Lisandro Rodas fue un carpintero afiliado a la Federación Obrera Local de Bolivia, organización anarcosindicalista que alcanzó su apogeo a finales de los años 20 del pasado siglo. Su compromiso sindical le llevó a varios exilios y confinamientos. En una de sus huidas de las fuerzas del orden, Lisandro Rodas se escondió en las montañas […]
Lisandro Rodas fue un carpintero afiliado a la Federación Obrera Local de Bolivia, organización anarcosindicalista que alcanzó su apogeo a finales de los años 20 del pasado siglo. Su compromiso sindical le llevó a varios exilios y confinamientos. En una de sus huidas de las fuerzas del orden, Lisandro Rodas se escondió en las montañas bolivianas, entre los indios mosetenes. La sociedad que allí descubrió carecía de dios, leyes, monarcas, matrimonio y propiedad privada. Es decir, la perfecta utopía anarquista, por lo que se quedó a vivir con los indígenas. El poeta y ensayista Antonio Orihuela (Moguer, Huelva, 1965) incluye este breve relato en «Diario del cuidado de los enjambres» (Enclave), publicado en abril de 2016 y presentado el dos de mayo en la Llibreria Ramon Llull de Valencia. Es uno de los pequeños relatos o historias que el escritor, profesor y doctor en Historia se ha encontrado en el camino, y que recoge a la manera de Eduardo Galeano.
El autor prefiere para la cabecera del texto la expresión «enjambre», pues considera que de esa manera todo permanece abierto y por construir, frente a las implicaciones del término «colmena», en la que la realidad aparece definitivamente estructurada y jerarquizada. «Diario del cuidado de los enjambres» es una antología de textos publicados en otros ensayos y poemarios de Antonio Orihuela (más de 40), salvo algunos breves relatos en prosa y los poemas visuales. Algunos de estas pequeñas historias provienen del mundo real. Hace unos años en Extremadura, una editorial le invitó a participar en una colección de poesía. Pero descubrió que la empresa editora contaba con financiación de la central nuclear de Almaraz. El escritor pidió entonces el poemario que había entregado a la editorial, y propuso la entrega de otro, titulado «Cerrar Almaraz». Finalmente Antonio Orihuela publicó el libro inicial en otra casa editora. «Siempre tenemos una responsabilidad sobre dónde escribimos y dónde dejamos que nos encierren», concluye el autor.
En 2016 el poeta onubense publicó «La caja verde de Duchamp y otras estampas cifradas» (El Desvelo), «M.» (Calumnia) y «Muerte es la palabra» (Amargord). En «Diario del cuidado de los enjambres» revela alguna de las claves de su poética: «La poesía es un incendio,/por eso no da para vivir,/da para arder,/no escribas,/arde en ella». El autor se integra en el movimiento llamado «poesía de la conciencia crítica» y desde 1999 coordina anualmente los encuentros de poesía «Voces del Extremo». En «Arder» recopiló dos décadas de producción poética. Además en su obra destacan títulos que avanzan el contenido conflictivo de los poemas y ensayos: «Cosas que tiramos a la basura», «El amor en los tiempos del despido libre», «La ciudad de las croquetas congeladas», «Lo que piensa la ballena del arponero» o «La voz común. Una poética para reocupar la vida». En un artículo publicado en la revista «El Viejo Topo» -«Poesía y compromiso en la España actual» (septiembre de 2016)- el crítico literario David Becerra Mayor recoge las consideraciones de otro poeta y crítico, Alberto García-Teresa, sobre la corriente en la que se inscribe Antonio Orihuela: «Estos poetas adoptan una perspectiva de clase social incluso cuando tratan temas de naturaleza íntima, como el amor». El conflicto social atraviesa por entero sus poemarios.
En los versos de «Pulcritud», Antonio Orihuela pone el ejemplo de la poética a la que no aspira: «Este poema lleva corbata./Este poema fue escrito de rodillas». Un texto límpido y exento de barro y compromiso: «En este poema no hay sitio para la mugre./Ni el sudor, ni los malos olores, ni la basura tienen sitio en este poema./En este poema no se permite la entrada a vagabundos,/heridos, sedados, dopados, indignados,/cobradores del frac o parados». Otras veces ha escrito sobre el Tardocapitalismo como proyecto lingüístico: «No lo llames competencia porque es monopolio./No lo llames derecho al trabajo porque es permiso de trabajo./No lo llames información porque es publicidad». Y también «No lo llames emprendedor porque es empresario», «No lo llames accidente laboral porque es terrorismo empresarial».
