Los sucesos (mayo 1936) «Ninguna lápida evocaba en cambio a las víctimas del tiroteo del 29 de mayo, cuya lista -publicada en la primera plana de Solidaridad Obrera del 3 de junio de 1936- tienes fotocopiada ante ti: ‘Jesús Marín González Justo Marín Rodríguez, secretario de la juventud Socialista Andrés Martínez Muñoz, de 40 años, […]
Los sucesos (mayo 1936)
«Ninguna lápida evocaba en cambio a las víctimas del tiroteo del 29 de mayo, cuya lista -publicada en la primera plana de Solidaridad Obrera del 3 de junio de 1936- tienes fotocopiada ante ti:
‘Jesús Marín González
Justo Marín Rodríguez, secretario de la juventud Socialista
Andrés Martínez Muñoz, de 40 años, gestor de Yeste
Nicolás García Blázquez
José Antonio García
Jacinto García Bueno, de 25 años, secretario de la Casa del Pueblo
Antonio Muñoz
Manuel Barba Rodríguez
José Antonio Ruiz
Miguel Galera Fousladi, de Boche
Fernando Martínez, de La Graya
Antonio «el Gilo»
Jesús «el calceta» de Yeste
Balbino, de La Graya
«El Polilla», de Yeste
Juan «el Bochocho», de 60 años
Otros dos cadáveres no reconocidos.’
Los fusilados de la primavera del 39 -definitivamente extirpado del país el cáncer rojo- se habían esfumado también sin dejar huella.»(1)
La Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra propugnaba la ocupación de la finca de La Umbría en La Graya, imbuida en la creencia popular de su origen comunal (2). En otros muchos lugares de España tras el triunfo del Frente Popular no se esperó a las medidas legales que se tomaran. No en vano la reforma agraria seguía pendiente desde que se proclamó la República.
El 20 de mayo se inició la tala para carbonear y la rotura de la tierra para su sembrado. El guarda forestal lo comunicó a su propietario y formuló denuncia. Desde Hellín se envió una compañía de la Guardía Civil con 20 hombres más. A los pocos días se presentaron en la Umbría. Tenían orden del Gobierno de no emplear medios violentos contra los campesinos. Parlamentaron:
-No se preocupen que esto se va a arreglar.
-No dan tortas, seguimos la corta. (4)
El abandono era sólo «circunstancial». Al día siguiente se volvía y la escena eventualmente se repetía en muchos campos del sur español, mientras el Congreso discutía la recuperación de las tierras comunales por los ayuntamientos.
En estas circunstancias, el pueblo en su mayoría tomó conciencia de que el gobierno del Frente Popular y las gestoras municipales de izquierdas les apoyaba y contaban con la presencia, inusualmente contemporizadora, de la Benemérita.
Por esas fechas Gaziel, el director de La Vanguardia, publicaba un artículo «El mundo al revés» con unas reflexiones, que aunque no queramos compartir, no dejaban de ser preocupantes. Comenzaba así:
«Este es el extraño país en que los conflictos entre el capital y el trabajo se esfuman y desaparecen cuando gobiernan los aliados del capitalismo, y en cambio se desatan y enconan, apenas se ponen a gobernar los amigos de los trabajadores. ¿Queréis un hecho más extravagante?»
No le faltaba razón cuando recuerda la colaboración de los socialistas durante los siete años de dictadura en el Consejo de Estado (¡y Largo Caballero por esos días transformado en el Lenin español! -comentario mío-) y se pregunta por los sindicalistas, los anarquistas, los comunistas. Prosigue este espinoso asunto el periodista con la llegada de la República y como, pese a la presencia por primera vez en el gobierno de tres socialistas, «la agitación proletaria fue continua y creciente». Sofocada la rebelión de Asturias y Catalunya -concluye Gaziel- «boca abajo todo el mundo» (4).
Me he extendido en ese pensamiento contemporáneo con el gobierno del Frente Popular porque la desacostumbrada falta disuasoria de la Guardia Civil tuvo unos efectos perversos que provocaron en última instancia el luctuoso desenlace.
Es difícil, si no imposible, precisar el exacto desarrollo de los acontecimientos. Ya no quedan testigos presenciales de «primera línea». La ficciones recreadas por Goytisolo Gay en Señas de Identidad o Sánchez Gregorio en La campana de Yeste tampoco concuerdan; y mucho menos, con el trabajo de Requena Gallego, el más solvente, a estos efectos (5).
Según éste, los guardias entraron a cenar en una fonda. Algunos grupos discutían la actitud a tomar, los jóvenes más exaltados al grito de «vamos por ellos» con ganchos y palos pretendieron entrar en la casa. Éstos reaccionaron disparando al aire y deteniendo a 6 de ellos que no consiguieron huir.
