Gracias a una jueza argentina y a un sindicato noruego, la ARMH ha podido buscar los restos de Timoteo Mendieta y otras 50 personas
He pasado 23 días en un cementerio. Delante de mí tenía un ciprés centenario, una fosa común con 24 fusilados y un muro de piedra y ladrillo con impactos de bala a la altura del pecho de una persona de estatura media. Desde un banco de hierro y bajo un toldo portátil he visto desfilar a mucha gente. Pero hubo dos personas que dejaron huella: Eugenio y Rubén. Ambos son bisnietos de fusilados. El poco tiempo libre que les permite su trabajo lo han pasado a 2, 3, 4 metros de profundidad (según el día). Se han deslomado sacando tierra de las fosas, llevando «carretillos» de tierra para cribar, subiendo capachos repletos de «evidencias». Nadie les ha preguntado pero todos sabemos que cada palada que daban era en homenaje a sus bisabuelos, ejecutados en 1939 por defender una democracia efímera.
Eugenio pagó en varias ocasiones y de tapadillo la comida de los integrantes de la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica)… Nunca se sentó a la mesa, siempre estaba alejado unos metros, al sol. No probaba bocado, y su expresión era una mezcla entre estar agradecido y estar avergonzado por no poder hacer más por su bisabuelo.
Rubén cuenta que desde que tiene uso de razón traía cada día de Todos los Santos unas flores a la Fosa 3. Su padre puso una placa con los colores de la bandera republicana que dice: «Fusilado por defender la libertad». Este gesto no gustó nada en su familia. Los del «no te signifiques» y «no te metas en política» no pasan una. Ahora sabe que su tío abuelo está en la Fosa 4, según los registros. Una fosa que igual nunca se llega a exhumar, mientras la Ley de Memoria Histórica sea una trampa, una ciénaga bipartidista que beneficia a los de siempre.
El caso de Rubén es consecuencia del efecto dominó provocado por el coraje de Ascensión Mendieta. Rubén se ha implicado de tal manera estos 23 días que sus amigos no le ven el pelo. «Menos mal que ha terminado la exhumación», dice, «me duelen todos los huesos». Rubén cavaba con mucho ímpetu, sus carretillas siempre iban más llenas que las de los otros. Se apuntaba a echar una mano cuando alguien desfallecía a 4 metros de profundidad por el calor de mayo. El último día se le vio con un pincel, desempolvando lo que parecía ser el fémur de otro fusilado. Igual ha nacido un candidato a arqueólogo.
El 80% de los voluntarios que han trabajado en esta exhumación tienen familiares desaparecidos: desde el arqueólogo René hasta el encargado de seguridad, el minero prejubilado Carlos, pasando por Marco, vicepresidente de la ARMH. Y entonces se me viene a la cabeza esa litografía de Castelao que decía: «Pensaban que enterraban cuerpos pero enterraban semillas».
El 29 de mayo apareció un joven con una foto en blanco y negro de un soldado republicano. Era su tío abuelo. Había seguido la pista de la etiqueta #CTXTTimoteoMendieta, que ha usado esta revista para la cobertura en Twitter, y había dado con una foto de Ascensión Florián, la nieta del fusilado número 24 de la Fosa 1. Junto a la foto estaba el parte de enterramientos de aquel 26 de julio de 1939.
Su tío abuelo era el número 23: Alfonso Alonso. El joven, llamado Jesús, dejó a su mujer con su hija recién nacida y se plantó en el cementerio de Guadalajara con la foto de Alfonso. Todo lo que sabe Jesús de las peripecias de su tío abuelo lo sabe gracias a su abuelo, porque nadie más en la familia quiso saber nada. Esa es la tónica general de las familias que desfilan delante de mí en el cementerio… Los que remueven todo no son los hijos de los fusilados, sino los nietos.
Gracias al revuelo organizado en la exhumación de la Fosa 1 en enero de 2016, varias familias se enteraron de que sus familiares habían sido arrojados a una fosa después de ser fusilados delante del muro del cementerio civil. Entre ellos, Pilar, una joven que no llega a los 30 años y que hasta ese día siempre pensó que su familia había luchado en el bando franquista. En su casa todo era silencio. Es la constante. Tiempo de silencio.
David, uno de los voluntarios de la ARMH, guarda forestal en Linares (Jaén) que cogió 20 días de sus vacaciones de verano para venir a exhumar, me cuenta que los alemanes les enseñaron a los que ganaron la guerra en España que todo enterramiento debía quedar registrado para saber quiénes eran los que en el futuro iban a poner flores en la fosa común. No por humanidad, sino para recordarles que no repitieran el ejemplo o correrían la misma suerte.
