Sobre signos de esperanza y alternativa en África. Visibilizando la resistencia colectiva de las mujeres en Etiopía.
Pero, justo en la acera de enfrente, apoyados en las vallas amarillas y verdes que empapelan las obras de media ciudad, yacen los desvanecidos, los invisibles, etíopes de mirada ausente, desesperanzada, rendida, perdida e ida, sin aliento para buscar ni encontrar sentido, carentes de todo y de nada. Y, en medio de esta fotografía se encuentran las mujeres, sometidas a una carrera de fondo repleta de retos, que las convierte en la revelación y en la esperanza de futuro.
En Etiopía, la tasa de morbilidad entre las mujeres es del 75%, muy lejos del 25% que afecta a la población masculina. Pero este dato frío es solo la punta del iceberg de la situación de la mujer etíope, que se encuentra abocada a una serie de dificultades a las que tiene que enfrentarse desde que nace, como la pobreza, ciertas tradiciones y costumbres propias del país, el matrimonio precoz, los numerosos embarazos durante la adolescencia, así como la evidente falta de protección de los DDHH.
Un conjunto de despropósitos que amenazan con hacer descarrilar sus ambiciones y sueños, que suelen verse truncados en edades muy tempranas. Al igual que en muchas culturas, en las mujeres etíopes recaen las responsabilidades del cuidado doméstico familiar, así como la mitad de las tareas del trabajo agrícola. No es extraño verlas por senderos polvorientos y abruptos, recorriendo largas distancias, cargadas con bidones amarillos en busca de agua, o en medio de los cultivos, con faldas largas y pañuelo rodeando la cintura, recogiendo el cereal, sin permitirse doblar un centímetro las rodillas, y en muchos casos con un rostro asomado en sus espaldas. Pero eso sí, sin desprender ningún síntoma de cansancio, debilidad o resignación.
Se estima que el 85% de la población del país depende de la agricultura, especialmente del cultivo del café, convertido en modo de subsistencia del 25% de los etíopes. En los extensos campos de café y te, situados a pocos kilómetros de la capital, se puede percibir la dureza de la vida. Sorprende ver, las herramientas con las que se cultiva, cuyas características son muy similares a los instrumentos utilizados en la Edad Media. Por estos mismos caminos rurales, quien recorra el país posiblemente se cruzará con niños y niñas de no más de 5 años, con la piel castigada por el clima, dirigiendo rebaños de vacas con bastones que les sacan tres cabezas, sandalias de goma, y vestidos que se deshacen a tiras. Los pequeños etíopes recorren largas distancias repletas de soledad. Otra escena habitual al girar cualquier esquina es la de un grupo de niños y niñas dirigiéndose a sus escuelas, vestidos con uniforme, y agrupándose por colores a medida que llegan a su destino, sin desprenderse de su libro debajo del brazo.
Según UNESCO, Etiopía cuenta con un analfabetismo de cerca del 30%, que sacude de manera significativa a las mujeres: si bien la tasa de alfabetismo de los hombres representa el 71,13%, en las mujeres es del 67’82%. Aunque la escolarización es obligatoria y gratuita hasta los 15 años, el absentismo es muy elevado debido a un conjunto de factores: el hecho de no reconocer la educación cómo prioritaria, las dificultades para afrontar los costes indirectos de la escolarización de todos los hijos e hijas, así como la pérdida de mano de obra en beneficio de la economía familiar; factores a los que, en el caso de las niñas, se añade el matrimonio precoz.
Los Derechos Humanos, amenazados
Aunque desde 2011 Etiopía dispone de un nuevo Código de la Familia, que garantiza la igualdad de las mujeres en el matrimonio y establece la edad legal para casarse en los 18 años, según Unicef, el 40% de niñas etíopes se casan antes de cumplir los 18 y cerca del 20% se casa antes de los 15. Estas cifras, aunque varían mucho en función de cada región, son alarmantes. Su existencia nos revela una práctica más de discriminación contra las mujeres, que saca a la luz el escaso valor otorgado al género femenino. Amparado en tradiciones culturales propias de la comunidad, el matrimonio precoz se defiende como una estrategia de seguridad hacia las mujeres frente a posibles violaciones, o como protección para las familias ante la deshonra que provocan los embarazos extramatrimoniales o la mera existencia de relaciones sexuales prematrimoniales. Sin embargo, los enlaces precoces a menudo desembocan en problemas de salud, violencia dentro del matrimonio y desescolarización.
