Sin una identificación inmediata de los infectados y sin la adecuada gestión de la cuarentena que garantice su aislamiento con recursos públicos, si no se dispone de medios propios, la transmisión del virus está garantizada.
Poco queda para que se cumpla el año de la aparición del virus y, hasta ahora, en nuestro mundo occidental, la solución pasa necesariamente por la vacuna. Y tal vacuna responde exactamente a lo que se puede esperar de nuestro modelo socioeconómico, neoliberal para más señas.
Ante la pandemia solo hay dos opciones, medios hay para cualquiera de las dos, se trata simplemente de determinar cuáles son las prioridades y apostar por la opción elegida, así de simple. ¿Cuál de las dos es la mejor? Todo dependerá de por qué se apueste y de para quién. Como veremos la salud no es lo prioritario, como no lo es reducir la precariedad, el paro o la brecha social que sigue aumentando.
La Unión Europea, EEUU y el resto de países afines o subordinados ha apostado clara e inequívocamente por la vacuna, y ello por dos razones. Primero porque la vacuna no deja de ser un negocio más (solo para las industrias farmacéuticas, claro) sujeta a una patente y, aunque por mucho que repitan que será gratuita, la Seguridad Social, directa o indirectamente, ha tenido que pagarla y seguirá pagando por ella. Está por ver cómo se resolverá el que otros países, por ejemplo China, pongan en el mercado otra vacuna sin ánimo de lucro.
La soñada vacuna lo resolverá todo, eso nos dicen, aunque solo resolverá una pequeña parte de la gran crisis económica, social y sanitaria que azotaba, azota y seguirá azotando a buena parte de la humanidad con o sin vacuna. En ninguna circunstancia se puede olvidar que la sanidad se está convirtiendo en un negocio y este es un problema más grave aún que cualquier pandemia. Las privatizaciones y la corrupción política van de la mano y son la causa de la escasez de medios materiales y humanos en la sanidad.
Antes de la actual pandemia originada por Covid-19, ya había penurias que asolaban a cientos de millones de personas con otras pandemias de fácil solución, además de todos los problemas de guerras y subsistencia y con muchos más muertos. Tragedias de las que nuestros gobiernos no son ajenos sino responsables directos por la explotación (robo) de recursos, por razones geoestratégicas o por invasiones militares abiertas o subvencionadas en países con regímenes no afines.
Nada ha cambiado, pero, ahora el problema se ha convertido en algo muy grave porque afecta directa y personalmente a los intocables, a los gurús del régimen neoliberal y hasta fascista, llámese Trump, Bolsonaro, Abascal, Ayuso, sin olvidar a nuestro Gobierno, cuyas soluciones en nada difieren, de hecho y en el fondo. Unos y otros han apostado simplemente por “aplanar” la curva de contagios para que no se colapsen, más todavía, los hospitales y que la pandemia no se les vaya de las manos y ellos mismos por la borda. Nunca se sabe.
Y es que otra cosa no se puede esperar de un Gobierno o de gobiernos puestos y nombrado por el poder económico. Gobiernos que no solo no tienen ningún control sobre las instituciones y sobre los sectores estratégicos del propio país sino que a ellos se deben, para ellos gobiernan y en su exclusivo interés. Gobiernos de países que ni siquiera tienen poder alguno sobre los llamados mercados financieros o sobre la moneda. ¿De quién es y quién manda en la Reserva Federal, el BCE, el FMI y las bolsas? Ellos mandan, quitan y ponen presidentes, gobiernos y dictan la política económica a seguir, pandemias aparte.
Claro que, en países “autoritarios” como a nuestros democráticos gobiernos les gusta decir, refiriéndose a China, principalmente, han podido erradicar la pandemia gracias a imponer restricciones no asumibles en nuestras democracias, dicen. Pero, en cambio, no les parece que la militarización de la situación, el toque de queda y el confinamiento suponga recorte alguno de libertades y derechos. Ni tampoco que dos tercios de las muertes se hayan producido en residencias de ancianos en condiciones infrahumanas, en bastantes casos, aislados y hasta encerrados en sus habitaciones sin contacto alguno ni con la familia ni con nadie, ni que nuestros sanitarios lideren el porcentaje de infectados por falta de los necesarios equipos de protección, más la sobrecarga de trabajo fuente inevitable de incidentes y de errores en los que se han de incluir los contagios.
Baste añadir que, en bastantes ocasiones, la cifra de muertos dada en los medios oficiales -radio y tv- tenía como fuente las funerarias. ¿Para qué entonces el certificado de defunción y el Registro Civil? Aparte del baile y falsedad manifiesta de las cifras dadas, cuando se daban, sin fecha concreta ni referencia alguna de a qué período de tiempo se refiere ni a qué tamaño de población. Una forma como otra cualquiera de mentir, no otra cosa.
No es posible hacer referencias exactas, nadie las da porque nadie las tiene, basta con atenernos el desbarajuste existente. Cuando una persona con síntomas de haberse infectado, incluso con signos inequívocos, tiene dificultades para contactar con su centro de salud y tardan dos o tres días -fines de semana no incluidos- en hacerle el test correspondiente y otros tantos en darle el resultado ¿qué se puede esperar de la no propagación de la infección? Más aún, conocido el resultado positivo del test, comienza un itinerario similar para las personas convivientes. Y, por último, tampoco se ha dispuesto de medio alguno para facilitar el alojamiento de la persona que teniendo que guardar la preceptiva cuarentena carezca de recursos. Se trata de un problema que afecta al conjunto de la sociedad, la solidaridad individual es necesaria, pero cuando ni puede ni tiene medios, el problema revierte inevitablemente al resto de la sociedad.
¿Alguien puede llegar a pensar que así se puede erradicar una pandemia cuando el Gobierno ni siquiera tiene intención de controlarla?
El número de afectados por Covid-19 es de lo más variable, es decir, la pandemia se mueve, tanto en cifras como a nivel de comunidades de modo aleatorio. Esta inexplicable evolución sugiere la falta de control y de medios por parte del Gobierno, algo que es inseparable de la falta de previsión y de liderazgo, más allá de repetirse hasta la saciedad en los informativos que más confunden que orientan.
En resumen.
Sin una identificación inmediata de los infectados y sin la adecuada gestión de la cuarentena que garantice su aislamiento con recursos públicos, si no se dispone de medios propios, la transmisión del virus está garantizada, sin olvidar que una buena parte de la población está sumida en la precariedad y hasta en manos de la caridad para comer, mientras el Gobierno (progresista) todavía titubea con el Ingreso Mínimo Vital.
La opción de no tomar medidas de control de los infectados implica que el nivel de infecciones subirá y bajará sin que tengamos idea de por qué, ni cómo ni hasta cuándo. La Vacuna es tanto la respuesta como la apuesta de la política económica del Gobierno y del resto de los gobiernos, mientras, una buena parte de la población pagará con su salud, y hasta con su vida, esta solución neoliberal impuesta.