
A las 21:00 un grito mudo durante un minuto de espaldas al Congreso, «tal y como nos dan la espalda ellos a nosotros», según una señora de mediana edad que participaba en la concentración, ha finalizado con un unánime y estruendoso grito de «dimisión», acompañado de un «fuera, fuera, fuera».
«Nosotros estamos aquí, porque ha llegado una situación que creemos que es insostenible», comentaba Irene, una chica de unos 30 años de edad de Madrid capital que ha acudido a la manifestación con un grupo de amigos. «Desde luego que seguiremos viniendo las veces que haga falta, hasta que esta situación cambie».
En la asamblea abierta celebrada en Neptuno, la huelga del 14N ha sido un tema recurrente y del que han salido varias ideas. Una de ellas apuntaba a que es necesario, nos guste o no, el apoyo sindical y su poder de convocatoria para que la huelga sea un éxito. «Son unos vendidos», se ha oído gritar mientras se planteaba esta idea. Quien la apuntaba asentía, al tiempo que insistía en que vendidos o no, son necesarios.
«Las manifestaciones por si solas no son la solución», decía otro de los participantes en la asamblea. «Necesitamos una huelga, pero indefinida, y no solo laboral, sino también de consumo». Idea con la cual la gente se ha mostrado bastante de acuerdo.
Otra señora señalaba que cabría estudiar las posibilidades de que todos los países del sur de Europa se unieran para poder hacer una huelga común, «ya que estamos en la misma situación», según su opinión.
«Salir a la calle no es suficiente», señalaba otro de los participantes: «en mi opinión hay que ser activos en los grupos de trabajo y asambleas de barrio, que es de donde salen este tipo de convocatorias». Idea que otro compañero reforzaba: «hay que pensar en local».
Al final de la asamblea un grupo de participantes han decidido pasar por la Plaza Celenque, a pesar del frío por la repentina bajada de temperaturas, en la que 50 personas llevan una semana, día y noche, acampados frente a la sede de Bankia, hasta llegar a un acuerdo con la entidad sobre sus futuros desahucios.