Además, los enterradores cobraban por muerto enterrado, así que más les valía llevar los libros de enterramientos al día. Gracias a esa meticulosidad hoy podemos «intentar» buscar a los miles de Timoteos Mendieta que pueblan los cementerios. Lo de las cunetas es harina de otro costal.
El día que fusilaron a Timoteo Mendieta (16 de noviembre de 1939) asesinaron a otros 16 reos republicanos. En la Fosa 1 quedaba un hueco para dos cuerpos, la Fosa 2 ya estaba llena. Cuatro fusilados fueron enterrados en fosas individuales y con ataúd. La familia había sido informada y pagaron por ese entierro «más digno». Los familiares de los arrojados a las fosas comunes se enteraron días o semanas después de las muertes de sus seres queridos. Por eso se cree que Timoteo podría ser el individuo número 1 de la Fosa 1, y no el número 16 de la Fosa 2 como aparece en los registros. Los sepultureros cobraban por cuerpo enterrado, no por poner los datos bien.
En esta esquina del cementerio civil desde donde tecleo se daba el tiro de gracia a los fusilados. Hace un par de días, David (el guarda forestal de Linares) pasó el detector de metales debajo de mis pies y encontró una veintena de ojivas de pistola 9mm y rifle Máuser. María, nieta de un fusilado, recuerda jugar de pequeña en un montón de tierra gigante: «Esa arena que estáis sacando de la Fosa 1 estaba aquí en medio cuando yo era pequeña».
Según numerosos testimonios, el cura que daba el tiro de gracia era Esteban Esteban Esteban (hijo de dos primos). Era manco de la mano derecha, y llevaba siempre un guante negro, cuentan. Casualmente nos comentan los forenses que todos los cráneos exhumados en la Fosa 1 aparecen con un orificio de entrada que indica que el ejecutor era zurdo. Esteban Esteban Esteban está enterrado en la parte católica del cementerio, a sólo 100 metros de sus víctimas. Murió en 1982, tan ricamente. Amnistiado.
El equipo forense viene de Londres. Muchos están usando sus días de sus vacaciones para analizar los restos y determinar quién era quién. Uno de ellos tiene 67 años, se llama Adam y entre té y té me pregunta con insistencia si el Estado español no ha hecho nada por ayudar a las familias de las víctimas. Me lo pregunta precisamente él, que ha venido de voluntario siguiendo los pasos de su profesor de arqueología. Me cuenta que, en Inglaterra, la Guerra Civil se considera como la gran causa perdida del siglo XX, que mucha gente en su país sigue sintiendo nostalgia de las Brigadas Internacionales y que por eso vino. Me sigue haciendo muecas cuando le digo que ha sido la perseverancia de una jueza argentina lo que ha permitido exhumar estas dos fosas, y que gracias a Timoteo se han encontrado a otros 50 defensores de la democracia. Adam me dice que el hombre que volverá al aeropuerto de Gatwick mañana no será el mismo que aterrizó en Barajas hace 23 días.
Larry, el forense principal, cuenta en plena morgue y bajando la voz que casi todos los individuos exhumados de la Fosa 1 presentan heridas provocadas por culatazos, tanto en la nariz como en las costillas. Shirley, su ayudante, añade que la extraña trayectoria de las balas podría confirmar que muchos de los fusilados morían de rodillas y que les sujetaban la cabeza para que no se movieran.
Y todo esto es un grano de arena en un desierto de desolación, porque se han abierto dos fosas, pero hay 17 más pegadas a ellas (con 265 cuerpos) y otra fosa gigante con más de 600 cuerpos (en la zona católica, donde reposan aquellos que no renegaron de su fe justo antes de ser ejecutados).
Cuando le pregunto a René, el arqueólogo, por los temas legales, me topo con lo bien atado que lo dejó todo Franco y lo bien que lo remató Zapatero con aquella frase antológica referida a su Ley de Memoria Histórica: «Era una ley equilibrada porque no gustaba a ninguna de las dos partes».
La clave de todo es: ¿cómo denunciar un delito amnistiado (por la famosa Ley de Amnistía del 77)? De forma que los exhumados de la Fosa 1 que no sean Timoteo Mendieta, según la ley, tendrían que volver a ser arrojados a una fosa común en pleno 2017. Eso no va a ocurrir porque, pese a lo absurdo de la parte contratante de la segunda parte de la Memoria Anti Histórica, al final los huesos se quedarán con sus familias (si vienen a por ellos) o en el laboratorio de la ARMH a la espera de que aparezcan los descendientes.
