Dice mi amigo Javier García, historiador y sindicalista del SAT, que vence quien dibuja con palabras el caminar de nuestros sueños, y creo que tiene toda la razón. Es necesario describir con palabras la urgencia de otro tipo de organización social para que podamos imaginar su posibilidad. La referencia al mundo onírico en este caso, […]
Dice mi amigo Javier García, historiador y sindicalista del SAT, que vence quien dibuja con palabras el caminar de nuestros sueños, y creo que tiene toda la razón. Es necesario describir con palabras la urgencia de otro tipo de organización social para que podamos imaginar su posibilidad. La referencia al mundo onírico en este caso, se hace con los pies en la tierra. Concretamente se hace con los pies en la tierra de Somonte, expropiada al señorito y colectivizada por los jornaleros.
El problema viene cuando estás tan involucrado en el sueño, tan emocionalmente comprometido con la posibilidad, que eres incapaz de analizar la realidad críticamente. Es entonces cuando uno se deja llevar por la inercia de unos sentimientos que, aunque emanan de unas ideas justas, atrofian la capacidad de leer la voluntad popular de la manera más objetiva posible. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que en los pueblos de Euskal Herria donde se supone que hay mayor voluntad independentista, la participación en la consulta ha sido menos del 30% (por no hablar de casos especialmente sangrantes como Beasain u Ordizia, donde la participación apenas ha superado el 20%). Hay muchos adjetivos que pueden describir esto, pero fracaso es el más suave y el más acertado que se me ocurre. No olvidemos que los datos del Instituto Nacional de Estadística español, son más esperanzadores con la causa independentista.
Sin embargo la valoración que los organizadores han hecho de estos datos (obviamente ya estaba hecha con antelación, algo que se espera de un partido político pero no de un movimiento popular) no sólo ha sido positiva, sino incomprensiblemente optimista, insultantemente eufórica. Han calificado la consulta de «logro increíble», «gran paso cualitativo», etc. La valoración por parte de los medios de comunicación afines ha sido en esa misma línea: «Un total de 36.895 votos inician la era de la decisión» «Gran arranque para abrir las puertas a la ilusión» (Naiz), «Goierrik erabaki du» (Goierriko Hitza), «Herri ugaritan gainditu dute %50eko parte hartzea, eta batzuetan %70etik gorakoa izan da» (Berria)… eso sin contar las declaraciones de representantes políticos, artículos de opinión, editoriales, etc. Algunos, no sólo se han dejado llevar por esta vorágine de alegría ilógica, sino que han utilizado burdas técnicas de manipulación de datos, como en Gara, donde se puede ver un gráfico que contabiliza sólo al 80% de la población para que a simple vista parezca que la participación ha sido mayor (viejo y muy conocido método de falsear los datos), o en Urola Kostako Hitza, donde afirman sin sonrojo: «Independetziaren alde bozkatu du herritarren ehuneko 94,56ak Azpeitian». De verdad, después del día de ayer me pregunto con tristeza, si esta nueva izquierda vasca que dice apostar por otro modelo social y por una democrática forma de toma de decisión, quiere una ciudadanía satisfecha, despolitizada y acrítica, o un pueblo que reflexione y haga autocrítica, con el fin de hacer efectiva la lucha por unos objetivos que son justos.
Esta errada forma de asimilar unos nefastos resultados, tiene su origen en el vaciamiento ideológico del independentismo y la transformación del discurso de la izquierda vasca en un discurso vago y lleno de generalidades que habla de derechos sociales, de igualdad, de solidaridad, de democracia participativa, etc. mientras anula la principal crítica al capitalismo y a la sociedad de clases, y asume el orden «democrático» liberal. El objetivo de esta deformación de los principios socialistas, tiene la intención de aglutinar al mayor número de gente posible. El problema es que un pueblo no es lo mismo que una hinchada de fútbol, y si se apela a las emociones como factor de identificación con bailes gigantes, flashmob, actos espectaculares, canciones, etc. se está vaciando de carácter político una cuestión que es netamente política, y se está alejando un debate crítico, colectivo y racional que asuma las ventajas que tiene organizarse libremente como pueblo.
Es por todo ello que exijo honestidad. Es triste, pero tengo la impresión de que desde mi mismo bando se me está tratando como un idiota. No se puede pretender que una cagada huela mejor por mucho que se pinte de rosa. Desgraciadamente, me temo que estos resultados son buena carnaza para el nacionalismo español, y que se ha dado un paso atrás con toda la buena intención del mundo. Sinceramente, espero equivocarme. Como dice mi amigo, para vencer hay que tratar de dibujar con palabras el caminar de nuestros sueños. Pero estas palabras, claro, han de ser de verdad.
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