«Cuando el viejo mundo se muere y lo nuevo no logra nacer, es la crisis» Antonio Gramsci El breviario de la casta política chilena (la encuesta CEP) arrojó resultados previsibles, pero igual de alarmantes para el duopolio que sigue organizando la vida política en postdictadura: sólo un 15 % de los encuestados aprueba a la […]
«Cuando el viejo mundo se muere y lo nuevo no logra nacer, es la crisis»
Antonio Gramsci
El breviario de la casta política chilena (la encuesta CEP) arrojó resultados previsibles, pero igual de alarmantes para el duopolio que sigue organizando la vida política en postdictadura: sólo un 15 % de los encuestados aprueba a la Presidenta Michelle Bachelet y a su Gobierno; con la desaprobación de un 66 % de ambos. Y por debajo de la línea de flotación que sitúan en el 20 % a un Gobierno para ser creíble. La Concertación+PC tiene un 8 % (con 46 % de rechazo) de aprobación. Y la ultraderecha de Chile Vamos (UDI, RN, Evópoli y PRI) un magro10 %. Esta última dice estar preocupada por su incapacidad de «capitalizar la desafección» ciudadana.
Pero las dos caras de la alternancia de la hegemonía neoliberal saben que si ambas tienen serios problemas de legitimidad, la tarea suya es salvar el sistema político que les ha garantizado mantener a flote el modelo de capitalismo neoliberal desde la dictadura. Es su misión política e ideológica. Es el quid del asunto: mantener contra viento y marea el poder neoliberal que sólo ha sido rasguñado en el plano de las ideas, pero cuyas estructuras permanecen incólumes.
Por el momento cada coalición infla retóricamente las pequeñas diferencias de estilo para defender la causa del sistema dominante. En otros términos, la protección de los pilares que concentran la riqueza en un polo a través de los mecanismos de la explotación salarial, el lucro, la usura y la ganancia.
Es evidente que cambios fundamentales no pueden esperarse del bloque que ha dirigido la transición postdictadura. Cuando el «crecimiento» (*) no está en el sentido común popular es porque las otras demandas ocupan los corazones. José Piñera y los economistas neoliberales se pasean con la cola entre las piernas.
Signo de los tiempos presentes: la corrupción política es percibida por los encuestados como el tercer problema clave. En otros términos, Chile entra al clan de los Estados corruptos. Lo que explica razonablemente la caída de ME-O en las preferencias electorales. Éste debe arrepentirse de haber pisado el palito de las platas fáciles obtenidas de SQM-Ponce Lerou (el otrora yerno de Pinochet) y del avión provisto por los empresarios brasileños de la constructora OAS, corruptos cercanos del PT (*). ME-O pasará a la historia como el político que se farreó la presidencia por no tener las convicciones éticas que le permitieran entender que las «reglas del juego» a las cuales los políticos corruptos se sometieron gustosos fomentaban la corrupción. Cosa que el pueblo trabajador y las clases medias asalariadas comprendieron sin necesidad de seguir un curso de ética.
El PS Marcelo Díaz, vocero de Gobierno, no se dio tiempo para pensar la encuesta CEP -clara ilustración del desierto de ideas en el cual viven él, su Gobierno y los partidos de la NM. No le quedó otra ante los resultados de la encuesta que reafirmar lo mismo que desde hace un cuarto de siglo repiten los que han ocupado su cargo: la manoseada cantinela acerca de la necesidad de «dialogar» y «construir acuerdos» con la oposición. Los socialistas neoliberalizados no aprenden.
Los automatismos de la casta
Pese a la debacle moral de la casta política que concentra el poder, los medios ponen a sus representantes en el centro de la información y las entrevistas se repiten insistiendo en lo mismo: «La gente está esperando propuestas menos refundacionales» dice el ex del Interior Burgos; «debemos ponernos a trabajar» dice Insulza; la otra cuña manoseada hasta el cansancio. La ultra derecha trata y no puede. Si vuelve al gobierno, será para peor. Lo saben ellos, lo intuye el pueblo.
Tales declaraciones (las de los NM) contrastan con otras que no temen utilizar conceptos que los «renovados», los socialdemócratas neoliberalizados y los progresistas demonizaron con el pretexto de la «caída de los muros» y de las ideologías, pero que coincidieron con el auge del neoliberalismo y de las «terceras vías»: «estamos en un Estado capitalista salvaje, no en un Estado liberal», afirma Carola Canelo, académica de Derecho la Universidad de Chile en entrevista televisiva que no hay que dejar de escuchar (**).
Ante tanta ilegitimidad manifestada en cifras cabe desembarazarse de toda idea de un complot mediático urdido por los poderes neoliberales en contra de Bachelet y comparable con lo sucedido en Brasil.