Mientras termino de escribir esta crónica aparece Julio, sobrino de uno de los fusilados. Me cuenta que, cuando era niño, mujeres católicas se acercaban a la tapia de esta parte del cementerio para insultar a los muertos, a los fusilados, a los que habían perdido la guerra. Él se escondía entre los rastrojos que cubrían las fosas comunes. Hasta la llegada de la democracia, aquello era un estercolero, y los familiares de los fusilados lanzaban flores por encima de la tapia; eso sí, de noche y mirando a todas partes para no ser vistos.
Ascensión Florián tiene a su abuelo en la Fosa 1. Es el último en aparecer, es decir, el primero que fue arrojado ahí en julio del 39. Ella es la única de la familia que se ha puesto a investigar para limpiar el nombre de su abuelo, un obrero que defendía a otros obreros. El resto de su familia la considera un bicho raro: «Para qué remueves nada, deja las cosas como están». Ascensión se mete 4 metros bajo tierra para ver de cerca los restos de su abuelo. Me cuenta que como su padre es muy mayor y tiene poca carne no le cabe ninguna duda de que el cráneo que acaba de ver es el de su abuelo, se parece a su padre muchísimo. Off the record: días después, uno de los forenses me comenta que el individuo 24 era bajito y delgado, tal y como describió Ascensión a su abuelo. Ojalá sea él.
También pasa junto a mi mesa Carmen. Su abuelo era concejal socialista de Valdeconcha (Guadalajara), un campesino que no luchó en la guerra (por edad). Dedicó la vida a trabajar en el campo y daba de comer al que no tenía nada. Le avisaron de que no volviera a su pueblo tras la victoria franquista, pero él quería despedirse de su madre y fue. Le dijo: «Hazme un huevo frito con chorizo que me van a matar». Lo apresaron, se lo llevaron a la cárcel de Guadalajara y de ahí al paredón de fusilamiento delante de la Fosa 1. Igual que a Timoteo Mendieta. Carmen está haciendo el trabajo de investigación que su madre no se atrevió a hacer por miedo. El eterno miedo, el todo atado y bien atado, el larguísimo tiempo de silencio.
Según todos los indicios, Timoteo Mendieta podría ser el individuo número 1 de la Fosa 1. Por estatura podría coincidir. Pero nadie se quiere pillar los dedos y hasta que no lleguen los resultados de las pruebas de ADN que se tomaron a Ascensión, nadie dirá nada. De no estar ni en la Fosa 1 ni en las cuatro individuales podría estar en la fosa donde yacen más de 600 fusilados, bajo una pradera, al final de la zona civil del cementerio. Pero eso sí que sería un tiro en la oscuridad porque allí sólo iban a parar los que se declaraban católicos, y no parece que aquel carnicero de Sacedón profesara religión alguna. A Ascensión Mendieta se la ve tan frágil que el comentario más extendido entre los voluntarios es: «En cuanto tenga los huesos de su padre…». Y nadie acaba la frase.
En la exhumación del año pasado, la de la Fosa 2, aparecieron dos hermanos, los Escamilla Rebollo, también de Sacedón, a los que nadie reclamó. El jardinero del cementerio, Juan, un hombre con problemas de corazón que cada día viene a regar de manera voluntaria la parte «republicana» del cementerio, nos ha confirmado que si no aparece ningún familiar él los meterá en una sepultura perpetua que ya tiene pagada. Una fosa llama a otra.
Aprovechando este viaje al pasado, yo mismo he traído todos los documentos y fotos de dos hermanos de mi padre desaparecidos durante la Guerra Civil. Eran miembros de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas) y la UGT. Se alistaron voluntarios en el Ejército republicano el 18 de julio de 1936. Uno murió en el Frente de Belchite defendiendo la República, el otro sigue desaparecido.
Una fosa llama a otra fosa. Y no, no sabían que enterraban semillas.
PD: Durante la exhumación de la Fosa 1 se acercó un sindicato noruego de electricistas a entregar unas rosas y ver de cerca este microcosmos del genocidio franquista (ellos son los que más dinero aportan a la exhumación de la ARMH). Ningún cargo de la UGT pisó el cementerio, cuando curiosamente la mayoría de los fusilados de esta fosa tenían esa filiación sindical. Al parecer, hay semillas que no terminan de brotar.
Fuente: http://ctxt.es/es/20170524/Politica/12986/Fosas-Guadalajara-Timoteo-Mendieta-CTXT-Willy-Veleta.htm