No cabe duda que el arte es el reflejo de la realidad, siempre lo ha sido a lo largo de la historia humana. No es que el arte vaya adelante o sea el resultado de lo que ya pasó, sino que van de la mano, aunque con sus excepciones algunos artistas visionarios han retratado y […]
No cabe duda que el arte es el reflejo de la realidad, siempre lo ha sido a lo largo de la historia humana. No es que el arte vaya adelante o sea el resultado de lo que ya pasó, sino que van de la mano, aunque con sus excepciones algunos artistas visionarios han retratado y advertido el futuro sin saberlo o han realizado obra cuya permanencia y vigencia a lo largo de los años es inexplicable, como es el caso de El grito (1893), una pintura del artista noruego Edvard Munch (1863-1944), que sigue vigente hasta nuestros días, una obra desgarradora y a la que se le han dado cualquier cantidad de interpretaciones y citado incontables veces por los artistas.
La angustia como sentimiento recurrente quedó aquí eternizada y atemporal. Y como esta obra, muchas más se han vuelto íconos de la tragedia humana. Un claro ejemplo lo podemos apreciar en la exposición sobre la Melancolía en el Museo Nacional de Arte que aglutina obras pictóricas sobre el tema de los siglos XVI a principios del XXI, una excelente exposición aunque con alguno que otro artista colado, pero que nos muestra el importantísimo papel que tiene el arte en el desarrollo humano desde la perspectiva emocional. La búsqueda del arte en las emociones para reafirmarnos como seres de carne y hueso, henchidos de contradicciones y sentimientos es quizás uno de sus grandes atributos; los artistas crean a partir de su esencia más pura, el alma; de su vivencia personal que otros identificarán como suya también; interpretan a partir de su realidad, su autobiografía y su identidad. Dejan como testimonio de su época y su tiempo grandes obras en un lenguaje universal que no necesita de traductores ni de grandes y baratas explicaciones para justificarlas.
Pero qué sucede en su mayoría con los artistas y el arte actual, este vacío de contenidos, de sustancia, de lógica, lleno sí de grandes y tan complejas justificaciones, que resultan incomprensibles para los mismos creadores. La crisis también está en el arte. Estas cajas huecas en las que se han convertido los museos de arte contemporáneo, son el reflejo fiel de lo que vivimos. Son lo inmaterial, lo superfluo, lo vacío, lo obsceno, lo cínico y lo vulgar que se ha vuelto el ser humano y su sociedad. La descomposición a la que el capitalismo nos ha orillado y muy cerca del punto sin retorno de la existencia del ser humano como especie. Esto es lo que nos encontramos en cajas vacías de cuatro paredes llamadas museos y donde la justificación y la lógica del mercantilismo es la única que manda «no importa si es una basura mientras la podamos explicar y la podamos justificar». Y el artista de estos museos mayoritariamente, hay que reconocer que afortunadamente no todos, también comenzó a retorcerlo todo. Cambió su libreta de apuntes por un celular que toma fotos sin personalidad, sin estilo propio, sin objetivo y sin sentido, solo el hecho primordial de que se trata de una «imagen digital» y eso por sí solo es «vanguardista». Al descargar las imágenes de su tableta también se descargó su memoria visual para perderla en un mundo casi infinito de imágenes que su cerebro no alcanzará a procesar nunca, millones de millones de terabytes improcesables o quemándole la cabeza tratando de darles coherencia. También, perdió el contacto directo con el ser humano de a lado, para navegar entre miles de conversaciones virtuales, simultaneas y frívolas en las redes sociales a las que ahora pertenece; se quedó al filo de la realidad pensando que el arte es una moda desechable; que la pintura ha muerto y el artista que se embarraba las manos con pintura y olía a trementina y resinas es un fósil extinto de los libros de la historia del arte; que la misma historia del arte es tan solo una anécdota para contar en un Twitter con su hashtag: #LaPinturaHaMuerto.
Tal vez, tendríamos que reeducar en las academias de arte, estas donde las materias de pintura y dibujo están desapareciendo para darle paso a la de «arte digital», «performance, circo y espectáculo» y mi favorita «arte conceptual en 228 tomos de retórica o cómo tomarle el pelo a una sociedad en materia de arte». Hoy más que nunca el arte es el reflejo de la realidad y de la sociedad: vacía, obscena, ignorante, mediocre, perversa, frívola y corrupta. ¿Vamos a seguir haciéndole el juego a estas cajas huecas que les dicen museos y a estos merchantes que se autonombran artistas?
Publicada por primera vez en El Independiente de Hidalgo : https://www.
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