Mientras que el pueblo ciudadano y crítico esperaba definiciones claras de un Cónclave donde se suponía que el pomposo apelativo designaba el lugar y el momento dónde se discutiría con ardor y se tomarían decisiones políticas realmente importantes, el relato salido de allí y condensado por la Presidenta Bachelet es más que un cúmulo de […]
Mientras que el pueblo ciudadano y crítico esperaba definiciones claras de un Cónclave donde se suponía que el pomposo apelativo designaba el lugar y el momento dónde se discutiría con ardor y se tomarían decisiones políticas realmente importantes, el relato salido de allí y condensado por la Presidenta Bachelet es más que un cúmulo de ambigüedades: es un real retroceso y renuncio con respecto a las reformas prometidas durante la campaña y a las expectativas de cambio que laNueva Mayoría encarnó. Ese es el punto.
Otro acto fallido de los continuadores de la Concertación. Un elemento más de ruptura de lo que fue un tenue vínculo de confianza entre los electores y la coalición gobiernista en la cual participa el Partido Comunista.
A la que se agrega otra afrenta a la razón política ciudadana cuando la presidenta dice -de manera implícita- que los ministros más poderosos del gobierno, los que ella misma designó, la dupla Burgos-Valdés, no cortan ni pinchan. ¡Vaya uno a entenderla!
Esto del «segundo tiempo» ha sido un duro golpe a la democracia y a su principio de base que estipula que se vota y elige una presidenta y parlamentarios por su programa -bien pensado y elaborado- de transformaciones. Algo así como un contrato que se plebiscita y que merece ser respetado. Con técnicos competentes para aplicarlo y políticos dispuestos a defenderlo y a asumir el conflicto y sus contradicciones para imponérselo a los adversarios y enemigos de las transformaciones que benefician al pueblo ciudadano. Es el ABC de la política en el mundo del neoliberalismo, de la desigualdad social, de las luchas populares y de las crisis que genera el propio sistema capitalista para poder existir.
La consecuencia y fidelidad a un programa es también un postulado fundamental de las izquierdas de transformación social y de los progresismos democráticos. Con la diferencia que las izquierdas auténticas saben que sin movilización ni lucha social no se imponen las demandas sociales, por mucho que se las haya elegido a aquellas para gobernar. Simple, la casta político-empresarial y los poderes fácticos globales (estados imperialistas, FMI, OCDE, BM, monopolios de comunicación, etc) siempre van a oponerse a toda pérdida del poder económico y político. Y utilizarán o construirán todo tipo de pretextos e incluso catástrofes sociales y naturales para ello y, de paso, tapar las prácticas corruptas con las cuales se mueven.
No hay por dónde darle vueltas. Fue por un programa -en verdad moderado y gradualista en su concepción misma debido al carácter político centro-derechista de las fuerzas que lo diseñaron- que la gente votó y se dejó seducir la que no votó, y no por el statu quo o profundización del neoliberalismo derechista. Nunca se le dijo a los ciudadanos que el programa estaba supeditado a los vaivenes de los indicadores económicos de los mercados globales o financieros. Es así que la política es rebajada a un instrumento para engañar.
Ahora los ciudadanos ven cómo sin ningún empacho y sin lucha política al interior de la Nueva mayoría, entre los supuestos auténticos «reformistas» contra los «gradualistas» neoliberales, las reformas fueron sacrificadas en el altar de los sacrosantos imperativos económicos de los que controlan la economía. Sin otro argumento que la «desaceleración» económica; que hoy comienzan a llamar crisis. ¡Cómo no va a haber decepción entonces cuando se señaliza a la izquierda y se gira a la derecha!
La bronca se traduce en las encuestas: el rechazo a la gestión presidencial se eleva al 70% y la aprobación a apenas el 22% según Cadem.