El poeta ha explicado en la Llibreria Ramon Llull que en su último libro figuran poemas de la decepción: «Esa nueva política que terminó siendo una bandeja en el Congreso con dos coca-colas»; o también varios diputados electos, y una plaza vacía. Dice Antonio Orihuela que como «nos negamos a construir nuestra propia vida, la televisión lo hace por nosotros». Para ello se diseñan parrillas con concursos donde se pregunta por el primer apellido de la mujer del príncipe, o películas de acción, contenidos asociados a las drogas, la religión y el terrorismo, de manera que nadie se extrañe cuando lleguen las apelaciones a la Ley y el Orden. Al hilo de estas críticas, el filósofo, poeta y matemático Jorge Riechmann insiste en las dificultades de la poesía para el discurso propositivo, pues pudiera parecer que los versos actúan siempre a la contra. «No te dejes engañar, sólo en la lucha hay dignidad; la canción de lo real no está en la realidad», afirma el poeta de Moguer, que desgrana su antología ante el público de la librería valenciana.
Dice además que cuidarse y tocarse, acciones cotidianas en el mundo mediterráneo, permanecen casi prohibidas en el ámbito anglosajón. Pero «no sabemos hasta cuándo, porque Hollywood hace mucho daño». En la obra de Antonio Orihuela figuran ensayos como «Poesía, pop y contracultura en España» (2013). También ha publicado versos sobre el «hocico frío de los perros». «Nuestro deber es mantener ese sueño que se hace luz en el desierto», afirma. Con esta idea, escribió junto a Jorge Riechmann el poema «Juegos de magia contra el capital», que puede leerse como un programa de vida alternativa: «Para que no siga creciendo el páramo, aplazarnos./Para que nazca el asombro de lo sencillo, demorarnos./Para reconocernos igual a cualquier otro en la lumbre de cada cosa, dilatarnos./Para que se extienda el azar verde de todo lo milagroso, retrasarnos./Rezagarnos, llegar tarde, no llegar./Quedarnos, errabundos, por las plazas,/pensativos en el espectáculo de las ventanas,/perdidos en las calles como si las miráramos por primera vez».
Otro de los motivos a los que ha dedicado versos es la derrota, vista como la obsesión por incrustarse «en esa categoría llamada clase media». Ya que nadie quiere a otro poeta, afirma en uno de sus textos, apaga la televisión, deja a todos allá abajo y se sube a disfrutar de la siesta, con la mandíbula crispada por la lucha de clases. Y se evapora al igual que un día se esfumó el proletariado: «Más goles, más ajustes, más petróleo y más sangre». «Pobre pobretariado», lamenta Antonio Orihuela. «Hablar de fútbol, beber ‘cubatas’ y decir que estás hasta los cojones de la política para terminar votando a la ultraderecha».
Sobre los sueños, «no pueden ser los nuestros si los conduce la televisión; porque entonces no nos liberan de nada». De vibrante actualidad son las palabras en torno a la subjetividad del poeta; se queja de que su existencia esté presidida por la tristeza, el tedio y el orden: «Vivo en una reunión permanente de solitarios, somos el partido de lo virtual». En el mundo de Internet y las redes sociales, escribe Antonio Orihuela, «sé tú mismo en el simulador». Hay opciones para todos: el «chat» para el que no tenga con quién hablar, Twitter para quien se cree muy listo… Y una advertencia final: «Cualquiera puede ser un líder, ten cuidado contigo».
Toda la crudeza y el rigor del sistema se pone de manifiesto en el poema «¡Tu vida está en venta, róbala!», que dice así: «Presente de migajas./¿Qué estamos haciendo?/El futuro se escapa para la humanidad./Animales en granjas de exterminio./Peces muertos/flotando en la corriente laboral./Mercancías en manos de un reloj./Títeres del dinero./Animales a domesticar en una enferma sociedad./No te dejes engañar./Tu vida no es tuya./No te dejes engañar». La tristeza de los zoológicos alcanza también a la existencia humana, afirma el poeta: «El zoológico/debería ser elevado a la categoría de metáfora del capitalismo./Animales encarcelados/trabajando de ocho a tres y de cuatro a nueve,/y si no tienes éxito con las visitas/al matadero». Tal vez exhale cierta resignación y aires de derrota el poema «Estadística»: «En España, las diez horas de la jornada laboral/se ríen del Estatuto de los Trabajadores,/pero/
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