M.H.: En comunicación con Ricardo Napurí* quien estuvo en Chile en el año 1973 y abandonó ese país una semana antes de producirse el golpe de estado del 11 de septiembre. ¿Qué te dejó esa experiencia de intentar llevar adelante el socialismo a través de mecanismos parlamentarios? R.N.: Lo que se conoció como la «vía […]
M.H.: En comunicación con Ricardo Napurí* quien estuvo en Chile en el año 1973 y abandonó ese país una semana antes de producirse el golpe de estado del 11 de septiembre. ¿Qué te dejó esa experiencia de intentar llevar adelante el socialismo a través de mecanismos parlamentarios?
R.N.: Lo que se conoció como la «vía pacífica». En mi libro «Pensar América Latina», lo he ido señalando a partir de mi conocimiento de la realidad chilena gracias a mis largos contactos, sobre todo mi presencia en los años 1971 y 1973. La reflexión se puede dar ahora como síntesis, pero en el libro he ido apuntando mi crítica al proceso, por ejemplo, en 1971 estuve con Allende para pedirle ayuda para detener el golpe de Banzer en Bolivia, el presidente de manera muy amable me dijo que no podía hacerlo porque yo debía saber que ellos optaban por la vía pacífica al socialismo y la guerra civil en Bolivia significaba la victoria de un gobierno de carácter revolucionario socialista, entonces él no podía auspiciar esa vía.
Era muy consciente, y así se ha visto en las entrevistas televisivas donde aparece con Fidel Castro que estuvo en Chile de visita durante un mes en 1971, donde Allende afirma honradamente que confía en las Fuerzas Armadas, porque así como las uruguayas, eran democráticas y que la vía pacífica al socialismo no era un eslógan sino un camino a seguir para establecer el socialismo en Chile. De tal manera que cuando me niega el apoyo yo le digo que existía el riesgo de que la caída del proceso revolucionario en Bolivia repercutiera en Chile y en la realidad de América Latina.
En los primeros años de 1973 me deporta Velazco Alvarado de Perú a Chile. Se había desatado una situación revolucionaria en el país, la relación de fuerzas había cambiado, las masas se habían apoderado del plan reformista avanzado, porque hay que decir que además de la nacionalización del cobre hubo una reforma agraria y medidas que fueron extraordinarias, se expropiaron muchas empresas, hubo control del comercio exterior, era un reformismo cuasi revolucionario, ese era el programa de la Unidad Popular y ellos lo estaban realizando.
Esos hechos desatan una situación nueva, porque Estados Unidos con Nixon y Kissinger a la cabeza deciden terminar con el proceso chileno, no querían otra Cuba o algo parecido en América Latina, toda la patronal se alineó con Estados Unidos, la intervención fue directa, captaron importantes sectores de la clase media e incluso a la Democracia Cristiana.
La relación de fuerzas había cambiado, al comienzo, después de la victoria el gobierno de Unidad Popular se había volcado hacia las masas, después fue mutando a las patronales y los partidos políticos que tenían el apoyo norteamericano y quedó acorralado entre las ganas de seguir de las masas, el hecho objetivo de defender las conquistas y la agresión casi salvaje de las patronales.
Entonces, la consigna de «la vía pacífica» fue sometida a prueba, ya no era un tema de literatura, en la realidad se defendía el proceso, se radicalizaba o se capitulaba. Hubo un movimiento del Partido Comunista y después Allende ganó esa posición en el gobierno de la Unidad Popular para pactar con la Democracia Cristina (DC) a los efectos de conseguir ampliar el frente y adormecer las conquistas, pero la DC ya estaba a favor del golpe, por lo cual eso no se pudo producir.
Cuando Allende en su último discurso se despide, antes de suicidarse, no invita a luchar por la revolución socialista o contra el golpe que ya se había producido, sino que llama a los trabajadores y a las masas a evitar, con la paz social, que viniera un holocausto y un genocidio en Chile.
Allende es un ejemplo de hasta dónde puede ir un gobierno progresista de izquierda reformista y radical
Eso fue lo que ocurrió, por eso la reflexión final es la siguiente, cuando hay un gobierno tan radical de izquierda, tan progresista que concita el odio del imperialismo, de las fuerzas patronales que están a su servicio en América Latina, y la movilización de todas las fuerzas reaccionarias del país contra los factores de poder popular, las asambleas populares que se estaban creando, la toma de fábricas, la forma defensiva del pueblo para protegerse de estas agresiones ¿se lucha o no se lucha?
Yo siempre traigo a colación que el joven Guevara, antes de convertirse en «el Che», cuando sale de Guatemala y llega a México se encuentra con el Secretario general del Partido Comunista Guatemalteco que se llamaba Juan Manuel Fortuny, y le pregunta por qué no habían luchado, por qué el partido había llamado a no luchar para defender al gobierno de Arbenz, y él le contesta que la situación era difícil y que creían que era mejor entregar el gobierno para después ver qué hacer en la resistencia.
El Che, que todavía se estaba formando políticamente tuvo reservas para decirle que lo que había que hacer era luchar, porque no se puede perder el gobierno, mucho menos cuando está en manos de un presidente que tiene prestigio y autoridad ante las masas, e incluso gran parte del ejército, lo están apoyando, había que luchar.
Lo dijo el joven Guevara antes de ser «el Che», había que defender lo conquistado en Chile, y no solamente se trataba de defender las reformas, sino de tener la sensibilidad para entender que si se había movilizado a todo un pueblo en favor de un cambio revolucionario, había que ser consecuente.