Y como si no hubiera otra alternativa que capitular ante el poder y los chantajes de la clase empresarial y su proyecto de despojo y endeudamiento social. Ni que tampoco hubieran otros proyectos económicos que el neoliberalismo de Valdés, Eyzaguirre, Cortázar, Ramos, Velasco y Engel.
Y lo peor, sin que haya necesariamente una relación directa y unívoca entre las reformas prometidas y la plata necesaria para realizarlas. Sólo con la baja de algunos indicadores económicos fácilmente manipulables, que sirven para demostrar una cosa y a la vez lo contrario.
El reajuste a la reforma tributaria del ministro de Hacienda, viniendo de quien viene, no aumentará la recaudación fiscal sino que será una concesión a los altos ingresos y grandes empresas.
Porque habrá que repetirlo cuando haya que levantar un programa de las izquierdas. El dinero para financiar demandas y programas sociales hay que ir a buscarlo dónde está. En los tributos impagos, evasiones y elusiones de las grandes las fortunas y empresas, en las altas rentas y los recursos naturales privatizados y en manos del capital extranjero. Y en los paraísos fiscales del 1%.
Recordemos. Entre otros, fue su propio hijo (el mismo que se dedicó son su esposa a la especulación inmobiliaria y al tráfico de influencias) el que durante la campaña le advirtió a la Presidenta -antes de que ésta regresara de Nueva York- acerca del peligro de una posible «explosión de expectativas» de un pueblo que se había empoderado en las luchas sociales entre el 2006 y el 2011. Aquél era el término utilizado en la época por un sector de los adherentes al realismo neoliberal para prever el reajuste de las reformas a las balizas impuestas por el sistema político oligárquico y de concentración de la riqueza que impera desde 1973.
El otro sector, el de los DC y del «fuego amigo», que como Jorge Burgos, Zaldívar y Walker, también se expresaba en la prensa nacional, sostenía que desde el gobierno las cosas se verían de manera diferente; es decir que en el camino redondearían las aristas molestas de las demandas sociales que la NM había utilizado para propulsarse nuevamente al aparato estatal. Y que desde allí, una vez copado el Estado, necesariamente se impondría el «realismo». Mariana Aylwin, quien hoy dice que «el programa era inviable aún sin la crisis económica» se refería ya a inicios del gobierno, a quienes creían en él, en términos de los «dogmáticos» del programa.
La presidenta Bachelet dice en entrevista a la 3a: «[…] no está en cuestión la gratuidad universal en educación. Lo que sí, a lo mejor, no lo vamos a poder cumplir en los seis años que dijimos, sino que demorará un poquito más». ¿Es creíble? ¿Es la política un acto de fe o una lucha racional por abrir otros posibles?
¿Por qué la Presidenta y sus parlamentarios se niegan, en un contexto de baja de apoyo ciudadano, a la realización de un plebiscito para consultar al pueblo acerca de una Asamblea Constituyente para tener una Constitución, del derecho al aborto liso y llano de las mujeres, de la nacionalización del cobre, de la gratuidad universal en educación ya, de un sistema de pensiones solidario y de una salud pública universal?
Por eso mismo, pedir esperar «un poquito más» suena a impotencia política, a renunciar a actuar en el mundo de las relaciones de fuerzas.
El tipo de renuncios anunciados con eufemismos de carácter demagógico y al puro estilo orwelliano (se afirma algo que es lógicamente lo contrario) deben ser el punto de partida para una toma de consciencia de que no se le delega un programa de carácter transformador, que el pueblo mismo levantó en sus movilizaciones, a una coalición de carácter reformista burgués como la NM, dónde sus sectores de «centro izquierda» capitulan una y otra vez en nombre de un realismo sin principios.