Otro dato importante, en la radiografía de los Derechos Humanos y las mujeres etíopes, tiene relación con la mutilación genital femenina. Según datos estadísticos de UNICEF, en 2013 Etiopía se situaba en la onceava posición de los países con mayor número de prácticas de mutilación genital. Este mismo organismo estima que el 74% de las mujeres etíopes han sido sometidas a esta práctica, que fue declarada ilegal por el Código Penal etíope en 2004, pero que no ha cesado, especialmente en las zonas rurales del país. A esta lacra debemos sumar los efectos que padecen las mujeres etíopes en relación a la violencia sexual. Etiopía se encuentra entre los tres países con más casos de agresión sexual, según el informe «World’s Woman 2015» de la ONU. El 60% de las mujeres afirman que han sufrido algún tipo de abuso y cerca del 20% de las mujeres que respondieron una encuesta promovida por ONU Mujeres reconocieron que su primera relación sexual fue fruto de una violación.
Pero no sólo las mujeres, sino también los menores (sean niños o niñas), son víctimas de formas extremas de violencia. Etiopía es considerado un país de origen, tránsito y destino para las víctimas de la trata. Además de la trata hacia el exterior, el país destaca por un elevado porcentaje de trata interna, es decir, aquella en la que el proceso de reclutamiento, traslado y explotación de las víctimas se produce dentro de las propias fronteras. Según el Informe de la Organización Internacional para las Migraciones de 2011, el tráfico de seres humanos ha aumentado en el país africano: se calcula que cada año son vendidos 20.000 niños por uno o dos euros (entre 10 y 20 birr), generalmente procedentes de zonas rurales y con edades comprendidas entre los 10 y 18 años.
Las niñas se venden para ser explotadas sexualmente o en el servicio doméstico mientras que a los niños se les fuerza a trabajar en fábricas textiles en condiciones de esclavitud.
Una esperanza de futuro
Como hemos visto, la mujer etíope debe enfrentarse a complicadas situaciones de discriminación a lo largo de su vida. La falta de oportunidades laborales, en muchos casos como consecuencia de la educación deficitaria, la dependencia económica causada por la carga social del cuidado familiar, y las ganas de cambiar los roles y las responsabilidades de género son circunstancias que exponen a las mujeres etíopes a situaciones de vulnerabilidad. Para romper la inercia y las sumisiones promovidas por el sistema patriarcal, muchas se arriesgan a embarcarse en procesos migratorios que las alejan de una sociedad empeñada en no escuchar su voz.
Son muchas, pues, las que sucumben a las promesas de una vida mejor tanto a ellas como para sus familias, y se embarcan en una aventura que les permita salir del umbral de la pobreza y acceder a aquellos derechos y oportunidades hasta ahora impensables en Etiopía. No obstante, otras tantas mujeres permanecen en el país y escriben sus historias de resistencia.
Cansadas de esta constante vulneración de derechos, algunas de ellas tomaron conciencia de su situación y comenzaron a reivindicar la igualdad en torno a problemáticas económicas, sociales y políticas, tanto en derechos como en oportunidades. Ejemplo paradigmático de ello es el movimiento feminista Setaweet (palabra cuyo significado en amhárico es «de la mujer»), que desafía las normas sociales y pretende combatir el sexismo en todas sus esferas, a través de encuentros y reuniones dónde se discuten posicionamientos y se exponen las desigualdades a las que ha de hacer frente la mujer etíope.
Entre las preocupaciones principales de Setaweet figura la educación, concebida como herramienta para derribar normas sociales y culturales y forjar un futuro mejor. Las mujeres etíopes -abuelas, madres, hijas…- son auténticas heroínas que se enfrentan a múltiples episodios de violencia a lo largo de la vida y buscan la fuerza en las entrañas para ofrecer la mejor de sus versiones.
Son mujeres impregnadas por el instinto de libertad del que habla Chomsky, luchadoras cada una desde su posición, y unidas por el convencimiento de que deben crear redes de solidaridad para convertirse en agentes de transformación. Como dice el pensador norteamericano: «Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que hay un instinto de libertad, que hay oportunidades para cambiar las cosas, entonces hay una posibilidad de que puedas contribuir para hacer un mundo mejor. Esa es tu alternativa».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.