La penúltima vez que hubo una irrupción en el palacio de La Moneda fue un martes algo nublado y tuvo como protagonistas principales a los aviones Hawker Hunter que dispararon varios cohetes Sura de fabricación Suiza, lo que terminó por casi demoler el edificio luego de los tiros de los tanques y los cañones artilleros. […]
La penúltima vez que hubo una irrupción en el palacio de La Moneda fue un martes algo nublado y tuvo como protagonistas principales a los aviones Hawker Hunter que dispararon varios cohetes Sura de fabricación Suiza, lo que terminó por casi demoler el edificio luego de los tiros de los tanques y los cañones artilleros.
Esa irrupción fue el comienzo de una larga cacería humana que culminó, hasta donde se ha podido saber, con miles de muertos, desaparecidos, torturados, presos y desterrados.
De los héroes que hicieron aquella relevante e histórica empresa, cosa rara, no se conocen oficialmente los nombres. Y no será por un imbatible sentido del bajo perfil.
Hace pocos días, un grupo de estudiantes acometieron contra La Moneda dejando impávidos y casi sin reacción a la guardia de palacio, mas entusiasmada en sacarse fotografías con los turistas.
El resultado fue un treintena de estudiantes a los que no se sabe muy bien de qué podrían acusarlos si en rigor no cometieron un delito, sino más bien jugaron al pillarse con la casi inútil guardia policial, la que debería ser puntualmente castigada por el ridículo que hicieron ante la audacia estudiantil.
En rigor, la historia de Chile aún no releva de la manera que corresponde a esa otra incursión a La Moneda, esta vez de la mano del triunfo de la Unidad Popular en aquel ya mítico cuatro de septiembre del año 1970.
Como se recordará, a partir de entonces la gente podía cruzar los patios del palacio sin recibir ni la reprimenda policial ni correr el riesgo de salir esposado y golpeado por el celo policial. Y no resultaba extraño cruzarse con ministros e incluso con el mismo presidente de la república.
El que la casa de los presidentes se pudiera caminar sin temores y sin apuros, era una de las señales de esos tiempos en que algo muy profundo comenzó a emerger desde el seno del pueblo, castigado y relegado a lo oscuro de la historia por los poderosos de siempre.
Se inauguraba un tiempo de contradicciones que se hacían sentir a cada paso. Y se podía oler en el ambiente el olor del odio que la experiencia de un pueblo en marcha, movilizado por la opción de tomar la historia en sus manos y construir un país distinto, generaba en la ultra derecha que en breve se consolidaría como una de las más brutales y criminales que pisan la tierra.
Y ya sea por medio de la intercesión del imperialismo que financió a golpistas que hasta ahora lucen ropajes de demócratas, por la traición de los generales rastreros que dieron la espalda a quien poco antes juraran lealtad y por sobre todo por las debilidades de los partidos de izquierda que no leyeron correctamente lo que primero que hay que leer: el enemigo, el caso es que los golpistas, traidores y criminales entraron a La Moneda por la única vía que tenían disponible: la fuerza, la traición, el crimen.
Será por eso y porque enseñan una mística que a veces se cree perdida irremediablemente, es que la acción de los estudiantes que se rieron de los guardias de corps que protegen La Moneda entre selfie y selfie, causa una alegría especial.
Más aún cuando diarios golpistas como La Tercera afinan su rol de medios enraizados con el sistema y dan a conocer lo que llaman el prontuario de algunos de los detenido en esa acción, como si fuera una excepción en esto tiempos ser detenidos en una manifestación y acusado de cualquier cosa por la policía de la Nueva Mayoría, la que cuenta con atribuciones que ya se las hubiera querido cuando su Director General era parte del cuarteto de truhanes que dirigieron el país durante diecisiete años.
Pero la acción audaz de los estudiantes deja al descubierto una falencia que ya está costando cara: la ausencia de los trabajadores y sus organizaciones oponiéndose a un régimen brutal que no ha hecho otra cosa que diezmar aún más los derechos de quienes deben ganarse la vida con un sueldo ratón, mientras los poderoso se hartan de ganancias inimaginables.
Ni una palabra de apoyo de los dirigentes de la CUT a los muchachos que se la juegan en este segundo aire que ya se comienza a respirar y que traduce bastante bien la arenga de la incursión estudiantil: fracasaron, Chile se cansó de esperar.
Cambiar las cosas significa incursionar ya no por la vía sorpresiva que encontró a la guardia de palacio con el relajo propio del que vive sin sobresaltos.
Se trata de incursionar, ahora sí, en donde reproducen sus mecanismos de poder y sacarlos con viento fresco para que, definitivamente, nunca más.
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