Esta semana, la película fue exhibida en versión restaurada en Francia. La ocasión propició un extenso diálogo con el realizador, que analiza el film en su perspectiva y en el presente, y señala los vínculos entre la historia reciente y la coyuntura política actual.
Se cuentan los años como lágrimas que brotan y alegrías colectivas que las borran, como desencantos y reencuentros, como tragedias nacionales inmensas y redenciones tardías. Por más que se cuenten y hayan pasado 30 años, La Historia Oficial se mantiene en el espacio como una estrella de referencia. Estrenada en abril de 1985, en pleno juicio a los criminales de las juntas militares, la película de Luis Puenzo fue proyectada en la capital francesa en una versión remasterizada en alta definición, en el marco de la semana Española en París y dentro de la campaña lanzada por la Embajada Argentina en Francia para buscar a posibles niños robados durante la dictadura y que podrían vivir en Francia con la identidad cambiada.
Tres décadas después, La Historia Oficial es un relato conmovedor, que no ha perdido ni su vigencia estética ni su poderoso contenido narrativo. Pocas obras ligadas a una actualidad conservan su fuerza. La Historia Oficial las mantiene en reserva, en estado de despliegue continuo hasta el punto de arrancar lágrimas y correr el telón de la inocencia de quienes, sin conocer los pormenores y las profundidades de la ultima dictadura, descubren la película de Puenzo por primera vez. La película cuenta más que la Argentina y la complicidad civil con los militares. Narra la complejidad humana, nuestra historia civil más comprometida, el impacto destructor de la verdad y esa suerte de estado beato en el cual las sociedades mundiales, confrontadas a las narraciones oficiales de los medios y el poder político, se mantienen adormecidas.
La Historia Oficial está arraigada a hechos históricos argentinos pero trasciende su época y su geografía. La restauración de la película en 4K a partir del negativo original -asumida por el Incaa- renueva su soporte visual y la reinserta en una contemporaneidad reverdecida. Proyectada este año en el Festival de Canes, donde en 1985 ganó el Premio del Jurado y Norma Aleandro la Palma de Oro de la Mejor actriz, la película de Puenzo despierta siempre una profunda comunión. Después de tres décadas y 40 premios en el mundo entero, entre ellos el Oscar a la mejor película extranjera, la narración de Puenzo no pasa como un film más entre los críticos europeos. El director ha logrado captar algo muy hondo de la condición humana que persiste más allá del tiempo. Alguien dice en la película: «La historia la escriben los asesinos». Puenzo escribió desde el otro lado del espejo haciendo que Alicia, la profesora de Historia que descubre la verdad sobre los crímenes de la dictadura, los negocios turbios de su marido -Héctor Alterio- y los orígenes de su hija Gaby -robada-, atraviese ese espejo hacia la orilla de la toma de conciencia. La Historia Oficial transcurre durante el llamado Proceso de Reorganización Militar: Luis Puenzo lo va a desorganizar con su película, va a desmontar la trama falaz detrás de la cual la sociedad civil se había fabricado un paraíso de inocencia y justificaciones.
En el sentido más estricto de su disciplina narrativa, el film le da voz y cuerpo a quienes, más tarde, se convertirían en actores fundamentales de la verdad y la memoria: las Abuelas de la Plaza de Mayo. El tiempo transcurrido también reactiva la potencia del film que se alimenta de la rotación permanente de la actualidad, es decir, los juicios a los genocidas. No es un detalle sino una razón de ser de la refundación nacional. Como lo señala Luis Puenzo en esta entrevista realizada en París, ningún país del mundo ha ido tan lejos, tanto en la búsqueda de la verdad, como en el castigo a quienes perpetraron un genocidio que aún siguen intentado justificar. Si las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo fueron la primera conciencia minoritaria de la sociedad civil sobre lo que estaba ocurriendo, si los procesos a las Juntas activados durante el alfonsinismo fueron la respuesta responsable del Estado, La Historia Oficial, desde la ficción, vino a completar el triangulo de una verdad que la sociedad se negaba a asumir.
-Hace 30 años se estrenó La Historia Oficial, que inauguró la revisión fílmica de la dictadura en un momento, 1985, en que se estaban realizando los primeros juicios a los militares. ¿Cómo concibió usted esa narración que va hasta lo más extremo de la complejidad?
-Yo empecé a filmar a los 16, 17 años. Ya había hecho Las sorpresas y Luces de mis zapatos antes de la dictadura. Vino luego la época de la guerra de las Malvinas. Creo que para muchos fue como un disparador, empezamos a saber que los chicos que volvían volvían mal. Entonces quise hacer una película que tuviera que ver con la época que estábamos viviendo. En esos tiempos se cantaba «se va a acabar la dictadura militar», y había mucha gente que quería hacer cosas para ayudar a que se acabara. Ahí empecé a escribir el cuento inicial. Al principio era la abuela que buscaba a su nieta. Pero la historia no progresaba, no iba más allá de lo obvio. Se me ocurrió ver el tablero desde el otro lado, el de la madre apropiadora. Fue un giro fuerte porque transformó el drama en una tragedia. La definición misma de la tragedia es ir en contra de tus propios intereses. Ahí la historia empezó a progresar. A comienzos del 83 me encontré con Aída Bortnik y le propuse escribir esta historia. Arrancamos con la escritura en tiempo presente.
