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España

«Unidos Podemos», lo romántico y lo clásico

Fuentes: Rebelión

Conviven en el seno de esta coalición de esperanzas dos pulsiones contrapuestas. Sus objetivos son tan idénticos y las características de cada una tan reconocibles a lo largo del tiempo que se dirían dos ráfagas de un mismo viento. Ambas, sin embargo, con identidad de estirpe tan marcada y tan distinta que abisma que antes […]

Conviven en el seno de esta coalición de esperanzas dos pulsiones contrapuestas. Sus objetivos son tan idénticos y las características de cada una tan reconocibles a lo largo del tiempo que se dirían dos ráfagas de un mismo viento. Ambas, sin embargo, con identidad de estirpe tan marcada y tan distinta que abisma que antes de llegar a puerto acaben devorándose una a otra.

Coinciden estas dos fuerzas con sendas formas o maneras de hacer en las que se han agrupado tradicionalmente las actitudes humanas en el ámbito de la cultura: la manera clásica y la romántica. Lo que antes fue llamado temperamento (clásico o romántico) llamamos ahora orientación, más humildemente, predisposición a hacer las cosas, a pensarlas y recrearlas según la inclinación a una u otra manera. La orientación hacia la forma clásica de hacer las cosas llama al orden y la serenidad; la manera romántica, a la inquietud. La forma clásica busca la armonía; la romántica la lucha. De una parte la certeza de lo permanente, de otra el atractivo de la innovación. Y así, etcétera, etcétera, a lo largo de un sucesivo desarrollo explicativo en aparente confrontación: mientras los clásicos viven para recrear en su propia vida las leyes fatigosamente descifradas de la naturaleza, los románticos se lanzan con la certeza puesta en que el extremo oriental de las Indias no se ubica tan lejos como todos creen; si los primeros condicionan la dignidad a la capacidad que se tenga en conservar los restos del naufragio, los segundos trasplantan sus macetas en antiguas botellas de plástico; para los primeros las ramas ceden bajo el peso de las respuestas, para los segundos no existe la duda, y si aparece alguna, el viento la disipa. El argumento de los clásicos es en los románticos el eco de la bofetada. Los unos por el miedo, los otros por inconsciencia. De un lado se escucha «porque…», del otro se oye «y si…».

Etcétera, etcétera.

Unidos Podemos es una deuda saldada del destino. Pero este mismo destino que queda libre de vínculo alguno con la incertidumbre y el remordimiento nos emplaza con las ondas que ha dejado a su paso a enfrentarnos nosotros mismos con una realidad inaplazable. Los diferentes agentes que hacen posible esta coalición electoral se nos muestran incrustados los unos en los otros. No hay mestizaje en sus rostros ni indicios de deseo que lo remedie. Los clásicos se dedican a sus cosas de clásicos. Los románticos siguen haciendo lo que sea que ellos hagan. Y mientras tanto, el pastel con pasas que tanto tiempo llevamos esperando ya ha sido digerido en un estómago que no es el nuestro.

Existe cierto regocijo en contemplar desde una cómoda hamaca la danza macabra de los contrarios. Sentimos la comodidad de lo conocido. El incendio, pensamos, es inevitable. Vendrá la riada y se quedará la danza y se llevará los contrarios. Pero éste no es un destino escrito en ninguna parte. La pose fatídica no nos salvará esta vez. Está en la misma naturaleza de estas dos pulsiones antagónicas el germen de lo simbiótico. Hasta la complementariedad, si se quiere ser sentimental. El horizonte de lo precario está implícito de uno y otro lado. De que no se fagociten la una a la otra dependerá el éxito de la contienda. Ahora, por fin, que tenemos algo que podemos llamar así.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.