José Ignacio Wert, el ministro peor valorado del peor gobierno de la democracia española, ha sido nombrado embajador ante la OCDE. Hasta ahí todo normal, si no fuera porque la designación digital viene aparejada de la de su flamante esposa, la ex-secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, también destinada en la sede del organismo […]
José Ignacio Wert, el ministro peor valorado del peor gobierno de la democracia española, ha sido nombrado embajador ante la OCDE. Hasta ahí todo normal, si no fuera porque la designación digital viene aparejada de la de su flamante esposa, la ex-secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, también destinada en la sede del organismo en Paris. Podría parecer que, al gobierno de derechas más antisocial de la historia reciente de este país, le ha dado un brusco arrebato de bonhomía y ha hecho propias las demandas sindicales de conciliación de la vida laboral y familiar tras haberlas literalmente laminado a golpe de Boletín Oficial del Estado y reformas legislativas. Pero no ha sido así, el caso retrata la lamentable estampa de la vieja política, de la España postfranquista e inacabada que se resiste a desaparecer.
Cuando el nivel de animadversión por la clase política dirigente alcance cotas tan elevadas que provoquen aún más desafección e indignación, nuestros próceres lo achacarán a meros problemas de comunicación o a las tergiversaciones efectuadas por algunos medios de información que, temporalmente, pueden escapar de su control total. El caso es que, por mucho que quieran adornarlo, se trata de un escándalo de dimensiones colosales, de otro episodio más de política cortijera.
El problema no es que, del erario público, le vayamos a pagar a Wert su nidito de amor de 500 metros cuadrados en la exquisita avenida Foch parisina, cuyo alquiler nos costará más de 10.000 euros mensuales. Tampoco el montante de su desorbitado sueldo de otros 10.000 euros más, excluidas dietas, coche oficial, chófer y personal doméstico de servicio. El problema real es el concepto y la praxis de la patrimonialización de lo público en beneficio de una casta dirigente cada vez más alejada del pueblo a quienes dicen representar. Cuando una diputada popular que cobra una cantidad de ese mismo orden de magnitud, dice parecerle bien que una persona cualquiera ingrese sólo 340 euros mensuales como sueldo principal; cuando estos días se deja a centenares de miles de personas sin ingresos de dependencia; cuando el coste de los subsidios por desempleo menguan presupuesto tras presupuesto… este tipo de premios otorgados a un ministro de nota muy deficiente, repudiado por todos los sectores educativos y por la opinión pública, es un gesto de desprecio a la ciudadanía. Y tal y como está el patio, diría incluso que una arriesgada temeridad.
Para colmo de males, el bodorrio de Wert-Gomendio fue oficiado por el alcalde de Colmenar Viejo, imputado por prevaricación en varias irregularidades urbanísticas, en una finca cerrada a cal y canto, que ni siquiera contaba con las licencias oportunas para celebrar eventos de este tipo. ¿Casualidad? Nada lo es, sólo es un reflejo más de la inmundicia en la que se mueve la derechona española. Y es que en el PP deben quedar pocos cargos políticos sin problemas con la justicia donde escoger. ¿A que a más de uno o una le hubiese gustado ver el membrete de los sobres regalo de los invitados? ¿Serían los payasos viejos conocidos de otras fiestas populares gürtelianas o púnicas?