A la mañana siguiente, 17 guardia civiles les conducirían a pie hasta Yeste, con 15 kilómetros de por medio. A cada vez menos distancia les seguía un número creciente de vecinos de las aldeas circundantes. Manuel Blázquez recuerda que en esa mañana se hallaba trabajando «con pico y pala» y, muy dramáticamente, las mujeres les exhortaban a unirse al grupo, «venga todos p’alante» al tiempo que proferían encendidos insultos hacia la fuerza pública.
A 4 kms. de Yeste, algunos miembros de la Gestora tratan de mediar con los guardias sin resultado. «Los vecinos se aproximan a oír la discusión y, al verse cercados, los civiles levantan el seguro de sus fusiles» (Goytisolo). Pedían la liberación de los detenidos para evitar un enfrentamiento inminente. En Yeste, el alcalde socialista Germán González se comprometía ante el jefe del puesto de la Guardía Civil a acompañar a la cuerda de presos ante el Juez si les soltaban. Con este fin el brigada Félix Velando y tres guardias más marcharon al encuentro junto a los gestores Andrés Martínez y Justo Marín. Éste se produjo a sólo 2 kilómetros de la población, en un recodo de la carretera, el barranco de la Fuensanta, donde la multitud cada vez más copiosa había cortado el paso y rodeaba a los civiles, pidiendo insistentemente su libertad.
Eran cerca de las once de la mañana, el sol empezaba a pegar duro verticalmente sobre sus cabezas. El sargento obedece la orden y se desata a los detenidos. Estallan los gritos de alegría entre la muchedumbre, pero la tensión acumulada produjo «un intercambio de injurias que pronto degenera en riña» (6).
Según testimonio de Temistócles Martínez Sánchez, Miguelón Galera, hombre de gran corpulencia, con las dos puntas del gancho pinero atravesó el cuello del guardia Pedro Domínguez Requena. Es más probable que al ser soltado (7) tratara de arrebatarle el arma, consiguiendo dispararle y que, cayendo, fuese rematado por otros paisanos en el tumulto inicial con ganchos, hoces o cuchillos.
Los guardias zafándose del cuerpo a cuerpo tomaron posiciones en lo alto disparando sobre ellos. En unos momentos el pánico y la estampida fue general. El delegado del Ayuntamiento de Yeste, Andrés Martínez Muñoz, primer teniente de alcalde y presidente de la oficina de colocación que había acompañado al brigada, con impotencia le recriminó: «¿os habéis vuelto locos?». Como denunció Prat en el Congreso fue asesinado por ese mismo oficial por toda respuesta.
También murió el otro concejal, Justo Marín Rodríguez, a consecuencia de los disparos en la espalda al huir del refugio donde se encontraba. Jesús Marín González, Antonio Muñoz y José González se habían escondido «en una atarjea por la que apenas cabe el cuerpo de un hombre». Los guardias bajan hasta la boca. Sólo el último, herido gravemente, pudo contarlo en el hospital de Hellín al diputado José Prat. Manuel Blázquez relata el caso de un vecino que pudo salvarse «porque se echó un muerto encima». A los disparos cayó, «se hizo el muerto», ensangrentado con la sangre de la verdadera víctima. Este hecho, en efecto, aparece libremente recreado en La campana de Yeste de Manuel Sánchez Gregorio (8).
Durante hora y media tiene lugar una persecución sin tregua. Aún resuenan las detonaciones por todo el valle en los oídos de muchos mayores que entonces eran niños. «Iban envenenados los guardias» me repite Donato Claras, otro joven mozo de La Graya por aquellos años.
La Guardia Civil recogió a sus heridos sin prestar ayuda a los demás que estaban desangrándose. Nadie del pueblo se atrevía a salir. Preguntaban a los que llegaban por la suerte de sus familiares. El odio desesperado se adueñaba de las calles, otra vez las increpaciones y los conatos de lucha. Los guardias dispararon sobre cualquiera que se hallara en la calle. De esta forma fue herida Librada Fernández, mientras hablaba.
Nicolás García Blázquez requerido por el alcalde había salido en una camioneta para recoger heridos. Fue asesinado a tiros, al parecer, por llevar una camisa roja (9).
De Hellín llegaron 30 guardias más, 40 de Albacete y algunos guardias de asalto. La gente que había vuelto a La Graya estaba despavorida. Bien recuerda Donato, la de palos que los civiles iban a repartir. El horror de la represión de Casas Viejas se hacía presente en este remoto lugar y en los caseríos más dispersos.
Casi nadie durmió en su casa, sino en el monte o en otras zonas de familiares, más lejanas. Nadie quería emular al héroe de Casas Viejas «Seisdedos» al que sentidamente admiraban, pues todos temían acabar carbonizados como él.
