Con sorprendente frecuencia se oyen y leen críticas sobre los excesos del capitalismo financiero, causante cierto de la crisis global que padece el sistema económico que él mismo ha creado y que sufre la gran mayoría de la sociedad. Es la gran paradoja de un modelo, neoliberal se dice hoy, que se reinventa cada algunas […]
Con sorprendente frecuencia se oyen y leen críticas sobre los excesos del capitalismo financiero, causante cierto de la crisis global que padece el sistema económico que él mismo ha creado y que sufre la gran mayoría de la sociedad. Es la gran paradoja de un modelo, neoliberal se dice hoy, que se reinventa cada algunas décadas pero que en el proceso de automantenerse deja desigualdades, injusticias sociales, desequilibrios y tendencias neofascistas, pero también, y de forma cada vez más creciente, gravísimas huellas ecológicas en un Planeta ahogado, en una Tierra que no tiene capacidad para acoger más impactos sobre sus elementos vivos: los ecosistemas y entre ellos el humano.
En algunos círculos progresistas sí se plantea que no hay economía sin ecología, pero el fondo de la cuestión es, ¿qué economía? Hay una realidad incontestable y es que la economía de mercado, basada en modelos de crecimiento infinito, está ciertamente abocada al fracaso en tanto en cuanto ella misma depende de unos recursos naturales que son finitos, que se acaban, que se están acabando. Esta falacia sin duda la conoce bien el capitalismo; como también conoce que los ritmos que posee la naturaleza no le son suficientes para mantener su estructura de creación de permanentes dependencias, independientemente de que no se conozcan bien los efectos ambientales derivados de ellas.
La única opción viable y sostenible es que el propio modelo económico tenga en cuenta primordialmente los ciclos naturales: del agua, del aire, del suelo… que se armonice con ellos teniendo en cuenta su renovabilidad. Así, por ejemplo cualquier planificación hídrica debe tener en cuenta los ciclos del agua, su capacidad de renovación, de regeneración y no derivar el agua de una cuenca a otra, cuando apenas quedará agua que mover: la predicción para las próximas décadas es un 20 % menos de precipitaciones. O una política energética que agota más y más recursos fósiles contribuyendo a que los hábitats humanos (ciudades) sean inhabitables porque no autodepuran su aire, habiendo energías renovables tecnológicamente optimizadas, o actuaciones humanas que no tienen en cuenta el suelo y los daños que provoca el ciclo erosión/sedimentación en la economía, o dañar a la biodiversidad que al margen de hacernos sentir vivos también nos da salud con sus agentes activos farmacológicos.
Pero esta forma de bioeconomía no vale para un capitalismo de crecimiento económico rápido y permanente, razón sustantiva de su existencia, y especialmente en su máxima expresión actual de financiarización especulativa neoliberal de la economía. Exige más, aun a sabiendas de que su modelo fracasará adentrándose en caminos de crecientes riesgos sociales, ambientales y económicos que se retroalimentan.
El cambio climático es el gran indicador del fracaso del modelo económico actual, perceptible en tiempos suficientemente prolongados como para que el capitalismo genere ilusiones tecnológicas de corrección, pero tales ilusiones son falsas. La Tierra, sus ecosistemas, están ya dañados, solo un esfuerzo coordinado de la política y la sociedad civil detendrá el deterioro.
Apelar a los equilibrios ecosistémicos (homeostasis) es apelar a los equilibrios sociales, que en términos políticos podemos denominar equidad. La relación entre déficits ambientales y sociales es directa. Un ejemplo claro es el cambio climático, como lo demostraría la permanente homeostasis social de los procesos migratorios primero, refugiados después, que vienen de países castigados por sequías y consiguientes hambrunas que generaron guerras, en un perverso proceso catalizado por el propio calentamiento global generado históricamente por los países desarrollados.
En este sentido hay otro hecho cierto: en tanto que los recursos naturales son bienes comunes, y lo son pues soportan el sistema basal de la especie humana, del mismo modo son generadores de derechos. Tenemos derecho al agua (así lo cree la ONU), al sol (al autoconsumo), al aire limpio… Tenemos derecho a que no haya cambio climático; tenemos derecho a nuestra seguridad ambiental (la sostenibilidad es un instrumento, una herramienta para hacer efectiva esta seguridad).
Podrá aducirse que está en marcha una reforma del capitalismo de mercado, un «capitalismo verde» corrector de los desequilibrios, pero es falso. Los resultados de los últimos años así lo atestiguan: más contaminación, más cambio climático, menos biodiversidad… más riesgos globales. Para que el medio ambiente deje de ser una asignatura pendiente del capitalismo y no sea su área de conflicto permanente, es preciso que no haya capitalismo. No se trata de dar la vuelta a la tortilla, sino de cambiar de sartén.
Pero hay soluciones. Para evitar este previsible colapso ambiental y social que ya se vislumbra se precisa en primera instancia el blindaje público de los recursos naturales con un Estado regulador independiente que asegure estos bienes comunes en un necesario proceso democrático colaborativo donde la ciudadanía ejerza sus derechos y sus deberes. Ya se vislumbran soluciones poscapitalistas que rescatan algunos viejos principios de la autogestión. La economía social, solidaria, los procesos de autogestión energética y de soberanía alimentaria… insinuan un futuro diferente. Alternativas hay.
Pero para lograr que esta alternativa sea firme se debe partir inevitablemente de extender el concepto y praxis (políticas) de justicia ambiental a la justicia social y económica. La defensa de esta justicia global es la defensa de los bienes comunes que solo puede venir del socialismo, que a su vez extiende su ámbito de solidaridad incluso a los no nacidos. Una solidaridad intergeneracional, única salida a un futuro común digno para las sociedades humanas y para el Planeta. Por ello, rememorando y casi actualizando a la gran Rosa Luxemburgo, solo el socialismo ecológico o ecosocialismo nos salvará del colapso, de la barbarie.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Ecosocialismo-o-barbarie