-El personaje de la madre, Alicia, tiene un paradigma: representa a una sociedad que se cree inocente. La búsqueda de la verdad parece eximirla de la responsabilidad.
-Creo que en la Argentina de aquella época, al igual de lo que ocurrió en todos los países del mundo, el que quiere elige saber, y el que no quiere elige no saber. Había una gran parte de la Argentina que elegía no saber. Lo que escribimos y filmamos en La Historia Oficial eran cosas que se sabían, si no no las habríamos sabido nosotros. Alicia era profesora de Historia y, al mismo tiempo, había elegido no saber. Pero el encuentro con Ana, la amiga exiliada que regresa al país, despierta su necesidad de saber. Eso ocurrió en gran parte de la sociedad. Muchos hemos sido cercanos a desaparecidos, sea en la propia familia, entre los amigos u otros casos. Pero en ese momento el tema de los derechos humanos y de los desaparecidos estaba como apropiado por un grupo relativamente chico, que hacía muy fácil para el resto lavarse las manos. Los que no formaban parte del grupo con victimas cercanas, o no pertenecían al grupo de victimarios, de torturadores o asesinos, eso les permitía decir «yo no tengo nada que ver con esto, a mí no me toca». La película fue apuntada conscientemente en ese sentido y no hacia quienes ya sabían. La Historia Oficial era una película normal y no una película de combate, y estaba dirigida a una enorme mayoría de los argentinos. Nos pareció que hacer una película expuesta como cine político era poco inteligente. Sin embargo, fue muy complicado filmarla. Hacer una película que no mostrara las torturas, las parrillas, las picanas, la sangre y los tiros no fue nada evidente. Mucha gente se preguntaba: ¿acaso estos tipos son pro militares? Los 30 años que pasaron demuestran que todo eso fueron pelotudeces.
-Lo que subyace permanentemente en la narración es la dimensión de la complicidad de la sociedad civil.
-Es más que la complicidad civil, es la autoría civil. El origen del gobierno militar en la Argentina y en América latina tiene un punto de partida económico, es la instalación de un proyecto económico. Así como la Escuela de las Américas crió a los militares, Milton Friedman y Harvard criaron a todo el grupo de amigos de ministros de Economía de cada país, que son los autores intelectuales de los genocidios. Hace unos cuatro o cinco años se empezó a hablar no ya de gobierno militar sino de gobierno cívico militar como si fuera una novedad, como sino hubiese sido evidente en los años en los que escribimos la película. Eso está en la película. El personaje de Roberto, interpretado por Héctor Alterio, es un empresario, trabaja en una empresa donde hay norteamericanos y un general en el directorio. Esto era exactamente así y sabidamente así por todo el mundo. Sin embargo, ahora es como si fuera una novedad.
-La temática de la inocencia es central en la historia de la construcción de la memoria argentina. El «yo no sabía» es incluso una broma nacional. ¿Cree que 30 años después de estrenada la película aún estamos en deuda con la verdad?
-Creo que en la medida en que aún no se juzgaron a los civiles estamos en deuda. Fue muy fácil suponer que todo lo que ocurrió tenía que ver con la locura de un grupito de militares. El proyecto político que se vota hoy mismo tiene que ver exactamente con aquello. Son los mismos grupos económicos los que están detrás del poder opositor, los que estuvieron en épocas del menemismo, los que venían de la época de Martínez de Hoz, los ministros, los políticos, los economistas. Cuando se mira la historia en un plazo más amplio, digamos unos 50 años, se constata que este período arrancó bastante antes del 76. Arrancó con Onganía y probablemente terminará dentro de 20 años. Ocurrió en la etapa del 76 al 82, a los militares probablemente los mandaron a los cuarteles pero los cupos del poder económico son los mismos. Siguen ejerciendo su poder y no me cabe la menor duda de que hasta que no sean juzgados habrá una asignatura pendiente.
-Si tuviera que volver a incursionar en el terreno de la revisión fílmica y hacer una suerte de Historia Oficial 2, ¿cuál sería la Alicia de hoy?
-Diría que La Historia Oficial 2 ya la filmé cuando hice La Peste. La gran parábola del libro de Albert Camus, La Peste, es que el microbio nunca se va del todo, que permanece en los pañuelos, en las cajas, y un día las ratas saldrán nuevamente en una ciudad dichosa. Esto está ocurriendo en la Argentina y en todo el mundo. Con el menemismo volvieron los microbios del Proceso, por ejemplo. Pero para responder a la pregunta «¿quién sería la Alicia de hoy?», creo que esa Alicia serían todos aquellos que no consiguen ver esta ligazón, que no consiguen ver cómo se da y en qué se da esta continuidad que es tan fuerte en los partidos de oposición, esa continuidad entre la dictadura, el menemismo, Martínez de Hoz. Es un solo hilo. Creo que la negación del personaje de Alicia en La Historia Oficial se manifestaría hoy en esta negación. No ver esta continuidad, no ver que cuando estos grupos llaman a Cristina Kirchner «la yegua» también están hablando de Evita, no ver cómo todo esto está ligado a nuestra historia. Esa es la Alicia de hoy.
