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¿Un solo pueblo?

«Podemos» y el proyecto de catalanización de las clases populares

Fuentes: Público.es

La campaña del 27S -con el PSC en caída libre- desató una batalla por conseguir los votos de la periferia metropolitana de Barcelona y otros lugares de Catalunya de rentas bajas. El espacio del soberanismo también intentó apelar a estos estratos sociales más desafectos al proyecto independentista. Desafectos porque una buena parte de la clase […]

La campaña del 27S -con el PSC en caída libre- desató una batalla por conseguir los votos de la periferia metropolitana de Barcelona y otros lugares de Catalunya de rentas bajas. El espacio del soberanismo también intentó apelar a estos estratos sociales más desafectos al proyecto independentista. Desafectos porque una buena parte de la clase trabajadora catalana, sobre todo la urbana -aunque no sólo- por hijos y nietos de inmigrantes españoles, a menudo de lengua castellana y en general ajenos al imaginario nacional catalán hegemónico. El procés ha contribuido a alejarlos más, y ha puesto en cuestión el tradicional proyecto catalanista de izquierdas.

Como signo de este maremoto subterráneo, el actual cabeza de lista de ERC a las generales no habla catalán, al menos en público, se reinvindica «hijo y nieto de andaluces» y proviene de Súmate -la organización soberanista dirigida a charnegos-. El processisme se ha revelado como una vía de promoción social para los descendientes de inmigrantes españoles en una sociedad de clases tan rígida y desigual como la catalana.

El reverso de esta estrategia está representado por la nueva confluencia En Común Podem -Podemos, Barcelona en Comú, ICV y Euia-. Esta formación parece presuponer como propio el voto de las periferias densamente pobladas e intenta atraer a la clase media que se ha ido decantando por la independencia estos últimos años a partir de un reforzamiento del discurso soberanista. Algo así como «somos los únicos que podemos hacer avanzar la cuestión porque representamos la posibilidad de un referéndum pactado con el Estado». Ante el momento de bloqueo al que se ha llegado en el procés, cada vez más independentistas vuelven a reivindicar esta salida y Podemos es el único partido estatal que lo ofrece. Así que la apuesta, que parecía arriesgada, no parece estar restando en el resto de España, mientras que en Cataluña puede atraer a mucho votantes, sobre todo de la CUP.

También se ha insistido mucho en la independencia respecto a Podemos estatal con la constante repetición de que habrá un grupo propio en el Congreso. O sea, una parte de esta nueva confluencia no quiere que se les identifique excesivamente como Podemos porque buscan el voto soberanista que interpretan como altamente alérgico a la formación morada. Lo que sí quieren son sus votantes «metropolitanos». Pablo Iglesias y Ada Colau en la Sexta hablando en castellano de temas sociales y revolución democrática, Xavi Domènech y Marta Sibina en Tv3 y Catalunya Radio con alguna apelación a la República Catalana, parece ser la apuesta que parte de la dualidad de nuestro sistema mediático: votantes de determinada renta y origen no consumen medios en catalán.

¿Es posible una nueva hegemonía catalanista?

En realidad el proyecto de En Comú Podem está todavía por materializarse y habrá que esperar a ver cómo se configura después del 20D, pero apunta maneras. La estrategia de apelar a lo que se identifica como el «centro» en Catalunya -esta dualidad de votantes articulada a partir de lo que fue la hegemonía catalanista de izquierdas- es sin duda hoy algo más complicada. Al menos si la cuestión nacional vuelve a ser el centro del debate político, y si se le sigue imprimiendo a las elecciones un peso «plebiscitario». Con la polarización de los últimos tiempos se hizo muy difícil ocupar una posición «centrista» -el ni sí ni no, sino referéndum-. Al menos en esa codiciada «periferia» donde el discurso ambiguo de CSQEP -entre otros factores- ya provocó en las pasadas elecciones que muchos votantes se arrojaran en brazos de C’s. Sin embargo, si el procés se estanca y pierde credibilidad o aumenta el cansancio ante la falta de avances, quizás la cuestión deje de ser omnipresente y por tanto de polarizar -de empujar gente a los extremos-.

Para esa posible creación de una hegemonía catalanista de izquierdas, muchos ponen como ejemplo la del PSUC -el gran partido comunista catalán-, pero el contexto es otro, y el ejemplo es, cuanto menos, cuestionable. La estrategia «integracionista» o de «catalanización» de las clases populares castellanohablantes de este partido estaba pensada para impedir la división de la clase obrera en la lucha contra el franquismo -postulados aplaudidos públicamente por Pujol, que reconoció en los comunistas locales a otro partido con «responsabilidad» nacional-. Pero en realidad las luchas en las que el PSUC participaba operaban integrando a los trabajadores en una clase obrera confrontada a otra, no en un «pueblo» catalán imaginado como unidad. Muchos jóvenes de barrio, por tanto, han crecido escuchando como sus padres o abuelos lucharon por los derechos democráticos y nacionales de Catalunya en el PSUC o en la Asamblea de Catalunya, pero después de casi tres décadas de hegemonía del catalanismo conservador, la mayoría de ellos son indiferentes e incluso hostiles hacia el movimiento nacionalista.

