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Reseña de Sam Pizzigati, "Los ricos no siempre ganan"

Desde el punto de vista de la fiscalidad y la lucha de clases

Fuentes: El Viejo Topo

Sam Pizzigati, Los ricos no siempre ganan. Capitan Swing, Madrid, 2015, 488 páginas (traducción de David Torres).   Muy recomendable aunque puedan apuntarse algunas críticas marginales: el uso de un impreciso concepto de clase media o la defensa algo acrítica de las acciones corporativas de los sindicatos made in USA. Excelente para conocer la historia, […]

Sam Pizzigati, Los ricos no siempre ganan. Capitan Swing, Madrid, 2015, 488 páginas (traducción de David Torres).

 

Muy recomendable aunque puedan apuntarse algunas críticas marginales: el uso de un impreciso concepto de clase media o la defensa algo acrítica de las acciones corporativas de los sindicatos made in USA. Excelente para conocer la historia, la otra historia que diría Howard Zinn de EEUU (muchas veces desconocida por nosotros), la irrupción y desarrollo de políticas fiscales que pueden parecernos a día de hoy casi imposibles e incluso también para obtener ideas y argumentos para las luchas de ahora mismo.

Unos apuntes sobre el autor. Veterano periodista, que sigue en activo, Sam Pizzigati [SP] es un investigador asociado del Institute for Politicy Studies (Washington DC) y editor de Too Much, una revista electrónica semanal «sobre los excesos y la desigualdad en Estados Unidos y en el resto del mundo», dirigida especialmente a periodistas, investigadores y activistas por la justicia económica. SP dirige, además, desde hace más de veinte años, la línea editorial del mayor sindicato de EEUU, la Asociación Nacional de Educación, que cuenta con más de 3 millones de miembros.

El libro que comentamos, de subtítulo mejorable -«El triunfo sobre la plutocracia que originó la clase media»- es fundamentalmente, en opinión de Albert Recio que recogemos, «una historia de Estados Unidos a lo largo de la mayor parte del siglo XX». Una historia escrita desde una perspectiva «la de los movimientos y procesos que permitieron que en una determinada fase de la historia el país alcanzara un relativamente elevado grado de igualdad y que la mayoría de la población alcanzara condiciones de vida aceptables». Es, sobre todo, prosigue el profesor, activista y colaborador de mientras tanto, «una historia de la lucha sindical y de las corrientes de izquierda que consiguieron que en algún período de la historia los altos impuestos a los ricos y la protección de los derechos laborales fueran hegemónicas». No es una historia de color rosa. Por supuesto que no, «hubo muchos altos y bajos, muchos puntos negros. Muchos villanos y políticos volubles. Muchas derrotas y retrocesos».

Un ejemplo de estos retrocesos.

En 1950, Charles E. Wilson dirigía la General Motors, probablemente la empresa más poderosa del mundo en aquellos momentos. Wilson estaba en la cima de su carera. El director de la GM informaba al IRS de unos ingresos -ingresos de la GM y de sus inversiones personales- que sumaban casi 600 mil dólares: 586.100. Wilson pagó de impuestos, por esos ingresos, 430.350 $USA, en torno al 75%. Esta contribución, señala SP, no era «algo inusual en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial». En los primeros cinco años después de la II guerra, «la tasa federal de impuesto sobre los ingresos superiores 400 mil dólares nunca cayó por debajo del 82%. En 1950, la tasa máxima se situó por encima del 84%. Esta tasa superior subiría al 91% el siguiente año y no cayó por debajo de esta cifra hasta 1964. Los ricos nunca habían visto tasas de impuestos tan altas ni durante tanto tiempo en Estados Unidos. Ni tampoco los ricos de cualquier otro lugar del mundo». Y no les iba nada mal. Desde luego que no.

Dos décadas después, en 1981, el congreso usamericano entregó al entonces recién elegido Ronald Reagan un proyecto de ley de impuestos: reducía la tasa impositiva máxima de los ricos de USA del 70 al 50%. Fue uno de los primeros golpetazos de la contrarrevolución conservadora. En 1986, cinco años más tarde, el Congreso reduciría la tasa superior al 28%, «sólo tres puntos por encima de la tasa máxima que Andrew Mellon defendió en la década de 1920». Regreso a un pasado supuestamente superado. Reagan lo expresó con claridad en sus memorias: «con las reducciones fiscales de 1981 y 1986 llevé a cabo gran pare de las cosas que había venido a hacer a Washington».

La situación actual la describía en estos términos Eric Toussaint recientemente en una entrevista. ¿Es correcto hablar del 1 % de ricos contra el 99 % de pobres?, se le preguntó. Su respuesta: «Sí, está bien. Es muy esquemático, por supuesto, pero corresponde a la realidad. Estudié este problema y los trabajos de Thomas Piketty lo pusieron bajo los focos. El 1% más rico en Estados Unidos posee el 50 % de patrimonio nacional». Si se agrega un 9 hasta alcanzar el 10%, «no se obtiene mucho más… Hablar del 1% permite decir que se pueden diseñar medidas para un sector minoritario de la sociedad y que no hay necesidad de tocar la clase media». Se ha llegado a tal nivel de concentración de la riqueza, concluye Toussaint, «que la fórmula del 1 % es mucho más justa que hace 30 años. Hace 30 años había que hablar del 10 %. Se ha vuelto, con respecto al nivel de concentración de la riqueza, a la situación de hace 100 años». ¿Exagera Toussaint? Veamos.

El alto ejecutivo George Romney publicó su declaración de renta en la revista Look mientras se preparaba para ser designado candidato presidencial por el partido Republicano en 1968. Se había convertido en director de American Motors en 1954. Sus declaraciones de impuestos mostraron un ingreso medio anual total -salario de director más inversiones- de 275.000 dólares (unos 2 millones al año en dólares actuales). Una generación más tarde, su hijo, Mitt Romney, el que fuera candidato presidencial en las elecciones de 2012, acumularía por su carrera como ejecutivo de negocios una fortuna valorada en más de ¡250.000 millones de dólares!

SM habla de todo ello con detalle y documentación en este libro, estructurado en un prefacio, una introducción y 13 capítulos, un ensayo que se lee casi como una novela, que engancha desde el primer momento y al que quizá hubiera sido útil incorporar un índice analítico y nominal y una cronología de conquistas sociales y momentos políticos destacados. Las palabras finales del libro puedan ayudar a cerrar también esta reseña: «Tenemos un largo camino por recorrer antes de que alcancemos el nivel de conciencia que agitó a tantos millones de estadounidenses a lo lago de la primera mitad del siglo XX. Pero tenemos una manera más fácil de conseguirlo. Ellos nunca supieron a ciencia cierta si una sociedad compleja y moderna podía derrocar a las jerarquías de la riqueza y privilegios y prosperar. En la actualidad, por el contrario nosotros contamos con su historia para usarla de referencia. Y esta historia enseña una valiosa lección: los ricos no ganan siempre. Podemos crear una sociedad mucho más igualitaria. También sabemos que debemos hacerlo».

A esa sociedad más igualitaria la llamábamos hace años «socialismo» (en serio). No está claro que sepamos con detalle cómo alcanzarla. Lo que sí sabemos es que sin organización y lucha el camino está bloqueado