Según el Diario de Albacete del 16 de junio, 59 personas fueron detenidas y conducidas a Hellín, entre ellas, todos los supervivientes de la Gestora y dirigentes socialistas. A los pocos días mientras la prensa nacional daba las primeras noticias -en Albacete hubo censura debido al «estado pasional»- y se producían las visitas de algunos políticos, la mayoría fue puesta en libertad.
Repercusiones políticas
En el Congreso se examinaron los sucesos. Pero no se produjo un nuevo Casas Viejas en el sentido de que nadie pidió dimisiones en el gobierno. La situación política era tan crítica que las izquierdas aceptaron el compromiso gubernamental de depurar todas las responsabilidades. Los líderes de las derechas (entre ellos, Romanones, Gil Robles y Calvo Sotelo), frotándose las manos, prefirieron no abrir la boca para no unir en su contra a la coalición del Frente Popular, a la que daban por rota. Por otro lado, ¿iban a pedir también ellos la supresión de la Guardia Civil como El Mundo Obrero o Claridad?
El socialista moderado Prat en su intervención enumeró las causas del conflicto:
-
«el paro producido por la culminación del pantano de la Fuensanta. ‘Un pantano que va a servir para fomentar extraordinariamente la riqueza de la zona del Levante de nuestro país, produzca en el acto, la miseria de un pueblo’ (sic).
-
Despojo de bienes comunales que viene padeciendo (Yeste) desde el último tercio del siglo XIX y empobrece aún más a la ya desdichada población campesina.
-
El caciquismo que acaparó estos bienes comunales» (10).
Para el diputado por Albacete lo más grave fue que la Guardía Civil «al hacerse dueña de la situación, persiguió y disparó contra la población indefensa». Debido a esto murieron cinco personas y resultaron heridas más de ocho.
El ministro de Gobernación, sr. Moles, señaló que la Guardia Civil cumplió con su deber (11). Con respecto a las extralimitaciones declaró «que no ha de haber lenidad, que no ha de haber amparo para ningún acto que sea punible…»
Como viene a ser una práctica consuetudinaria, en tanto que diarios como el ABC o El Correo Catalán apuntaban la división de la familia izquierdista; otros como El Socialista o El Diluvio se alegraban por el fortalecimiento del Frente Popular. El editorial del semanario Justicia Social de la Unió Socialista de Catalunya no se distraía en partidismos al recordar esta evidencia: «No es plom el que necesita el poble: és pa»(12).
De Solidaridad Obrera, órgano de la C.N.T. de Barcelona no cabe resumen de su editorial: está tachada por la censura. ¡Nadie es perfecto!
La República no lo era. La CEDA había abandonado el Parlamento. Como concluye el historiador Manuel Requena, la derecha y el Ejército conspiraban extramuros en busca de una «solución de fuerza». Aquel contexto de provocaciones y asesinatos iban a «justificarla» tan sólo un mes después.
En este sentido, la guerra civil comenzó en Yeste, expresión acuñada en aquellos terribles años. La sangre derramada por miles de españoles y combatientes durante tres irrepetibles años diluyó la vertida por decenas de hambrientos campesinos apenas unas semanas antes.
NOTAS
(1) En Señas de Identidad de Juan Goytisolo.
(2) Estas tierras habían sido compradas por el mayor terrateniente de la comarca José Alfaro en 1917, según consta en el Registro de Yeste. (En Manuel Requena…, pág. 87).
(3) Testimonio oral de Manuel Blázquez Fernández. Tenía 20 años y fue uno de los muchos vecinos de La Graya que en esos momentos se hallaba cortando pinos. En realidad, la consigna que los jornaleros del campo venían repitiendo era: «Queremos pan y trabajo». No cabe duda de que la versión local que personalmente me transmite Manuel es ¡mucho más gráfica!
(4) Gaziel, «El mundo al revés», La Vanguardia, 3-4-1936. En Cuatro historias de la República, Julio Camba, Gaziel, Joseph Pla y Manuel Chaves Nogales, Destino, Barcelona, 2003.
«Lo explicable hubiera sido que, al venir la reducción de jornales, al volver el alargamiento de la jornada, al cerrarse gubernativamente las organizaciones obreras, al sentirse otra vez el proletariado en una situación de inferioridad, con el camino de las complacencias cerrado y con el poder en manos de sus «enemigos», hubiese comenzado un tenebroso período de agitación clandestina y actividad desesperada. No, señor. Paz absoluta.», Gaziel, «El mundo al revés».
(5) En cambio, en La campana de Yeste, que es de las tres obras, la última en el tiempo, se narra que los guardias permanecieron 2 noches sin dormir, sin comer -sólo café- porque no se atrevieron a pedir comida en la aldea; ni habían estado antes varias veces en La Umbría parlamentando, etc…Es inútil proseguir. Manuel Requena se basa en el testimonio de los dueños de la fonda, de tres vecinos más de La Graya y los datos aportados al Congreso por Prat, diputado socialista por Albacete de la línea moderada de Prieto.
