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Las cucarachas de Cartagena, gordas, marrones y voladoras, dan un troque tropical a la ciudad

Fuentes: Rebelión

(Esta crónica está pensada también para los niños por lo que la pueden leer por sí mismos o con sus padres y maestros)

Eduardo Galeano nos relata, en su obra «Mujeres» que una niña prende fuego a un hormiguero y aprovecha «esa anécdota» para lanzarnos el mensaje de que es necesario enseñar en las escuelas a respetar y amar la naturaleza y los animales.

 Las cucarachas cartageneras no se parecen en nada a las de mi tierra (Santander, Cantabria), que son negras, achatadas y ergonómicas. Flexibles como las ideas e ideologías del siglo XXI. Capaces de achicarse hasta límites insospechados para meterse por la rendija más estrecha o hincharse cuando viene el enemigo para meterle miedo.

Los baltodeos de aquí son lentos y torpes. Suelen proliferar cuando llega el buen tiempo a esta urbe mediterránea (fundada por el cartaginés Asdrúbal en el 227 a.C) que gran parte del año recibe a turistas que llegan en cruceros de todos los precios y tamaños.

La negra del Norte, que es mucho más repugnante, la tengo asociada al franquismo, a mi infancia, cuando el fuego de la cocina se hacía con carbón y esos insectos viajaban en el combustible haciendo, debido a su color, ostentación de sofisticadas técnicas de camuflaje que aprendieron, por citar un ejemplo al azar, los soldados estadounidenses.

Mientras las curianas de Cartagena parecen bobas y están como atontadas, las del Cantábrico son rapidísimas, listísimas, cual aventajados discípulos de Harvard. Si las miras te leen el pensamiento enseguida. Si supieran escribir más de una hubiera ganado el Premio Nobel de Literatura.

El otro día ví una cucaracha marrón cuando me dirigía a la Kasbah -parte del casco viejo de la ciudad que ha sido ocupada por inmigrantes árabes y subsaharianos (1)- que estaba boca arriba moviendo sus patitas. A su alrededor había cientos o miles de hormigas preparándose para darse un banquete pantagruélico.

En aquel instante -no sé por qué- me vino a la cabeza un pasaje de «Mujeres» de Eduardo Galeano en el que describía a una niña latina prendiendo fuego, con una cerilla, a un hormiguero. El maestro narraba como la pequeña, pura e inocente, provocaba «sin tener conciencia de ello» una matanza en esa comuna obrera al tiempo que nos lanzaba el mensaje de enseñar en las escuelas a respetar y amar a los animales y la naturaleza.

Mientras las cucarachas marrones, gordas y de corto vuelo (debido a su peso) nos hacen creer por unos instantes que estamos en la isla caribeña de Margarita (conocida como la tacita de otro de Venezuela). Allí pasé unas vacaciones, «tiempos ha», las gaviotas, que durante siglos inspiraron a los aedos y músicos ¡quien no se acuerda de Homero y su Iliada cuando cantaba «las gaviotas de dorso ceniciento sobrevolando el vinoso ponto»! han mutado en asesinas y cazan y matan, como perros de presa, a las palomas.

«No hay peces en el mar y se han vuelto carnívoras. Cazan y matan a las palomas a plena luz del día. Muchas se han ido de Cartagena y ahora están en el interior, en lugares como Madrid, donde comen lo que sea en los vertederos», me comentó una vez Ángel Sánchez, legendario camarero del Café Columbus (fundado en 1932), en cuyo salón el cartagenero Arturo Pérez Reverte escribió, según me cuentan, su Capitán Alatriste.

Ángel Sánchez, «cronista de la intrahistoria de Cartagena,» cuenta esas cosas que no salen ni en los libros ni en los periódicos, esas que brotan del alma y corazón de la ciudad y que se ocultan bajo el hipócrita velo de «lo políticamente correcto». Él está junto a Foucault y su «parresia» o valentía y franqueza en decir lo que se piensa independientemente de las consecuencias que ello acarree, independientemente de los dictados de «la policía de la mente».

Esta semana hablé con mi fisioterapeuta, Elena Conesa, especializada en «tratamiento fascial» (2) y me dijo que había estado en Tailandia. Enseguida le pregunté:

– Montaste en elefante.

– No, contestó. Me dijeron que los maltrataban y no quise subirme a ninguno de ellos.

En mi época -le dije- no teníamos conciencia del maltrato animal. Éramos -pensé para mis adentros- como esa niña de Eduardo Galeano que enciende una cerilla y ve como arden esas hormigas que, en un creciente número de países se comen porque los genios de la cocina han descubierto que tienen muchas proteínas, calcio y vitaminas.


Notas:

(1) Los españoles que residían ahí comenzaron a abandonar esa parte de la ciudad, antaño señorial, y se marcharon a zonas residenciales ante la afluencia de inmigrantes. Ahora esa zona, cercana de la centenaria plaza de San Francisco, es una réplica de «las banlieus» francesas, barriadas marginales de los suburbios.

(2) Las fascias son un tejido que envuelve los músculos. A veces se encogen (generalmente debido al estrés) causando presión, tensión, en abdomen, cuello, etc. Su tratamiento ayuda a relajar y aliviar las zonas afectadas.

Blog del autor: http://m.nilo-homerico.es/reciente-publicacion/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.