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29M: una huelga general contra zombis y vampiros

Fuentes: Rebelión

Dicen que hay convocada para el 29 de marzo una «huelga general». Me permito dudarlo. Un huelga general es algo más que un simple movimiento de resistencia a una medida del gobierno como es la reforma laboral. La Huelga General fue para el movimiento obrero del siglo XIX y principios del XX un momento mítico […]

Dicen que hay convocada para el 29 de marzo una «huelga general». Me permito dudarlo. Un huelga general es algo más que un simple movimiento de resistencia a una medida del gobierno como es la reforma laboral. La Huelga General fue para el movimiento obrero del siglo XIX y principios del XX un momento mítico de liberación. En la Huelga General no sólo se procuraba responder a la explotación y mejorar dentro del capitalismo el reparto de la riqueza, procurando obtener un precio mejor por la fuerza de trabajo en el mercado o mejorando algo las condiciones de existencia del trabajador. Estas mejoras son necesarias, pero no son ni pueden ser el objetivo de una huelga general. Una huelga general es siempre política: pretende mostrar que los trabajadores pueden y deben vivir y producir sin un patrón. Hacer una huelga general es empezar a tomar el mando de la sociedad: «conquistar la democracia», decían Marx y Engels en el Manifiesto.

La «huelga general» del 29 de marzo es, además, una huelga particular: tal como la plantean los sindicatos mayoritarios sólo puede afectar a una parte reducida de la población compuesta por los trabajadores con contrato estable. La mayoría de los trabajadores y la casi totalidad de los jóvenes trabajadores no pertenecen a esa categoría. Están muy lejos del mito obrerista del trabajador de fábrica con mono azul. La imagen del «señorito» que hace un trabajo intelectual opuesto al obrero industrial ya sólo sirve para legitimar la división de los trabajadores y la dominación de unas burocracias sindicales caducas y vendidas cuyos dirigentes merecerían un buen papel en alguna película de zombis. Hoy el trabajador viste de mono azul, pero también de otras mil maneras: puede vestir chaqueta y corbata (obligatorios), uniformes de empresa como los que trabajan en las hamburgueserías o en el reparto de pizzas, ropa informal como muchos informáticos, vestidos «sexy» para cazar hombres o mujeres como los trabajadores del sexo, uniformes blancos o de varios colores lisos como los enfermeros y enfermeras y otros trabajadores a la vez sanitarios y afectivos. Esta variedad de indumentarias es resultado de que hoy el trabajo y la vida coinciden. Ya no existe un lugar para el trabajo (la fábrica, la oficina) y otro para la vida: en todo momento, todos estamos produciendo la mayor de todas las riquezas, nuestra vida social, nuestra inteligencia y nuestro afecto. El capital nos vampiriza no sólo cuando trabajamos en el marco tradicional de la relación salarial, sino en todos los momentos de nuestras vidas. El parado, el jubilado, el niño, el anciano, el ama de casa, hasta el agonizante en su medicalizado lecho de muerte, trabajan y producen y son explotados uno por uno y colectivamente. El trabajo intelectual, inmaterial, ya no es una función de mando: es un elemento de todo trabajo, incluso del trabajo de fábrica cada vez más flexible y organizado por los propios obreros, que tienen que responder a la demanda del mercado directamente, mostrando constante disponibilidad, como si el trabajo fuera su preocupación más personal. La función de mando no la ejerce el trabajo intelectual, sino cada vez más y más brutalmente el capital financiero que, mediante la deuda pública y privada, parasita nuestras vidas. También ha tomado el mando un capitalismo » producitvo » que transforma nuestras vidas en «estilos de vida», en marcas que nos hacen «hombres o mujeres» «Pepsi», «Zara» o «Citroën».

La huelga general, para serlo, debe aspirar a liberar nuestras vidas de este régimen de vampirización. Debe exigir y realizar la autonomización de la vida respecto del capital. La huelga empieza por negarse a consumir, por negarse a las conductas infames, tristes, solitarias e insolidarias que se esperan de nosotros: un buen comienzo de huelga general es saludar y sonreir al vecino, hablar a las personas que no conocemos, no comprar nada ni hacer circular dinero, reunirse en la plaza pública y ocuparla para hablar de las cosas de todos. Es preciso que la huelga incluya a todos los trabajadores y nos saque, al menos por un tiempo, de la condición de mercancía. También es vital que ese espacio y ese tiempo ganados al capital sirvan para determinar objetivos, mucho más allá de la justificadísima oposición a la reforma laboral. Frente a los chupasangres y vampiros del capitalismo neoliberal, nuestros ajos, crucifijos y estacas deben ser la exigencia de una renta básica independiente de cualquier prestación laboral asalariada, el rechazo a la deuda pública ilegítima cuyo pago nos impone el Estado en nombre de los bancos y los poderes financieros, la exigencia del derecho a la vivienda, el respeto de los bienes y servicios públicos que hoy secuestra el Estado para mejor privatizar lo que no es suyo sino de todos.

Si nos la tomamos en serio, la huelga general no puede acabar el 29M. Ese día puede ser un hito en un largo proceso de liberación política y social cuyo comienzo situamos simbólicamente en el 15 de mayo de 2011 y que no tiene fin, pues la conquista de la democracia es una tarea permanente. No olvidemos durante todo ese tiempo tener siempre a mano ajos y estacas.

Blog del autor: Iohannes Maurus

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.