Dada la sucesión de los acontecimientos, es lógico pensar que la provocación del italiano contra los inmigrantes a cuenta de la oferta complementaria del turismo ibicenco puede haber sido la sal que faltaba para escocer aún más la herida abierta en algunas de las conciencias que rodean al deslenguado. La Wiki nos cuenta que Salvini […]
Dada la sucesión de los acontecimientos, es lógico pensar que la provocación del italiano contra los inmigrantes a cuenta de la oferta complementaria del turismo ibicenco puede haber sido la sal que faltaba para escocer aún más la herida abierta en algunas de las conciencias que rodean al deslenguado.
La Wiki nos cuenta que Salvini fue «empleador» en Burghy, una cadena de restaurantes especializada en la «inmigración», digo introducción, de la comida rápida americana en Italia. Porque apostando por lo fácil no hay que pensar tanto para sobrevivir. Y si así consigues poder, no hace falta pensar ni para decir cosas.
Entre los destructores de la democracia, tal como dicen las leyes que es, también las de los mares que nos rodean, comienza a destacar en España Marcos de Quinto, que avanza firme para convertirse en buen alumno del italiano.
El caso es que a este millonario, tan español como mal politizado, se le ha ocurrido ironizar sobre la buena gastronomía de la que, según él, disfrutan los desarrapados del Open Arms y han tenido que ser, compasivos, los del digital «Público» que, con su genial «Marcos de Quinto ha conseguido ascender a Marcos de Litro», han conseguido disolver en humor las ganas que nos entraron a muchos de escupirle a la cara si tuviéramos la desgracia de coincidir con el ex de la Coca en el túnel del tiempo, aunque vaya blindado de guardaespaldas.
Otro sembrador de odios desde posiciones prepotentes que, como Salvini, han ganado mucho dinero negociando con alimentos absolutamente prescindibles, pero muy promocionados, destinados al engorde de las masas de turistas que pululan por nuestras playas.
Pero ambos no son sino el brazo necesario, armado con amenazas, horteradas y poder político, de los dueños del negocio, que cómplices, niegan la verdad siempre que les incomoda.
Ahora que han pasado casi nueve años, conviene recordar que el día 17 de diciembre de 2010 el suicidio de un vendedor ambulante tunecino, tras ser maltratado por la policía de su país, desencadenó la cada vez menos recordada «Primavera Árabe».
Aquello provocó que, desde 2011, millones de turistas decidieron cambiar sus planes veraniegos y repetir en países como España e Italia, destinos más seguros y conocidos.
Más en el de Marcos de Quinto, ambos países sufrían los momentos más duros de la crisis económica, pero el cambio de destino veraniego decidido por millones de alemanes y otros europeos contribuyó decisivamente a salir de lo peor, gracias a las sucesivas inyecciones de dinero recibido en nuestras arcas, privadas y públicas.
Y todavía hay embusteros del PP que, sobre su gestión de la crisis, se atribuyen méritos distintos al incremento generalizado de la precariedad laboral, la pobreza y la desigualdad.
Aquellos años estuve especialmente atento y quien se atreva a llevarme la contraria deberá sostener sus pruebas con recortes de prensa. Casi puedo asegurar que, al menos en España, y quizás con la honrosa excepción de alguien vinculado a la cadena Riu, que no estoy seguro, ningún hotelero asumió públicamente lo que era una verdad tan silenciada como indiscutible: que la inestabilidad provocada por la «Primavera árabe» fue la causa principal del enriquecimiento de quienes explotan el sol y la playa.
En cambio, hoy es difícil coincidir con un debate sobre turismo, o incluso con un comentario de redacción sobre noticias del sector, sin que alguien anuncie la debacle que viene porque en la otra orilla vuelven a vender noches.
Y eso que los euros que han entrado gracias al gasto turístico han aumentado durante el primer semestre de 2019.
Si tenemos en cuenta que los mismos grandes empresarios tienen los mismos negocios hoteleros distribuidos en ambas orillas de nuestro mar más querido y vulnerable, sería descabellado pensar que los inversores, ante los medios y los gobiernos africanos, tengan una actitud más decente que ante los europeos.
No podemos saber aún si Salvini, encantado con las encuestas y endiosado más que nunca, ha comenzado a cavar su tumba, y quizás la de la Liga, con la censura planteada contra el gobierno del que el mismo forma parte. No sería el primer deslumbrado que se equivoca de cruce de caminos.
Tampoco sabemos si Marcos de Quinto confirmará la fatal política de fichajes practicada por el tándem Arrimadas-Rivera, o viceversa, tras el fracaso con Valls, que les puede provocar un fiasco mucho más allá de Barcelona, pero lo del ex de la Coca ha provocado reacciones airadas en más de algún relevante de Ciudadanos. Y en ese partido llueve sobre mojado.
Pero lo que sí hacemos es sumarnos a nuestro admirado Antón Losada cuando hoy, desde su «Tenemos que hablar de Salvini» afirma de él que «no toma decisiones, identifica enemigos». Y reclama a los líderes europeos que dejen de esconderse unos detrás de los otros y se atrevan ya a hablar del elefante que se les ha colado en la habitación. Porque, entre otras cosas, no está solo.
Los dirigentes europeos, los hoteleros y los líderes de sus propios partidos. Demasiados corren peligro si no amortizan a elementos como Salvini o de Quinto. Son esa clase de personajes que, si se salvan, pueden acabar con lo que les rodea.
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