Lo que pasó en este tiempo es que nuestro particular bipartidismo -CiU en autonómicas, PSC en estatales- promovió una cierta imagen de la cultura catalana a través de los medios de comunicación y la maquinaria institucional y a golpe de talonario. Nuestra versión de la Cultura de la Transición definió lo catalán dejando fuera a muchos que no se sentirán representados en ella o que simplemente no serán llamados a elaborarla. En ese tiempo, buena parte de las periferias, con un movimiento obrero en descomposición, se adhirieron al proyecto catalanista light del PSC, legitimado por unas mejoras urbanas que los barrios vivieron como conquistas propias. Pero la construcción de escaleras mecánicas y parques se queda en poquita cosa frente a una segregación con profundas raíces socio-económicas. No es extraño así que en muchas de estas zonas haya anidado también una desconexión «emocional» respecto a la construcción nacional del país.

Las nuevas generaciones demuestran el fracaso del catalanismo de izquierdas con una parte muy significativa de la clase obrera que no se siente parte de la «sociedad civil catalana«. Gentes que no encajan en la imagen idílica de una Catalunya inventada de la que los nacidos en Murcia o Huesca están excluidos, material y simbólicamente y que se confrontan cotidianamente con un clasismo basado en la lengua, la cultura y el lugar de nacimiento -la desigualdad educativa tendrá un papel destacado en esto-. Lo de «un sol poble» no es más que un relato que no se puede cuestionar pero apenas sirve para atrapar algo nuestra realidad.

Las bases de Podemos

Cuando surgió Podemos hace ya un año y medio generó en barrios populares una ilusión que no se había visto desde la Transición, y lo que es más importante, también capacidad de movilización. Cientos de círculos surgieron en muchos rincones de la periferia metropolitana de Barcelona, pero también en el Baix Llobregat, en Tarragona, en las afueras de Badalona, en el Vallés, muchas veces, en los barrios más castigados.

La gran oportunidad que representaba Podemos era la de contribuir a organizar a un segmento social que casi nunca había militado con anterioridad -con algunas excepciones como en la PAH o en algunas zonas como Nou Barris donde participan en luchas barriales-. Un estrato sociológico que no puede suscribir el independentismo porque históricamente no se identifica con la cultura oficial que sostiene a a las clases medias y de la que se sienten excluidos.

Pero este espacio político de Podemos nunca se llegó a probar. Ese que era no catalanista, de defensa de los derechos sociales y la democracia radical -que incluye referéndum- pero también un claro no a la independencia. O al menos con el reconocimiento explícito de que la independencia no es la prioridad, sino que lo es la mejora de las condiciones de vida. Las confluencias cerraron la puerta a la posibilidad de explorar este hueco, la izquierda catalana tiene demasiadas piedras en la mochila -entre ellas su propia pertenencia a la clase media catalanista- para atreverse a llenar ese espacio que existe y que está ocupando en gran medida Ciudadanos.

En Comú Podem recoge ahora el testigo. Barcelona en Comú ha sido probablemente la única propuesta de izquierdas que en los últimos años ha consiguido salirse del tablero soberanista y situar delante otras prioridades. ¿Será capaz de evitar ahora la tentación «catalanizadora» hacia esas clases populares que quieren igualdad y derechos y no «integración cultural»? ¿Podrá conservar las bases de Podemos al tiempo que se lanza a por el electorado de clase media? Está por ver si sabrán valorar y acompañar la enorme oportunidad que representa poder contribuir a organizar a ese segmento social, porque de ello no sólo dependen los resultados electorales, sino la capacidad de incidencia de este nuevo proyecto político. Lo que nos hace falta, más que votos o representantes parlamentarios, es algo así como una CUP no soberanista, que sea movimiento además de partido y que pueda componerse de diversas maneras con los proyectos emancipatorios del país prioricen estos o no la independencia. Nos jugamos mucho en ello. Si fallamos, el cinturón choni volverá a quedar huérfano de proyecto político propio, y acabará en las manos de Ciudadanos. Y si sólo somos capaces de hacer un partido más con votantes pero sin organización autónoma cerraremos, probablemente por muchos años, la ventana de oportunidad que tanto reinvindicamos.

Publicado en catalán en Sentit Crític

Fuente: http://blogs.publico.es/contraparte/2015/12/14/un-solo-pueblo-el-proyecto-de-catalanizacion-de-las-clases-populares-y-el-espacio-politico-de-podemos/