¿Cómo es posible que que los dirigentes sindicales vinculados a la NM y a la CUT no le respondan enérgicamente al ministro neoliberal de Hacienda Rodrigo Valdés, militante del PPD, cuando éste dice que la reforma laboral debe «mantener los equilibrios en las relaciones entre trabajadores y empresarios» y que para ello los trabajadores deben someterse a los reemplazos durante la huelga, sin poder negociar por rama o sector industrial y sus dirigentes aceptar ser considerados delincuentes por la ley porque defienden los intereses de la clase trabajadora? ¿Es posible pensar de manera tan simplona como lo hace Valdés, Ramos y Engel, sin hacerse responder que en el capitalismo los empresarios tendrán siempre enormes ventajas sistémicas, el poder del dinero para corromper como lo han hecho, un dispositivo mediático que les pertenece y relaciones de fuerzas internacionales a su favor para doblegar a los trabajadores e imponerles sus condiciones?
Recordarle por ejemplo que la negociación por rama y el derecho a huelga pleno son conquistas democráticas de la clase trabajadora que en Chile les fueron arrebatados con la fuerza bruta aplicada entre otros por el Mamo Contreras para aplastar las organizaciones sindicales.
Recordarle que la dictadura no sólo violó Derechos Humanos en abstracto y destruyó vidas personales sino que si lo hizo fue para aniquilar un proyecto con su entramado de derechos sociales conquistados después de décadas de lucha y organización de los sectores populares. Es este «olvido» en la lucha política ideológica que los sectores populares le reprochan a quienes, concibiéndose partidos de la clase trabajadora, han bajado todas las banderas de lucha por una sociedad de iguales y sin clases después de la derrota de los regímenes estalinistas burocráticos convertidos hoy en paraísos capitalistas de la explotación de la clase trabajadora bajo pretexto del crecimiento económico (1).
Hay condiciones entonces para conformar un gran frente social y político para movilizarse y luchar contra los ajustes neoliberales del gobierno de la NM y por las grandes demandas compartidas que van desde una reforma laboral que satisfaga a los trabajadores hasta una AC, pasando por exigir la renuncia de los políticos corruptos, etc. Se trata una vez más de superar diferencias ridículas en el seno del pueblo ciudadano y actuar con altura de miras. Depende de cada individuo, ciudadano, organización social y política de considerarse provisto de ese poder humano frágil, pero a la vez extraordinario de cambiar el curso de los acontecimientos y desarmar las estructuras del poder impuestas para mantener el estado de individuos sumisos (el «estado de minoría» de edad intelectual y humana al cual se refería Kant) incapaces de actuar y pensar por sí mismos. Es dar un paso hacia la emancipación (2).
Notas:
(1) En Alemania es la canciller Angela Merkel, una ex defensora del régimen burocrático-estalinista de la época, hoy adepta del ordoliberalismo alemán (versión alemana del neoliberalismo), quien convertida en dirigente de la CDU (democracia cristiana conservadora alemana) impone a los pueblos de Europa las decisiones tomadas a puertas cerradas por los poderes financieros y oligárquicos, situación denunciada incluso por intelectuales europeos como el prestigioso filósofo alemán Jürgen Habermas. La DC chilena ha adherido al ordoliberalismo. Es cosa de leer y contextualizar el pensamiento de Walker para percatarse. La DC chilena dejó de lado las versiones criollas de un desarrollo alternativo al capitalismo y según los valores de un «humanismo integral».
(2) Citar alguna idea de un filósofo y nombrarlo no es un ejercicio pedante puesto que en un mundo dominado por el pensamiento económico, la filosofía nos recuerda la vocación democrática que tuvo desde sus inicios: generar un pensamiento crítico en el espacio democrático público. Oponerse mediante la argumentación y la praxis social a los poderes instituidos y al empobrecimiento intelectual que generan los dogmas de moda (ej.: el neoliberalismo dominante). Encerrar la filosofía en debates de especialistas es traicionar sus orígenes que se encuentran en la figura misma del mito de Prometeo reinterpretado por el esclavo filósofo griego Protágoras (siglo V antes de Jesucristo).
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