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9M: La huelga, el pacto, la traición y el desarme

Fuentes: Rebelión

En el excelente documental Omega, que conmemora la edición del -también excelente- álbum homónimo, Enrique Morente pronuncia en un momento dado las siguientes palabras: «Hay que hacer cosas para molestar. Molestar es muy necesario. Si no aquí somos molestados solamente. Y eso no puede ser». Pues bien, este artículo pretende precisamente eso, molestar; cuanto más […]

En el excelente documental Omega, que conmemora la edición del -también excelente- álbum homónimo, Enrique Morente pronuncia en un momento dado las siguientes palabras: «Hay que hacer cosas para molestar. Molestar es muy necesario. Si no aquí somos molestados solamente. Y eso no puede ser». Pues bien, este artículo pretende precisamente eso, molestar; cuanto más moleste y a más gente, mejor. Y dicho esto, vamos ya con el asunto a tratar.

El próximo 9 de marzo hay convocada una huelga general educativa por parte de la denominada Plataforma Estatal por la Escuela Pública (en adelante, PEEP), que reúne a los principales sindicatos, asociaciones de padres y de estudiantes situadas en algún lugar del espacio ideológico convencionalmente denominado «izquierda». Cabe entender que en el fondo de la convocatoria alienta la voluntad de influir en los trabajos de la subcomisión parlamentaria que debe sentar las bases para el tan esperado y presuntamente necesario «pacto educativo«. Los motivos explícitos de la convocatoria, como la reversión de los recortes, el aumento de financiación pública, la derogación de la LOMCE, un sistema de becas que garantice la igualdad de oportunidades o la eliminación de las contrarreformas universitarias, son todos ellos más que legítimos y, desde luego, defendibles y loables. Sin embargo, aunque sea muy necesario apoyar la convocatoria de huelga y sería, sin duda, muy deseable que esta fuera un éxito rotundo, no podemos dejar que ello impida una mirada más profunda a lo que nos estamos jugando en estos momentos en el terreno educativo y, por ello mismo, como sociedad.

Desde que se inició el movimiento social que ha venido en llamarse Marea Verde, un movimiento desde abajo que involucró tanto a docentes como alumnado y familias y que dio lugar a asambleas concurridísimas en todo el territorio del Estado, los sindicatos mayoritarios (autodenominados «de clase») hicieron todo lo posible por frenar, boicotear y controlar y, finalmente, apropiarse de dicho movimiento. Hay que recordar que, allá por el año 2011, tanto Comisiones Obreras como UGT contraprogramaban los actos convocados por las asambleas, se mostraban remisos a convocar las jornadas de huelga que éstas les solicitaban (al no tener como asambleas entidad jurídica para ello), y, en general, jugaban, con la maestría que da la experiencia, al sí pero no con la esperanza de que la cosa se enfriara y volvieran a ser ellos los que llevaran la voz cantante, propósito para el cual se creó la PEEP. Que ninguno de esos sindicatos va a hacer nunca nada que ponga en peligro sus ingresos por subvenciones estatales (con el servilismo y domesticación que ello conlleva) y, con ellas, las poltronas de sus respectivas cúpulas, que han ejercido hasta ahora de sostén del régimen, es algo que no escapa a cualquier observador mínimamente perspicaz. Constatar que con ello traicionan de hecho lo que de palabra dicen defender tampoco debería sorprender (ni molestar) a nadie que no pertenezca a las citadas cúpulas, aunque seguramente lo hará.

Otro de los convocantes, CEAPA (tan próxima al PSOE en tantas ocasiones), convocó hace no mucho a las familias a realizar una inoportuna huelga de deberes ya que, por lo visto, estos generan un sufrimiento intolerable a las propias criaturas, que no pueden ser felices si tienen que esforzarse en casa por aprender algo o afianzar lo aprendido en clase. Nada de plantearse si la cada vez más extendida costumbre de que sean los padres los que hacen los deberes de sus hijos beneficia a éstos en algo. No. Los malos somos los docentes que los torturamos con deberes. Que los niños adquieran hábitos de trabajo y de estudio en casa no es importante; lo importante es que sean felices, aunque se trate de esa felicidad idiota y mentecata que los convertirá en seres perfectamente manipulables. Hace tiempo que las familias (y vaya por delante que todas las generalizaciones son injustas) claudicaron en sus cometidos educativos y se los endilgaron a la escuela (y ¡ay! a la televisión), a la que se carga cada vez más con la responsabilidad de solucionar todos los problemas imaginables. Decir que buena parte de lo que se juega en la educación de la infancia y la juventud es responsabilidad de las familias y no de la escuela, que tiene, desde luego, sus responsabilidades propias en el asunto (entre otras, servir para que los hijos tengan una oportunidad de librarse de los prejuicios de sus padres y sean personas instruidas y autónomas), tampoco debería molestar a nadie, pero seguramente lo hará.

