Mucha gente no entiende cómo el gobierno de Juan Manuel Santos no logró sacar adelante el Plebiscito para refrendar los acuerdos con las FARC, si contaba con el apoyo de los EE.UU., Europa, la ONU, la OEA, los gobiernos de los países vecinos, la gran mayoría de empresarios colombianos, los nuevos terratenientes agroindustriales con excepción […]
Mucha gente no entiende cómo el gobierno de Juan Manuel Santos no logró sacar adelante el Plebiscito para refrendar los acuerdos con las FARC, si contaba con el apoyo de los EE.UU., Europa, la ONU, la OEA, los gobiernos de los países vecinos, la gran mayoría de empresarios colombianos, los nuevos terratenientes agroindustriales con excepción de los dueños de los ingenios azucareros del Valle del Cauca, todos los partidos tradicionales y alternativos (Polo, Verde, Progresistas) y la gran mayoría de organizaciones sociales de campesinos, indígenas, obreros y trabajadores del Estado. No podía perder pero perdió y con él, la causa del fin de la guerra. Es algo realmente difícil de entender y de explicar.
Alguien ajeno a todo este asunto pensaría en forma lógica que Uribe es un mago. Así haya sido con engaño mediático, ganó. Santos también utilizó la mentira, pero como ya había mentido tanto, nadie le creía. Al contrario, su demagogia generaba rechazo. La situación era fácil para el opositor porque sólo tenía que empujar verdades a medias basadas en hechos reales mientras que Santos tenía que hacer promesas que no tenían ninguna base real. La mayoría de la población no sabe bien lo que es esa guerra, no la diferencia mucho de la violencia delincuencial cotidiana que sabe que no va a terminar así se desmovilice la guerrilla. Eran ilusiones contra realidades las que se enfrentaban.
Por supuesto que todo el diseño del plebiscito fue un embuste. Una trampa politiquera en la cual la izquierda fue cómplice y cegatona. Se bajó el umbral de una forma ridícula, desestimulando al elector. Se acomodó la pregunta de una forma vulgar para no mencionar a las FARC como si fueran la peste e introducir la palabra «paz». No se aprobaron recursos públicos porque la campaña supuestamente era pública y el gobierno representaba lo público. Todo el aparato estatal y gubernamental se puso al servicio de esa causa. Y como era una causa justa todo ese conjunto de medidas realmente parcializadas debían ser apoyadas. En nombre de la paz se legitimó una trampa gobiernista y se aceptó la más burda politiquería. Una causa noble se embadurnó de lodo.
Y los demócratas y la izquierda se hicieron los locos. ¡Todo vale en aras de la paz! Cuando todo el país está pidiendo la renovación de la actividad política, la lucha por la paz se trivializó de tal manera que la corrupción asomó su tétrico rostro. El proyecto político-electoral de la insurgencia tuvo un bautismo «maluco», con aires de politiquería y total ausencia de ética. Por el desayuno sabremos cómo será el almuerzo. Es una verdadera desgracia.
Después de lo ocurrido el 2 de octubre pareciera que una parte de la población, especialmente los jóvenes que quieren la paz pero que no fueron convencidos por esa campaña demagógica, incluidos muchos de los que votaron por el NO, sintieron complejo de culpa. Habían visto tantos políticos, funcionarios de gobierno y grupos de gente impulsando el SI, habían observado tantas marchas por la paz y tanta propaganda por radio y televisión, que creían a ojo ciego que el SI ganaba sobrado. Y luego, después de perdido el plebiscito, cuando anuncian que el premio Nobel de Paz le fue otorgado a Santos, se les crece ese sentimiento y asumen una actitud de conmiseración con el Presidente y de solidaridad con su supuesta «entrega y trabajo sacrificado por la paz».
Tal actitud se deja ver en las movilizaciones estudiantiles, sociales y de las víctimas para presionar por el fin de la guerra. Las críticas a Santos empiezan a ocupar un segundo lugar, no son bien vistas, son tachadas de envidia, mezquindad y «mala leche». El espíritu cortesano aparece en todo su esplendor. El gobierno tratará de sostener ese sentimiento «solidario» y va a aprovechar ese clima de simpatía para tratar de salir bien librado del «impase».
Así, una actitud coherente de rechazo al engaño se convierte por efecto del fracaso de una justa causa a manos de un gobierno incapaz, en una especie de culpa ajena. Y del otro lado, al descubrirse las artimañas propagandísticas que utilizó la campaña del NO para llenar de miedo y odio a millones de personas, también se siente un ambiente de frustración. Si la guerrilla se hubiera distanciado totalmente del gobierno y no se hubiera prestado en medio del triunfalismo para ese «circo de la paz», tal vez hubiera salido como la única verdaderamente ganadora de toda esa serie de torpezas e incoherencias. Lo mismo hubiera podido pasar con una izquierda autónoma y ética, que apoyara el SI pero lejos de tanta farsa.
La derrota de la polarización entre Santos y Uribe que se presentó el 2 de octubre se intenta ocultar en forma artificial aprovechando la nueva oleada de lucha por una paz «herida» que no sabemos si logrará movilizar a los abstencionistas. De todas formas, como lo plantean las Autoridades Indígenas Tradicionales de Colombia (Región Cauca) en un extraordinario comunicado (http://bit.ly/2d73uA6), en esas manifestaciones en marcha debemos presionar a todos los actores del proceso, al gobierno, a las FARC y a Uribe, para ponerle fin a la guerra de una vez por todas.
Es realmente triste que todo esto haya ocurrido. Una causa justa como es el fin del conflicto armado terminó saboteada por la incapacidad del gobierno, el triunfo pírrico de Uribe basado en la desinformación y el engaño, y todo esto adobado con un inmerecido premio de consolación para Santos. Ya lo habíamos previsto: «Una guerra sin espíritu y sin alma» va dejando el escenario sin pena ni gloria (http://bit.ly/18u7aWh).
Twitter: @ferdorado
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