(6) En Señas de Identidad. Manuel Requena recoge la intervención de Prat en el Congreso: «Los que eran liberados enardecían los ánimos al mostrar las señales de los golpes recibidos; por su parte, un guardia civil dio una bofetada a uno de los vecinos». El Debate y ABC recoge la versión del cacique Edmundo Alfaro y del ex ministro radical, sucesor de Prieto, Guerra del Río: «afirmaron que la agresión provino de la multitud. Mundo Obrero y Solidaridad Obrera aseguraron que partió de la Guardia Civil».
(7) Era un niño de unos 12 años y en esos momentos se encontraba en la escuela. Tal vez cantando eso que evoca ahora de «Los pequeñitos mañana creceremos, republicanos seremos». Recoge, por tanto, una de las versiones, no del todo exacta. Juan Goytisolo y Manuel Requena no precisan que Miguel Galera fuese uno de los detenidos. En realidad, no revelan la identidad de ninguno de los seis. Cobra en este punto, en cambio, más verosimilitud la «ficción» de La campana de Yeste. El Galera o Miguelón habría destrozado con un gran mazo la camioneta en que los guardias se desplazaron a La Graya inutilizándola para la vuelta. (De otro modo cuesta imaginar una cuerda de presos en los modernos años 30, aun en el marco del agreste entorno. Por cierto, la primera y mejor película de Pedro Lazaga lleva este título y narra la conducción a fines del XIX del famoso «Sacamantecas» por los montes de Oca y Pancorbo hacia Vitoria). El sargento sospechó de él y fue arteramente detenido y, posteriormente, golpeado. Es muy probable que al ser liberado quisiera vengarse, primero arrebatando el arma a quien le desataba, luego tratando de arreglar cuentas con el jefe del cuartel y muriendo en el intento.
(8) Esta breve novela iba a ser llevada al cine -en su portada se da por hecho y se muestra un fotograma- por el recientemente fallecido Eloy de la Iglesia.
(9) Caso citado en el Congreso por José Prat y Antonio Mijé, diputado del Partido Comunista. Relatado por el Diluvio, diario republicano-demócrata de Barcelona. En Manuel Requena, op. cit., pág. 96.
(10) Diario de las Cortes, 5-6-36. La familia Alfaro jugó un papel decisivo como hemos analizado en otro apartado. Mientras conservó el poder fue el patriarca valedor de los intereses locales, «los suyos», frente a la Confederación Hidrográfica del Segura dominada por los propietarios de Murcia y frente al lejano Estado. El valor de los pinos cortados en la finca de su propiedad no alcanzan un verdadero valor económico y su «liberalidad» hubiera evitado el enfrentamiento. Esto prueba, desgraciadamente, que sus intereses no coincidían tan largamente con los de pueblo.
(11) El ministro aseguró haber recibido una carta del Alcalde de Yeste en la que se agradecía la colaboración de la fuerza pública a sus indicaciones en los días 27 y 28. Tomado de Manuel Requena, Los sucesos de Yeste, pág. 117.
(12) «Es la raíz del mal a la que hay que ir. Atacando a fondo, sin humanismos estériles, las fuerzas arcaicas, ancestrales, reaccionarias del capitalismo español». Del mismo editorial, traducido por Manuel Requena…pág. 159.
BIBLIOGRAFÍA
– Brey, G. y Forques, R. «Algunas rebeliones campesinas en la literatura española: Mano Negra, Jerez, Casa Viejas y Yeste», incluida en la obra de J. L. García, La cuestión agraria en la España contemporánea, Cuadernos para el Diálogo, Madrid 1976.
– Goytisolo, Juan. Señas de identidad, Seix Barral, Barcelona, 1980.
– Malefakis, Edward. Reforma agraria y revolución campesina en la España del siglo XX. Ariel, Barcelona, 1976.
– Pelegrín Garrido, Mariano C. La presa de la Fuensanta (1933).
– Prieto Indalecio. «Yeste y la insolidaridad española». Publicado en El Liberal de Bilbao, reproducido en el Defensor de Albacete, 8-6-1936.
– Requena Gallego, Manuel. Los sucesos de Yeste. Instituto de Estudios Albacetenses, Albacete, 1983. (Se puede descargar en formato PDF).
– Sánchez Gregorio, Manuel. La campana de Yeste, Albacete, 1989.
-Sepúlveda Losa, Rosa Mª, «La primavera conflictiva de 1936 en Albacete», en Pasado y Memoria (Revista de Historia contemporánea), nº 2, 2003. (En formato PDF).