-Cuando salió la película a usted la cayó un aluvión de criticas. Una de ellas consistió en decir que usted filmaba cine como se hacía publicidad, con una estética publicitaria.
-¡Sí, me acusaron de publicista porque sabían que lo era más que por lo que se ve en pantalla! Yo me crié en la publicidad, es cierto. Cuando todo el grupo de la productora Cinemania decidió hacer la película quebramos la productora para poder filmar La Historia Oficial. Pero nos habíamos puesto como premisa no filmar glamorosamente, que no se nos notara el amaneramiento de la publicidad. De hecho, la película está filmada de forma muy clásica y por eso le ha permitido sobrevivir a las modas. Yo movía la cámara lo menos posible, estaba filmada con un 50 milímetros. En La Historia Oficial, por primera vez, no hice cámara. Siempre había operado la cámara pero en esa película decidí no ser operador para no mirar la película por un agujerito. Durante la primera semana no sabía dónde pararme en el estudio porque no tenía la cámara en la mano. Me costaba ser un director, pero eso me ayudó a ser director de actores. Me acuerdo que en los Estados Unidos las críticas decían: «No filma muy bien, pero dirige muy bien a los actores». Me pareció muy bueno. Logré que no se notara que yo no sabía dirigir actores. Y mientras tanto, en la Argentina me acusaban de ser un publicista. La Argentina es un país duro para estas cosas. ¡Cuando no saben con qué pegarte encuentran algo! Se nos pegó de todas las formas posibles, y más desde la izquierda que desde la derecha.
-El relato de La Historia Oficial es implacable. No hay salida ni solución narrativa fácil. Va hasta el final de su lógica.
-Con Aída Bortnik nos preguntábamos qué íbamos a hacer con Gaby, el personaje de la nena. En ese momento, en 1983, sólo existían tres casos de nietos recuperados por las Abuelas. Todo lo que en el guión no podíamos deducir se lo preguntábamos a Estela y a las Abuelas. Ellas participaron mucho en el guión. Nosotros no podíamos arrogarnos el derecho de decir cuál tenía que ser el final de Gaby porque si no se hubiese tomado como un prototipo, como una propuesta. Eramos conscientes de que en los casos que fueron apareciendo a lo largo de los años iba a haber de todo, como ocurrió: hubo casos donde los apropiadores fueron asesinos de los propios padres de la criatura a la que después le cambiaron el nombre; hubo casos donde los chicos que recuperaron su identidad siguen conviviendo con la nueva familia biológica y con la familia en la que se criaron; hay casos donde han renunciado a la familia apropiadora. Sería arrogante que una persona que está afuera de eso dijera «deberías hacer esto o aquello». Por eso decidimos no darle un final. La pareja de Roberto y Alicia se separó. La nena tiene un eventual destino cuando se va a reencontrar con la abuela biológica. Por eso está la canción de María Helena Walsh, «El país de Nomeacuerdo». Nos pareció apropiado hablar de «El país del no me acuerdo», y sigue siendo apropiado hoy en día.
-¿Para usted la Argentina sigue teniendo un problema profundo con la historia oficial y la verdad?
-Creo que ahora es menos. Con sus idas y vueltas, con sus marchas y contramarchas, con la ley de obediencia debida y de punto final, con la posterior anulación de esas leyes, con todo y lo difícil que fue, con «Felices Pascuas» y los carapintadas y todo lo demás que nos ha pasado, creo que la Argentina es un país ejemplar. Y lo es por la forma en que ha juzgado a sus genocidas. No la hecho Francia con la guerra de Argelia, no lo ha hecho Francia con los colaboracionistas, no la hecho Europa con el nazismo, no lo ha hecho ningún otro país de Latinoamérica con sus Pinochet o sus Bordaberry o los militares brasileños. Lo que la Argentina ha hecho para juzgar a sus genocidas es ejemplar en el mundo y en la historia. En ese sentido me parece que si uno piensa en la frase de la película La Historia Oficial y se le liga a cómo se comporta ahora Estados Unidos o Francia con respecto a Siria, ahí sí que hay una historia oficial y una historia verdadera negada. Los medios no dejan conocer la verdad. Y podemos volver hacia atrás, a Irán, a Irak, o ver cómo Estados Unidos inventa a Al Qaeda o al Estado islámico y luego los asesina o los ataca. Ningún diario francés se animaría a decir que lo que hace Estados Unidos es terrorismo de Estado. En ese sentido la Argentina es ejemplar si se lo compara con lo que está haciendo el relato mundial. Y lo digo con todo mi orgullo.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-37042-2015-10-25.html