La incapacidad de las castas políticas de sentir vergüenza de ellas mismas puede tener tres condiciones de posibilidad: 1. juntas han perdido toda capacidad de sentirla porque prefieren negar que su mediocridad ética y política provoca un profundo rechazo; 2. saben que no pueden hacerlo mejor por lo que repiten una y otra vez el […]
La incapacidad de las castas políticas de sentir vergüenza de ellas mismas puede tener tres condiciones de posibilidad: 1. juntas han perdido toda capacidad de sentirla porque prefieren negar que su mediocridad ética y política provoca un profundo rechazo; 2. saben que no pueden hacerlo mejor por lo que repiten una y otra vez el mismo ritual de pequeñeces y discordias en campaña electoral y, 3. la escenografía con reflectores mediáticos en la que se mueven, más que exponerlas como avergonzadas de la profunda crisis de las instituciones del régimen político postdictadura, las hace percibirse como indispensables.
Autoengaño, falsa conciencia y disonancia cognitiva son mecanismos a los que recurren para repeler el sentimiento de que ellas mismas son agentes y vectores de la crisis.
La disonancia cognitiva es la que mejor se les aplica. Es la tesis que postulaba el analista de la comunicación León Festinger. Ésta dice que cuando los individuos tienen pensamientos contrapuestos o contradictorios, para evitar el malestar psicológico que ello genera, ponen en marcha mecanismos para reducir la disonancia y recuperar una percepción de coherencia interna. Sin embargo, Josep María Antentas, profesor de sociología catalán, agrega que «las críticas en el terreno de la psicología social a este enfoque han puesto énfasis en su carácter demasiado psicologista y en que coloca como una contradicción individual lo que en realidad es un proceso social complejo, en el que hay que poner al sujeto en relación con un entorno y sus interacciones».
Por lo mismo, habría que agregar que el espectáculo político es tan deprimente en otros Estados (EE.UU, Francia), que en toda comparación con otras castas parlamentarias y políticas ven el reflejo de sí mismas, y es así como se aceptan. Escándalos de corrupción, malversación de fondos, conflictos de intereses, cohecho, enriquecimiento personal, serían gajes del oficio político y de parlamentario.
Factor clave del campo político: las castas cuentan para su ensimismamiento narcisista con los aduladores mediáticos profesionales que sin cese les repiten, cuales «coachs ontológicos», que todavía tienen «doctrina, convicciones e intuiciones». Siendo que ninguno de estos atributos puede aplicárseles a quienes han adoptado como un dogma al neoliberalismo económico (al estilo Valdés), a la política como una carrera para hacer fortuna y, por lo mismo, no han dudado en poner la actividad parlamentaria bajo la tutela del dinero empresarial (o a ser cómplices pasivos con los corruptos).
Cristián Valdivieso (encuestólogo de profesión) le recomienda a Carolina Goic, la presidenta de la Democracia Cristiana, ser candidata -e ir a primera vuelta pese a irle mal en las mismas encuestas (Sic)- de un partido embadurnado por la corrupción, controlado por clanes familiares y que, signo de los tiempos, ha renunciado a lo esencial de su doctrina humanista y se ha entregado al culto del lucro y al tráfico de influencias (*).
Y para no quedar corto, con la grandilocuencia propia de un candidato presidencial de una coalición fracasada y en plena descomposición, Alejandro Guillier exclama que «la DC es el eje de la coalición que le ha dado estabilidad a Chile». Omite un hecho objetivo: 70% de los ciudadanos chilenos se abstienen de votar. Pero eso no es preocupante para la «estabilidad republicana» según el candidato del Partido Socialista. Simple, Guillier se refiere a la «estabilidad» que la Concertación-NM le ha dado a los negociados de la oligarquía empresarial.
¿Hasta cuándo la crisis?
El espectáculo y la representación de la crisis durará hasta que el actor popular decida patearles el tablero. Como ya lo ha hecho, con métodos bien democráticos, para imponerles debates sobre la educación, pensiones, igualdad de género y vida en ambiente sano con bienes comunes (agua) como derechos sociales garantizados. Mas nada fundamental ocurrirá mientras se juegue tal cual a las elecciones. Pues no se cuestiona el marco institucional actual, marcado a fuego por el poder de la oligarquía empresarial y su dispositivo mediático donde prevalece el árido discurso neoliberal. Del cual hace uso y abuso la elite mediática-periodística.
No habrá avance cualitativo sin pensamiento ni actuar estratégico de manera de acumular fuerzas en las luchas sociales, por fuera, generando poder ciudadano y popular para imponerles soluciones. Es la única manera de «devolverle el poder a los ciudadanos»; que lo recuperen ellos mismos.
Los sectores excluidos de la política y avasallados por las burocracias sindicales, como en el caso de los trabajadores, tienen su propia tarea. La que apura. Sólo ellos pueden recuperar la autonomía del movimiento sindical. Y reconstruir sus instituciones con métodos democráticos para protegerse del poder capitalista y neoliberal en caso que el gobierno del Estado caiga en manos de un Piñera.
El colmo llega cuando el diario del difunto Agustín Edwards, el golpista asesor de la CIA, salvado de la crisis por el mismo Pinochet, y hoy defendido por Eugenio Tironi, el intelectual bacheletista y concertacionista-Nueva Mayoría (no tienen nada de extraño el viraje neoliberal y la actitud negacionista de la historia de los intelectuales PS y PPD) le da clases de moral a la cúpula de la CUT y le refriega, semanas antes del Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, las prácticas corruptas y antidemocráticas. Es el mundo al revés: el mismo El Mercurio, que aboga desde sus editoriales por la impunidad y la amnistía de los crímenes de cuello y corbata de la oligarquía y la casta política, le da cursos de moral a la dirigencia CUT compuesta de militantes PC, PS y DC (**).
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(**) Lea la editorial en el diario del difunto Agustín, «Momento de definiciones en la CUT».
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