En Chile, la cultura política de los representantes del poder neoliberal los hace reaccionar con reacomodos. Y las fuerzas centrífugas operan sólo hasta que la amenaza de una alternativa real antisistémica los obliga a defender las centrípetas «instituciones republicanas» (propagandeadas por Patricio Zapata, el del COC en sus columnas de La 3a.). La crisis de éstas se expresa precisamente en la desafección popular, en la incapacidad del orden político-económico de satisfacer las demandas ciudadanas y en la corrupción generalizada. Las llamadas «instituciones republicanas» han sido permisivas. No han sabido impedir la captura de la política por el mundo empresarial. Es parte ahora de un esquema de percepción que se estructuró en el pueblo.
Siempre hay otros caminos por construir
Empero, han sido la voluntad y el trabajo paciente de organizaciones y militantes sindicales y populares quienes han mostrado el otro camino (del cual se ha restado la cúpula de la CUT). Que no es otro que el empuje movilizador de la demanda contra el modelo privado y mercadista de AFP y por pensiones solidarias y dignas. El dispositivo de los fondos privados de pensiones es de desposesión capitalista ya que captura el salario de los trabajadores para transformarlo en combustible del sistema financiero especulativo nacional y global. Además es un mecanismo de reproducción de la tecnocracia capitalista. Un resorte para satisfacer la sed de lucro del conjunto de la casta (endógena e indiferenciada). Esos no son señores feudales que se gastan los tributos en guerras o cruzadas sino administradores y propietarios del capital que consumen e invierten de manera rentable los mismos excedentes de sus altos ingresos o ganancias.
En este marco es útil recordar que todo sistema institucional busca captar la energía popular y que para eso precisamente sirven las instituciones de la representación y su mecanismo electoral que en tiempo de crisis actúan como válvulas de escape del sistema. El objetivo es desmovilizar al pueblo. Que se desvanezca mediante el consentimiento, y si es necesario con la bruta coerción, la energía creadora propia de los movimientos sociales. Y también disciplinar, amenazar, normalizar y castigar como cualquier dispositivo de poder lo hace. Pero con indulgencia hacia la criminalidad de cuello y corbata de la casta y la corrupción política. La justicia lleva un sello de clase que las más publicitadas reformas procesales no logran borrar.
¿Cómo explicar en este contexto de pérdida de legitimidad institucional del sistema político impuesto el fuerte interés que sectores de la «izquierda emergente» manifiestan por entrar en el juego de esa institucionalidad avasalladora? ¿Se trata de una nueva izquierda timorata? Imposible ignorar que las mismas instituciones postdictadura han calado hondo en las subjetividades de sectores políticos que tendrían que optar por más arrojo práctico e intelectual y por el camino de la movilización social, de la articulación de todas las demandas sociales populares y de la convergencia de las luchas en tiempos de desarrollo de los afectos solidarios en las marchas multitudinarias y del crescendo de las pasiones adversas a la hegemonía neoliberal.
Hay siempre una lógica teórico práctico que conviene respetar si se quiere «hacer la historia» o «cambiarla» desde coaliciones partidarias: primero se hace un balance de la historia de las luchas (de las derrotas y de los avances), después se discute de programa, de táctica y de estrategia (o de «proyecto», de «ideas» y de iniciativas, para ser más «emergido»), o al menos se intenta avanzar en ese debate democrático (donde el «líder» debe bajarse en nombre de la horizontalidad) de definiciones y clarificaciones necesarias y después, se forjan alianzas y se las caracteriza. Y si las asambleas lo deciden, se levantan candidatos. No hay peor debate que el que no se hace ni lucha socio-política que no se da.
Y no hay ninguna lógica democrática y popular en decir, «nuestro candidato es un corrupto, pero es nuestro corrupto porque es menos corrupto que los otros».
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No lo quieren decir los economistas del modelo, pero a Chile le será muy difícil volver a tasas de crecimiento mayores de un 2 %. Lo que ya es mucho. Imposible en el nuevo reordenamiento económico global operado después del 2008. El vespertino Le Monde informaba que en Mongolia, Río Tinto, la poderosa minera australiana abrirá, apenas repunte el precio del cobre, la mina cubrífera «más grande del mundo». Y los nuevos polos manufactureros que se estructuran después de la crisis del 2008, además de China, India e Indonesia serán ex países comunistas como Rumania, con mano de obra calificada, explotada y barata como la de China. A los que se agregan Vietnam, Filipinas, Malasia y Tailandia. México es el único país latinoamericano que está en esta posición en el «nuevo orden mundial de la industria». LeEco, propiedad del empresario chino Jia Yueting producirá en China Popular en los próximos años 400.000 automóviles inteligentes por año según anuncio del 10 de agosto recién pasado (Le Monde, p. 9, Le nouvel ordre mondial de l’industrie, versión papel del lunes 15 de agosto 2016).