Ese balance no está hecho del todo, porque los críticos al sistema de la realidad de nuestros países se quedan solamente con la crítica, pero no avanzan con decir que si ellos abominan al sistema, que si se ha vuelto bárbaro, que si hoy presenta lo que vemos nosotros como la barbarie en sus diferentes formas, cuya manifestación es, por ejemplo, los inmigrantes expulsados de sus tierras y la búsqueda de un ambiente para vivir escapando de la guerra y del terror en África y en Asia hacia Europa, que es solamente una manifestación de la barbarie capitalista, el problema entonces es que hay que ser consecuentes, porque hoy los pueblos están obligados a preguntarse qué nos espera.
Ya se ha vivido el proceso de gobiernos de centro izquierda, reformistas, que están en una encrucijada porque están planteándose una alternativa parecida, obviamente con las diferencias de espacio, tiempo y de particularidades de cada país, a la de Allende. ¿Se lucha o no se lucha? ¿Se defiende lo conquistado o no?
Eso lleva a un intento de anticapitalismo real y viviente, pero las fuerzas progresistas, lo son dentro del sistema, pero no en el sentido de aspirar a una revolución social y Allende en la realidad chilena es un ejemplo de hasta dónde puede ir un gobierno progresista de centro izquierda reformista y radical, en su honradez de cumplir con el programa que se dio, pero a su vez cuando llega el momento de defender lo conquistado, entrar en la encrucijada de hacerlo o no. Esto es a lo que me refiero cuando hablo del compromiso que tenemos todos aquéllos que miramos críticamente a la sociedad, que aspiramos a un cambio social, que queremos que nuestros pueblos sean conquistados a la idea de que el proceso significa lucha para defender no solo lo conquistado, sino lo no conquistado, porque no se puede vivir más en un sistema que transita por la barbarie. Hay que proveerle a la juventud y a los trabajadores, la reflexión de los ejemplos revolucionarios de la realidad política de cada uno de nuestros países partiendo del Chile de Allende.
Hoy el socialismo chileno es un partido del orden burgués
M.H.: Yo visité Chile en enero de 1973, con 18 años, y recuerdo aquella consigna del Partido Socialista «Avanzar sin transar» que acusaba a Allende de ser un conciliador o «Duro con Altamirano que les duele más». ¿Qué quedó de aquél Partido Socialista de Allende en el Chile actual?
R.N.: Ha quedado lo que se llama el Social Liberalismo, el Chile de hoy es la versión latinoamericana de lo que son los partidos socialistas europeos, administradores del sistema por izquierda dentro del mismo, y a veces ni siquiera eso porque suelen resultar igual o peores que los conservadores.
En Chile tenemos los gobiernos de la nueva izquierda ahora, que antes eran de la Concertación, donde los socialistas con Bachelet son reformistas tibios, no rescatan las tradiciones del programa de Allende de aquellos tiempos. Para ellos Allende es alguien a quien hay que tener como ícono y celebrar cada año lo heroico de su caída pero nada más, no reflexionan sobre por qué se frustró esa realidad, la alianza con la Democracia Cristiana y sectores del centro indica que lo que quieren es administrar el sistema, dicen que por izquierda, dicen que éticamente, aunque a veces tampoco resulta así como se ha visto con el propio Partido Socialista e incluso el hijo de la presidenta Bachelet.
De tal manera que hoy el socialismo chileno es un partido del orden burgués que de socialista solo tiene el nombre, que solo quiere administrar un sistema. Es importante pensar que este es un sistema que no se deja reformar, los viejos reformismos que se llamaban populismos ganaron un lugar muy amplio y avanzaron mucho porque el sistema todavía no había llegado a la forma de barbarie, porque las fuerzas burguesas no estaban todavía consolidadas y se habían desarrollado como el APRA, Acción Democrática, los liberales de izquierda con Gaitán en Colombia, el MNR, el propio peronismo, Velazco Alvarado, habían avanzado porque los sectores que expresaban, las masas que luchaban, les permitían sus rasgos de reformismo avanzado. Pero ahora el sistema, en el momento actual de la globalización, con estos rasgos de barbarie, actúa preventivamente frente a todos los gobiernos que pueden ser reformistas, eso se ve en Grecia, por ejemplo, donde el propio Tsipras dice que es la lucha entre el reformismo y el conservadurismo, él mismo se limita, planteando el progresismo dentro del sistema frente al conservadurismo. Lo expresa bien porque el sistema ahora preventivamente no deja en ningún lado, tanto las fuerzas imperialistas como las fuerzas nacionales, que se consolide ningún tipo de frente, partido o movimiento que pueda levantar banderas radicales, no permiten ni un tibio reformismo, por eso Chile se ha acomodado a esa realidad y el Partido Socialista administra junto con los conservadores, el capitalismo chileno.
En todos lados los gobiernos progresistas tienen etapas de ascenso, cuando las masas radicalizadas van más lejos, hasta que llegan a un tope y se detienen, llegan a una meseta y no dan el salto cualitativo, como no se dio en Chile, ni en muchos otros lugares. Lo de Chile no hay que tomarlo como una realidad particular, sino como ejemplo vivo de la realidad de América Latina donde están sometidos a prueba todos los procesos de reforma dentro del sistema y que de acuerdo a los momentos y a la realidad tienen etapas de auge, de radicalismo, incluso con programas avanzados, pero se detienen en el momento en el que aparece el fantasma de la revolución, cuando el pueblo, apoyándose en ellos y en su propio programa, busca una alternativa que pueda poner en duda al sistema capitalista. Es decir, nada de anticapitalismo real en nuestros países, pero nada tampoco de reformismo, ni el antiguo y tibio de Salvador Allende en Chile.
Esa es la realidad de América Latina, no es una posición escéptica, es una realidad que hay que tomar en cuenta y reflexionar respecto de en qué momento están nuestros pueblos en la lucha por su emancipación nacional.
* Ex diputado constituyente y senador de la izquierda revolucionaria peruana
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.