En la película Maité 1994, (Eneko Olasagasti y Carlos Zabala), el gran actor Mikel Garmendia, construía un personaje que desarrollaba un entrañable ejercicio de papanatismo cultural de lo vasco en plena Habana del Periodo Especial. Mikel Garmendia sintetizaba con maestría un cliché en el que la honestidad, la inocencia y la laboriosidad se entrelazaban como […]
En la película Maité 1994, (Eneko Olasagasti y Carlos Zabala), el gran actor Mikel Garmendia, construía un personaje que desarrollaba un entrañable ejercicio de papanatismo cultural de lo vasco en plena Habana del Periodo Especial. Mikel Garmendia sintetizaba con maestría un cliché en el que la honestidad, la inocencia y la laboriosidad se entrelazaban como quintaesencia del ser euskaldún. Así, en una secuencia de la película, un funcionario cubano, tras haber engullido un segundo plato de angulas preparadas por el personaje de Mikel, se lamentaba de que Colón no hubiese traído las angulas, a lo que nuestro actor le respondía «claro, es que no era vasco»
Desgraciadamente, muchos sectores políticos y culturales del país, lejos ya de cualquier comedia, parece que han dado por útil este tipo de cliché transferido a Elkano para aceptar, o cuando menos, para no entrar en colisión, con la conmemoración del quinto centenario de la circunnavegación.
Es verdad que el país tiene en su horizonte temporal retos de toda índole que requieren por parte de la izquierda nacional vasca análisis y esfuerzos, pero ponerse de perfil ante este diseño cultural de las elites española y vasca resulta, por lo menos, bastante incomprensible.
La cultura nunca es para la izquierda un asunto de segundo orden, más bien al contrario; en el espacio cultural suelen entrar en pugna concepciones, valores y símbolos , que deben de ser defendidos o en su caso, como en el tema del Mundubira 500, confrontados con un discurso crítico y pedagógico que despliegue a la vez, un programa cultural propio y popular. Practicar el pragmatismo político en este contexto es un craso error por parte de la izquierda, una forma de desandar caminos, en los que la constancia y tenacidad dejan de ser compañeros de viaje en pos de los hipotéticos buenos resultados electorales. En la lucha por la hegemonía cultural no hay ni treguas ni atajos. El pragmatismo cultural puede devenir en un juego de espejos rotos, que como en La Dama de Shangai, salga muy caro, a largo plazo, a un proyecto de emancipación nacional construido desde la izquierda. ¿De qué sirven las inercias de triunfo electoral si la gestión, en este ámbito, es indistinguible de lo que pudiera hacer un PNV, un PSOE o un PP? El caso de la gestión de Bildu en Getaria ofrece un ejemplo claro: triunfos electorales sostenidos mientras el Mundubira 500 actúa como un agujero negro de energías creativas; en estos años de gestión municipal, el pueblo se ha ido convirtiendo en un páramo cultural, solo salvado por iniciativas culturales populares. Pareciera que permanecer en el gobierno municipal se haya convertido en el gran acto autorreferencial, eso sí, sin un proyecto cultural propio que implique la generación de espacios culturales de encuentro y de relanzamiento de todas las fuerzas creativas del pueblo. ¿Cuándo tuvo miedo la izquierda nacional vasca a quedarse en minoría ante el discurso cultural del poder?
El ejercicio de lo políticamente correcto y el abandono y menosprecio de iniciativas populares para hacer política «por arriba», es un camino que siempre conduce a la confusión y a retornos indeseados.
Por una casualidad metafórica, en la votación popular que organizó la Asociación Astronómica Internacional, Rosalía de Castro se ganó el derecho a que su nombre figure en el firmamento. Parece que la candidatura de Juan Sebastián Elkano quedó atrás en votos para disgusto de todo el entramado circunnavegante.
¿Será también un triunfo de la sensibilidad y la inteligencia frente a la fuerza, la conquista y el despojo? ¿Estarán los astros organizándose a nuestro favor?
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