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7 de noviembre de 1917. ¡El género humano fue la Internacional!

Fuentes: Rebelión

La Revolución de Octubre -la Rusia zarista se guiaba por el antiguo calendario juliano: la fecha del triunfo de los soviets, 25 de octubre (recuérdese la película de Eisenstein) según el calendario prerrevolucionario, equivalía al 7 de noviembre gregoriano- fue desde su primer momento, y durante décadas, un referente del movimiento obrero internacional e internacionalista […]

La Revolución de Octubre -la Rusia zarista se guiaba por el antiguo calendario juliano: la fecha del triunfo de los soviets, 25 de octubre (recuérdese la película de Eisenstein) según el calendario prerrevolucionario, equivalía al 7 de noviembre gregoriano- fue desde su primer momento, y durante décadas, un referente del movimiento obrero internacional e internacionalista -sin exclusiones nacionales o estatales- y de las organizaciones socialistas que no claudicaron frente al belicismo y las ansias de conquista de los poderosos de la tierra.

Referente celebrado además. Los actos que se organizaban en homenaje a esa fecha laicamente gloriosa, el 7 de noviembre, están en la memoria de muchos luchadores revolucionarios (aunque su recuerdo, y la admiración que le acompaña, no sean obstáculo para apuntar críticas al estilo de algunas de aquellas celebraciones). Desde la desintegración de la URSS, desde el triunfo de la contrarrevolución capitalista en la tierra de Gorki, Tolstoi, Lenin, Trotsky y Maiakovski, también aquí, en está página enrojecida, habita el olvido, un olvido injusto y suicida.

No deberíamos transitar por una senda que agrupa, en un todo heterogéneo, muy heterogéneo, conquistas populares, éxitos sociales y populares, inmensos sacrificios históricos y ciudadanos como el que realizó la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial en lucha contra el nazismo y el fascismo o en la defensa de la II República española, con pasajes tenebrosos, antiilustrados y antisocialistas, como lo fueron y siguen siendo muchos escenarios del estalinismo.

El comunismo no fue ni es sinónimo del estalinismo, del antihumanismo ni del autoritarismo político. Lo contrario es más verdadero.

Manuel Talens comentó en 2009, en una entrevista publicada en las páginas de Rebelión, que en última instancia, «que aquel edificio se derrumbara siete décadas después no hace menos sublime su construcción. A lo sumo nos confirma que los sueños, una vez realizados, necesitan mimo y lucha diaria durante toda la vida para que no se extingan». No es una reflexión que debamos olvidar ni tampoco deberíamos arrojar a la casa del olvido una aproximación a la finalidad comunista que también nos brindó Talens en esa conversación: el comunismo, un bellísimo concepto según sus palabras, sería la «igualdad de disfrute de los bienes terrenales».

Igualdad de disfrute de los bienes terrenales, de todos los bienes, no sólo de los materiales. Sin olvidar un nudo esencial para el socialismo, para el comunismo del siglo XXI: la renuncia a las apuestas fáusticas e irresponsable del capitalismo (líquido, sólido o salvaje) y la ampliación del imperativo kantiano a la Humanidad del futuro: no podemos ni debemos dejar a las futuras generaciones una tierra repleta de desolación, de contaminación química y enfermedades, de maltrato a la naturaleza, piscinas atómicas y almacenes incontrolados -o poco controlados- de materiales radiactivos. La hecatombe nuclear de Fukushima es un imagen casi perfecta de los desmanes suicidas de la civilización del Capital.

Otro gran comunista, que amaba la lógica, la ciencia, el arte y la literatura, lo expresó así en un editorial de mientras tanto en 1979: «Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo » [la cursiva es mía].

Innecesario es decirlo: ese enorme filósofo revolucionario, que militó más de veinte años con riesgos y persecuciones en el PSUC-PCE, el principal partido de la lucha antifranquista, se llamaba Manuel Sacristán. También es justo recordar su nombre un día como hoy.

 

* Salvador López Arnal es colaborador de rebelión y de El Viejo Topo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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