Si observamos de cerca la política como superestructura social, es decir, la política globalmente considerada; esto es, la actividad política y el plano del pensamiento político combinados con la acción política en cualquier parte, la atracción que siente el político hacia la política y él mismo pueden resultarnos repulsivos, y pueden llevarnos a ver en […]
Si observamos de cerca la política como superestructura social, es decir, la política globalmente considerada; esto es, la actividad política y el plano del pensamiento político combinados con la acción política en cualquier parte, la atracción que siente el político hacia la política y él mismo pueden resultarnos repulsivos, y pueden llevarnos a ver en todo político a un embaucador más o menos tosco o ilustrado. Desde luego eso ha de ser así para quienes necesitamos por encima de todo, criterio, lógica y coherencia personal sin más concesiones a otras disculpas que las que pueden apreciarse en todo ser humano independientemente del papel que desempeñe en su sociedad. Pero no más. Tres cualidades del «ser» con las que no se puede contar en el político.
Y si esto puede ser válido para cualquier país, en España la repulsa puede alcanzar niveles de escándalo. Pues unos más y otros menos pero todos los políticos, aparecen implicados en un permanente ejercicio de cinismo y de incoherencia, hasta hacernos verles desde personas infantiles e inmaduras hasta auténticos desvergonzados y canallas. Pues hay casos y casos. Algunos son irrelevantes, pero otros, los más graves, que es lo más común, encierran engaño manifiesto al electorado. Y alguno en concreto, de juzgado de guardia. Como el caso de ese líder de la oposición que en 2008 exige en la Cámara Alta al entonces presidente de gobierno una decisión que diez años más tarde, él ya presidente, considera inconstitucional y desencadena con ello una serie de acontecimientos gravísimos: una gravísima desestabilización social y económica, y un riesgo dramático de futuro de cárcel para siete gobernantes catalanes. Inducir a cometer un acto inconstitucional ¿puede no ser un ilícito penal? Pues eso es lo que hizo ese líder luego presidente de gobierno. Esto es algo posible sólo en España. ¿Hay algo que no sea posible en cualquier orden de cosas?
Pero también es algo que nos remonta a aquellos tiempos en que en la Corte de cualquier nación nadie se podía fiar. Y también una desvergüenza que abochorna a la ciudadanía no contaminada por el fanatismo. Otra cosa más que se suma al crónico enfrentamiento en España entre clases. Pues pese a que los políticos de las primeras afirman que «ya no hay clases», a diferencia de la India donde hay varias castas, en España sólo persisten dos: la dominante y la dominada…
Abochorna a la ciudadanía española, decía, en casos como éste, decía antes, pero también a la ciudadanía europea. Porque si ya de por sí en nuestra existencia lo más difícil es ser consecuente toda la vida, el ser inconsecuente del político español es la regla. Su capacidad infinita para responder a todo, no sólo porque está dotado de una potente imaginación y de una estimable agilidad mental, sino porque su falta o debilidad de los escrúpulos que ordinariamente tiene el ciudadano común, le permite patear no sólo la congruencia sino también despreciar la lógica de la integridad tal como la entiende la persona normal porque parece suponer a ésta una retrasada mental.
En todo caso, la índole del político que despunta en España queda fijada por contraste: el político que habla y promete desde la oposición no es en modo alguno el político que habla y actúa después en la gobernación. La realpolitik se le impone y le maniata. Lo sabía cuando pugnaba por llegar al poder, pero le convino ignorarlo cuando no tenía responsabilidades de gobierno pero se somete a ella cuando ya está en el gobierno. Pero tampoco cuando pasa a gobernar se enfrenta a los poderes fácticos, que es donde estriba el fundamento de su cinismo. Lo que demuestra que es tan impotente como incompetente. Sin excepciones parecemos estar no digo ya ante dos personajes, sino ante dos personas distintas y absolutamente contrapuestas: un esquizofrénico más o menos voluntario y consciente. El político español es la encarnación del dios griego Jano representado con dos caras o el dios Proteo, representación de la volubilidad o versatilidad…
Y es que en términos generales quien propende a ver la vida pública desde una perspectiva sociológica, antropológica o incluso histórica, o simplemente tiene una vena filosófica, la política en general ha de resultarle una actividad humana sospechosa; un quehacer que si puede ser, junto a la diplomacia, el factor principal que evita la guerra, también puede ser el detonante de una guerra. Pues el modo de tratar el estado español las aspiraciones de la sociedad catalana, al fin y al cabo una consulta, un referéndum que las clarifique, se parece mucho más a la respuesta que daría un estado dictatorial casi equivalente a una declaración de guerra, que las que negocia un estado democrático. Y el encarcelamiento, seguido de juicio de siete de sus políticos recuerda a la «Causa Roja» del dictador contra los vencidos en la guerra civil. En ambos casos estaríamos ante la culminación de una venganza… si, como se sospecha, los imputados catalanes no acaban absueltos…
Pero tampoco la justicia sale mejor parada como superestructura social en esta observación en perspectiva. En el ámbito de la juricidad la sentencia es teóricamente una «verdad» resultado de una síntesis consecuencia de una tesis enfrentada a una anti-tesis. Una sentencia que en realidad depende de la ideología o de la filosofía del juzgador, o de la relación de fuerzas ideológicas de los componentes de un tribunal, habida cuenta que puede defenderse tanto una tesis como su contraria gracias al principio de contradicción del Derecho procesal, a las propiedades del lenguaje y a la lógica formal. Pero es que en España, además, hay una marcada tensión entre profesionales de la judicatura y del ministerio público. Una parte clama por su independencia como tercer poder y desea evitar la clamorosa politización de la justicia, y otra, más con hechos que con palabras, es favorable a un dejarse llevar; pugna en la que hasta ahora llevan la de ganar la primera. Lo que a nuestros ojos hace a la justicia un ámbito tan nauseabundo como la política.
En todo caso, está visto y comprobado que España es una democracia en su fase anal en cuyo desarrollo no es posible quemar etapas. Su evolución está determinada por el paso inexorable del tiempo, como el paso del tiempo es inevitable para la fruta madura. Pues si se acorta el proceso y se recurre al artificio (salvo la revolución, que no lo es) para adelantar su madurez, el fruto resultante es un auténtico engendro. Y esto es lo que sucede en esta España en mantillas democráticas: un engendro el marco político compuesto de engendros políticos y un engendro el electorado. Electorado manipulado por los anteriores y probablemente por las agencias encargadas del recuento de votos, por mucha garantía que se invoque a cuenta a cuenta de la metodología del escrutinio…
Jaime Richart, antropólogo y jurista
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.