Así que, a la hora de defender a la escuela pública de los ataques que lleva sufriendo desde hace décadas, tenemos también tristemente que defenderla, en muchas ocasiones, de algunos de sus presuntos defensores. Buena parte de la izquierda social y política (sindicatos, familias y partidos) hace tiempo que compró un tipo de discurso pedagógico, aparentemente muy progre, que se basa en último término en el desprecio del conocimiento, conformando todo un frente que promueve lo que alguien ha llamado zangolotinismo neopedagógico y que, en el erial en el que se está convirtiendo de forma premeditada el sistema de instrucción pública, venimos sufriendo al menos desde los tiempos de la LOGSE. Y es este mal, que aqueja a la sociedad en general, el que desde otras instancias como la OCDE o la UE se alimenta con ahínco y con la complicidad de una izquierda domesticada y cada vez más desarmada intelectualmente. De ahí que el pacto educativo tenga que ser visto, si es que finalmente se materializa, con mucho recelo por parte de quienes seguimos defendiendo la importancia del conocimiento y de una sólida formación intelectual accesible a toda la población y, especialmente, a las capas más desfavorecidas, en vez de que el sistema educativo sea simplemente una industria para la valorización de un «capital humano» que deberá reciclarse constantemente en un mercado laboral marcado por la precariedad. Ya no hace falta saber cosas, sino estar psicológicamente preparado para cambiar de trabajo entre diez y quince veces a lo largo de la vida laboral. Circunstancia esta última que deberá enfrentarse, por parte de la mano de obra precarizada, con una adecuada «gestión emocional» y actitud flexible, positiva y sonriente, feliz en definitiva, para lo cual será imprescindible un adecuado entrenamiento proporcionado por el nuevo modelo escolar y sus nuevas metodologías chupiguays. Para este objetivo, desde luego, la exigencia de rigor lógico y argumentativo de las disciplinas escolares es demasiado rígida y, como suele decirse ahora, decimonónica.

Y es que algunos pensamos que, en efecto, la trastienda de dicho pacto esconde una trampa mortal para la escuela pública, que consiste en una operación de maquillaje de la LOMCE para seguir implementando las directrices educativas de la UE, con su marcado carácter mercantilista que pretende sustituir a los ciudadanos (sujetos de derechos) por emprendedores (sujetos de rendimiento, pero eso sí, felices en su carencia de protecciones y derechos). Y aquí está el problema fundamental: que al menos una parte de la PEEP (declaradamente CCOO) asume las propias directrices europeas que marcarán sin duda el pacto, las que establece la Estrategia de Educación y Formación 2020 y cuyos objetivos se pretenden alcanzar con el mismo, tal como como se expone claramente en el punto primero de la propuesta de PP, PSOE y Ciudadanos para la creación de la subcomisión parlamentaria. Así que nos encontramos con una huelga que pretende influir sobre todo en el PP y en Ciudadanos, para permitir que el PSOE haga lo que ha venido haciendo desde hace décadas: maquillar las políticas de derechas con una pátina de progresismo biempensante y políticamente correcto que sirva de vaselina para que entre mejor la disciplina de los mercados. Y para ello cuenta con la complicidad del sindicalismo claudicante y suicida y la agitación homeopática que desactive una verdadera movilización posible y tranquilice a la opinión pública hurtándole los verdaderos términos del debate. De esta manera, el día en que se anuncie el pacto podrá decirse: «En el día de hoy, cautiva y desarmada la comunidad educativa, han alcanzado los partidos y sindicatos del régimen sus últimos objetivos educativos».

Apoyemos la huelga, trabajemos por que sea un éxito, y defendamos una educación pública digna de ese nombre; pero tengamos claro que el enemigo se oculta también, en parte, entre los convocantes porque, de lo contrario, habremos perdido la batalla por la escuela pública de antemano, si es que no lo hemos hecho ya. En fin, como decía Kortatu hace años, «aunque esté todo perdido, siempre queda molestar». En esas estamos.

Enrique Galindo Ferrández. Profesor de Enseñanza Secundaria, activista de la Marea Verde de Albacete y de Mareas por la Educación Pública.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.